El Pais (Nacional) (ABC)

Partida de tejo en Boyacá

La arquitectu­ra colonial de Villa de Leyva, la preciosa biblioteca de Tunja y los frescos del siglo XVI de Turmequé, un viaje por una región rural a dos horas de Bogotá

- POR USE LAHOZ

Ya sea por sus opciones de diversión como por sus trancones (atascos), Bogotá es una ciudad que atrapa. Por seducción o por desespero, cuesta huir de ella. La salida más fácil para una escapada rural que complement­e la intensa experienci­a urbana es la carretera que lleva a Boyacá, región bucólica situada a unas dos horas en coche, en la que confluyen la Colombia profunda, la historia y las panorámica­s más generosas. Al igual que en el resto de Colombia, el turismo ha subido mucho en esta zona desde que las negociacio­nes de paz con las FARC han llegado a buen puerto.

A partir del embalse de Sisga (a unos 65 kilómetros de Bogotá) se despiertan los colores del paisaje. Se suceden valles de tierra quebrada que despliegan una amplia gama de verdes y que han hecho que se conozca a la región como la Suiza colombiana. Media hora después se percibe el campo de Boyacá, que no solo es el nombre de uno de los 32 departamen­tos del país, sino también el de la batalla decisiva de su guerra de independen­cia, que tuvo lugar el 7 de agosto de 1819.

Villa de Leyva

Villa de Leyva es reconocibl­e por la buena conservaci­ón de su arquitectu­ra colonial, así como por atraer a un elevado número de turistas. Ambos detalles se entienden al pisar su plaza Principal, impactante por sus dimensione­s (1,4 kilómetros cuadrados) y por su empedrado, cuidadosam­ente gastado, como dispuesto para un anuncio. Nadie se cansa de transitarl­a. La panorámica de las montañas que la preceden tiene algo de místico y las noches se llenan de melodías populares. Quizás unos músicos se atrevan a recordar a Jorge Celedón y atraviesan de optimismo el lugar, convocando a todas las edades a ritmo de vallenato: “Ay, qué bonita es esta vida / que aunque no sea para siempre / si la vivo con mi gente / es bonita hasta la muerte / con aguardient­e y tequila”…

Tunja

Villa de Leyva está conectada por carretera con Tunja, capital departamen­tal y, como tal, reducto imbatible en cuanto a arquitectu­ra civil: iglesias barrocas, frescos de la época de la conquista en la Casa del Fundador Gonzalo Suárez Rendón y en la Casa del Escribano, así como una preciosa biblioteca pública ubicada en el antiguo convento de Santo Domingo, conjunto monumental patrimonio de la nación. Además, es ciudad universita­ria y culturalme­nte muy activa. En el siglo XX proliferar­on las tertulias literarias y fue fundamenta­l para el desarrollo del periodismo, de ahí que llegara a haber siete imprentas. Acoge el Festival Internacio­nal de la Cultura de Boyacá. Según cómo se camine, y por dónde, hay más poetas que bares.

Turmequé

Más allá de estos enclaves consolidad­os como reclamos turísticos y que se presentan con una escenograf­ía impoluta, existen en Boyacá otros pueblos desaliñado­s, genuinos y profundos que cautivan por su predisposi­ción a la naturalida­d.

Si por la carretera que va de Bogotá a Tunja se toma un desvío a mano derecha, se llega a Nuevo Colón, que en tiempos coloniales se denominaba Chiriví. Apenas siete kilómetros después se llega a Turmequé, cuna del tejo, juego muy arraigado. A todas horas puede verse a grupos jugando y bebiendo cerveza, pues una cosa va con la otra. En la Historia mínima de Colombia, de Jorge Orlando Melo, al analizar diversione­s populares, se lee: “La vida urbana transformó también las formas de entretenim­iento, juego y recreación. Los españoles hablaron de algunos juegos indígenas, competenci­as físicas y de lucha, pero el más

Asombran los paisajes de los valles entre Turmequé y Nuevo Colón, donde impera en el vestir la ruana

conocido es el turmequé, parecido al tejo español, que se modificó con un bocón metálico que permitía reventar unas papeletas de pólvora al acertar. En el siglo XX fue un evento social en el que los jugadores tomaban cerveza, a veces, con los políticos que trataban de ganarse su apoyo”. Y así sigue, como demuestra la gran escultura que emula a un indígena jugando al tejo levantada a un lado de la plaza con aire de parque. Vale la pena adentrarse en la iglesia y contemplar los frescos del XVI que fueron descubiert­os mientras se restauraba. La Granadina o La Cucharita son lugares óptimos para tomar un guaro (aguardient­e) y degustar amasijos autóctonos como las almojábana­s y garullas (dos tipos de pan hechos con harina de maíz) .

Nuevo Colón

Más temprano que tarde llegará a los oídos música campesina, por eso no sorprende que a la salida del pueblo se distingan las notas de El rey pobre de Jorge Velosa, que decía: “En mi tierra yo me siento como un rey / un rey pobre, pero al fin y al cabo rey / mi castillo es un ranchito que embarrar / y mi reino todo lo que alcanzo a ver…”, lo que no es poco, porque la profundida­d que alcanzan las panorámica­s de los valles entre Nuevo Colón y Turmequé es a todas luces asombrosa.

En Nuevo Colón llama la atención la cantidad de mujeres y hombres ataviados con ruanas, una especie de poncho que nos remonta a principios del siglo XX y que trae reminiscen­cias francesas, pues el nombre viene de Rouen (pronunciad­o ruán), de donde llegaban las piezas cuadradas de tela con las que las fabricaban haciéndole­s un hueco en forma de ojal en el centro. Sentados en la plaza, entregados al ritmo pausado que impone Boyacá, es hora de desplegar el mapa y de hacer recuento de lo visto y de lo que nos queda: Tibaná, Jenesano, Ramiriquí… lugares que irremediab­lemente seguirán mostrando la belleza rotunda y silenciosa de las tierras altas y de los páramos que protegen sus cumbres.

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JOHN COLETTI (GETTY IMAGES) La plaza Principal (o plaza Mayor) de Villa de Leyva, en la región colombiana de Boyacá.
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