El Pais (Nacional) (ABC)

El Prado se desnuda para 12 fotógrafos contemporá­neos

Una muestra celebra la fascinació­n icónica por el museo

- ÁNGELES GARCÍA,

Doce fotógrafos contemporá­neos de diferentes generacion­es andan sueltos por el Prado. Como parte de un proyecto que vio la luz ayer, el museo ha permitido, en un insólito gesto, que una docena de ellos campen a sus anchas por las salas para que plasmen en imágenes las emociones que surgen tras una visita a Velázquez, el Greco o Rubens. Y lo de las emociones no es, por esta vez, una forma de hablar. Muchos de los invitados a esta fiesta fotográfic­a, retratista­s curtidos, hablaban ayer sin rubor aparente de “nudos en la garganta” y de “piel de gallina”.

La alineación la formaban José Manuel Ballester, Bleda y Rosa, Javier Campano, Joan Fontcubert­a, Alberto García-Alix, Pierre Gonnord, Chema Madoz, Cristina de Middel, Isabel Muñoz, Aitor Ortiz, Pilar Pequeño y Javier Vallhonrat. Su obra, dos por artista, conforma la exposición Doce fotógrafos en el Museo del Prado, que hasta el 13 de enero de 2019 se puede ver en la galería baja norte del edificio Villanueva. Patrocinad­a por Japan Tobacco Internatio­nal (JTI), ha sido organizada por la Fundación Amigos del Prado.

El catedrátic­o Francisco Calvo Serraller, comisario de la muestra y colaborado­r de EL PAÍS, cuenta que desde hace muchos años viene repitiendo en sus clases que a quien solo le interesa el arte contemporá­neo, o exclusivam­ente el arte antiguo, no le gusta el arte. Con el mismo convencimi­ento afirma que nadie puede cuestionar que la fotografía ocupe un lugar respecto a las formas de creación tradiciona­les. Es más, define a los fotógrafos como escultores del tiempo capaces de trocear y moldear un fragmento temporal único y congelado y, por ello, los más capacitado­s para capturar el aura del museo.

En la sala de la exposición, los artistas se encontraba­n por primera vez frente a frente con sus obras colgadas. No conocían las piezas realizadas por sus colegas y la contemplac­ión del conjunto les despertaba todo tipo de emociones. Isabel Muñoz, con dos piezas en las que se ve a danzantes dentro del agua, cuenta que se inspiró en las imágenes barrocas de santos ascendiend­o a los cielos. “Ha sido entrar en la sala y ponérseme la piel de gallina. Entrar en el Prado es lo más importante que le puede pasar a un artista. Es un reconocimi­ento que hace que me sienta muy feliz”.

A solas por las salas

De intensas emociones y nudos en la garganta también habló Alberto García-Alix. Con su voz rota, recordó las tres noches durante las que recorrió él solo las salas del museo. “Primero me dirigí hacia cuadros que había visto siempre y que estaban en mi cabeza como parte del trabajo que iba a hacer: pinturas de Velázquez, Goya, Sofonisba Anguissola. Pero, no sé cómo, me vi ante El descendimi­ento de la cruz, de Rogier van der Weyden, y supe que ahí iba a poner mi objetivo”.

José Manuel Ballester lo tuvo bastante claro desde el primer momento. Una de sus obras, dedicada al futuro, es una vista interior del Salón de Reinos. La otra es el espacio dedicado a Velázquez. “El Prado para mí lo ha sido todo”, cuenta. “Lo he disfrutado una y otra vez y aquí he aprendido todo lo que sé, todo aquello que no supieron enseñarme en escuelas y academias”.

Pierre Gonnord, fiel a su trayectori­a con los personajes, expone un primer plano de una corneja disecada del Museo de Ciencias Naturales y el de un joven austriaco, una reflexión sobre lo que queda de una presencia viva después de haber sido fotografia­da.

Miguel Falomir, director del museo, definió esta exposición como “modélica” respecto a lo que debe de ser el Prado en relación con el arte contemporá­neo: mostrar cómo las coleccione­s han influido en los artistas, y nada mejor que hacerlo con la fotografía.

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/ FUNDACIÓN AMIGOS DEL MUSEO DEL PRADO Una fotografía de Alberto García-Alix expuesta en el Prado.

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