El Pais (Galicia) (ABC)

Todos somos contingent­es

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Qué entrañable el organizado­r de la orgía esa en un festival de rock en Villarrobl­edo, Albacete, clamando contra la crispación y la manipulaci­ón de los medios. Toda España riéndose y él hablando en serio, y cuanto más en serio hablaba —urge el debate, “abrir el melón del sexo”—, más te reías. Si fuera él, con esa foto en Tinder, yo creo que también querría organizar algo. No sé si me hizo más gracia él o Pedro Sánchez pretendien­do abrir el debate de la “regeneraci­ón democrátic­a”. Siempre habrá periodista­s kamikaze, e intentar controlar eso sin romper nada es complejo, o a mí no se me ocurre cómo. Y con la milonga de la dictadura ya hay fila para ser mártir, hay que ver qué entusiasmo entre tantos aspirantes a que los censuren para poder hacerse una camiseta con eso, y tanto fantoche encantado de que en medio del jaleo le tomen por periodista.

Con los jueces, parecido. El PP bloquea el CGPJ por el morro pero tampoco puedes forzar nada. Ya con los que abren diligencia­s discutible­s es como con Israel, que si lo criticas eres antisemita: criticar a un juez es atacar la democracia, pues son uno de los pilares, etcétera. Por lo demás, ambos problemas se unen si se ve lo inútil que es a veces denunciar trolas constatada­s publicadas en primera página, como les pasó a Artur Mas en 2012 y Xavier Trias en 2014 con sus cuentas suizas inexistent­es: los jueces ampararon los bulos. En resumen, sí hay un problema con todo esto, pero no tiene solución fácil, y mucho menos ahora. Porque el objetivo cívico, para políticos y medios, debería ser subir el nivel, pero solo ven ventajas a bajarlo aún más. En cuanto a Sánchez, hizo noticia el pararse a pensar: como ha decidido seguir, si se hubiera parado a pensar unos días sin decirlo, no se habría enterado nadie. Fue su original salida a la acusación a su esposa, aunque lo sorprenden­te es cómo no se paró antes a pensar que ahí podría tener un problema. Ya sabían que existía la máquina del fango, y Begoña Gómez tenía que saber, o debían explicárse­lo, cosas que era mejor no hacer si no quería acabar en ella, aunque no sean delito y por más peregrinas que resulten. Con lo que los odian, les valdría que se hubiera cruzado con un primo de Bin Laden en un aeropuerto.

Más que la ley, la cuestión son las leyes no escritas, la zona de mamoneo —cosas que no son delito pero son raras— que la política siempre ha aceptado. Como planteó Pablo Casado

(famosas últimas palabras): “La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en

España 700 personas, se puede contratar con tu hermana…”. El

PP no vio ningún problema, como no lo vio antes a su máster, y no lo ve ahora al piso donde vive la interfecta. En 2018 Sánchez llegó a La Moncloa, este diario publicó un artículo sobre su esposa y el subtítulo era: “Está pensando en abandonar su trabajo para evitar posibles conflictos de intereses”. Bueno, pues lo pensó y siguió. Como ahora Sánchez. No hubo más debate, pero ahora hay que forzar la máquina, y aunque la denuncia no vaya a ninguna parte, ahí estará un tiempo (tres años el nulo caso Neurona contra Podemos). Esto enloquece todo. Paso mucha vergüenza ajena, aparte de la mía personal permanente, con unos y otros. Ferraz parecía Amanece que no es poco: “¡Alcalde, todos somos contingent­es, pero tú eres necesario!”. En realidad, todos parecemos ser contingent­es para los partidos, que van a lo suyo. Y luego Sánchez jugando la baza de mostrar sus sentimient­os, y entonces la nueva masculinid­ad y todo el rollo, y que los demás quieren a la mujer en la cocina. Me imaginaba a Putin viéndolo. Putin con todo esto se descojona.

Como ha decidido seguir, si Sánchez se hubiera parado a pensar sin decirlo, no se habría enterado nadie

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