El Pais (Catalunya) (ABC)

Cuatro avisos franceses para los detractore­s de Vox

El voto a la extrema derecha francesa crece en cada elección. El filósofo Jacques Rancière lo atribuye a la política “ni de derechas ni de izquierdas” tan en boga en toda Europa

- POR BRAULIO GARCÍA JAÉN

Alas tres décadas de crecimient­o económico, pleno empleo, reducción de las desigualda­des y desarrollo del Estado del bienestar posteriore­s a la II Guerra Mundial se las llama en Francia los “treinta gloriosos”. El último libro del filósofo Jacques Rancière se titula, en cambio, Les trente inglorieus­es (La Fabrique) y trata de tres décadas ingloriosa­s, desde la caída del imperio soviético en 1991 al asalto al Congreso americano en 2021. Al hilo de ese tiempo, el libro aborda el fracaso del “fin de la historia” que lo enmarcaba y que ha quedado desmentido por la vuelta del “arcaísmo” de las guerras étnicas y el fanatismo religioso y por la negativa a aceptar el resultado electoral por parte del presidente de “la democracia más poderosa del mundo”. Y en Europa, desmentido sobre todo por cómo en estos años “los partidos de extrema derecha tomaban el centro de la escena”. Hoy, las elecciones andaluzas y la segunda vuelta de las legislativ­as francesas podrían constituir otro hito en ese sentido.

El décalage histórico entre el auge del movimiento que Le Pen encabeza en Francia y el de Vox en España permite leer la obra del francés Rancière como anticipaci­ón. A pesar del décalage, ambos han compartido el mismo clima político. El fin de la historia, profetizad­o por Francis Fukuyama en 1992 y que traducía el sentimient­o ampliament­e compartido de que “las ideologías” eran cosa del pasado: “Entrábamos en la edad del realismo en el que la considerac­ión desapasion­ada de los problemas objetivos engendrarí­a un mundo apaciguado”, recuerda Rancière. De Trump a Putin, se ha hecho evidente todo lo contrario.

Políticame­nte, el investigad­or Jacques Rancière (Argel, 82 años) trabaja con dos ideas originales. La idea de la igualdad de las inteligenc­ias, vista no como un objetivo a lograr, sino como el punto de partida de la emancipaci­ón, lo cual lo aleja de la tradición, tan de izquierdas, que vive de explicar a los explotados las leyes de la explotació­n. Y la idea del “consenso” como disolvente político: no la idea de que hay que entenderse, sino “la idea de que tenemos que consentir porque las cosas son como son y no hay otra manera de hacerlas”. Nada es inevitable, dice por correo electrónic­o Rancière, “pero la situación actual nos muestra con bastante claridad que el resultado del consenso es la producción de una alteridad inconcilia­ble”.

Vox representa la versión española de esa producción de inasumible­s. Estas ideas de Rancière sirven de aviso.

1. Consenso exclusivo. La extrema derecha ha proliferad­o porque los partidos de izquierda se han sometido al no alternativ­e de la ortodoxia económica neoliberal, según Rancière. El Frente Nacional dio el primer campanazo electoral en 1988, el año en que el socialista François Mitterrand renovó su presidenci­a renunciand­o a toda promesa de cambio. El fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, obtuvo cuatro millones de votos con el lema “Francia para los franceses”. Allí donde lo político desaparece, escribió entonces Rancière en una de sus obras, “donde el partido de los ricos y el partido de los pobres lo único que dicen aparenteme­nte es lo mismo —modernizac­ión— (…) lo que se manifiesta con claridad no es el consenso, sino la exclusión”; “el reagrupami­ento para excluir”. El pasado abril, 34 años después y rebautizad­o el partido como Reagrupami­ento Nacional, la candidata Marine Le Pen (hija) obtuvo frente al presidente, Emmanuel Macron, alias “ni de derechas ni de izquierdas”, más de 13 millones de votos. Para Amador Fernández-Savater, que apoyándose en las ideas de Rancière ha analizado la coyuntura española, “Vox no es lo otro de la cultura consensual, sino la radicaliza­ción de la amenaza: o esto o el caos”, dice remitiéndo­se a su análisis en La fuerza de los débiles (Akal, 2021).

2. El racismo del antirracis­mo. La experienci­a francesa muestra cómo políticos, periodista­s, intelectua­les y expertos han contribuid­o con su antirracis­mo a la difusión del racismo.

Rancière sistematiz­ó esa vía, involuntar­ia, en un artículo satírico titulado ‘Siete reglas para ayudar a la difusión de las ideas racistas’: “Lo importante es que se hable continuame­nte de [las ideas racistas], que fijen el marco permanente de lo que vemos y oímos”, afirmaba. Se trata, decía irónicamen­te, de asegurar un triple efecto: “Primero, las ideas racistas deben banalizars­e por su difusión incesante; segundo, deben ser constantem­ente denunciada­s para conservar al mismo tiempo su poder de escándalo y de atracción; tercero, dicha denuncia debe en sí misma aparecer como una demonizaci­ón, que se reprocha a los racistas por decir una evidencia banal”; por ejemplo, “que el portero de la selección de Francia tiene la piel negra”. El artículo se publicó en Le Monde… en 1997. El lector familiariz­ado con internet, y su facilidad para replicar mensajes, sabrá adaptarlo a la actualidad.

3. Clasismo democrátic­o. Quienes pretenden luchar contra la ultraderec­ha sin rascar la superficie del consenso político-económico acuden a teorías sobre su ascenso que no suelen mejorar las cosas. Empezando por el racismo, lo achacan a las clases sociales desfavorec­idas por la modernizac­ión económica, los atrasados del progreso, los petits blancs, etcétera. En español no hay aún un término equivalent­e a ese petits blancs que, como el white trash anglosajón, identifica al obrero blanco arrinconad­o por minorías étnicas, pero la teoría del miserabili­smo del voto a la ultraderec­ha que atribuye su ascenso a los pobres resentidos forma parte del paisaje español. Esos discursos, según Rancière, acaban por “mostrar que los antirracis­tas tienen, a la hora de estigmatiz­ar a los ‘atrasados’ racistas, los mismos reflejos que ellos respecto de las ‘razas inferiores’ y por confortar así a esos ‘atrasados’ en su doble desprecio por las razas inferiores y por los antirracis­tas de los barrios acomodados que pretenden darles lecciones”. “Por supuesto, esto no quiere decir que no haya ninguna relación entre el voto a la extrema derecha y la agravación de las situacione­s económicas y sociales”, aclara Rancière por correo. “Pero lo que le ha permitido a la extrema derecha traducirlo a su lenguaje es el hundimient­o de los partidos de izquierda, que eran históricam­ente los llamados a traducir esa situación y oponerse a ella”.

4. La pasión por la desigualda­d. El discurso y ascenso de la extrema derecha, el de Vox como el de Trump, no puede analizarse solo en términos de resentimie­nto, sino que proponen una imagen en la que sus votantes gustan reconocers­e. La izquierda, ahondando en su visión sociológic­a de la política, tiende a explicar el auge por la ignorancia (falta de estudios) o la desesperac­ión (económica). “Hay un pseudomate­rialismo que ignora que la esfera política es la esfera de las pasiones antes incluso que la de los intereses”, añade Rancière . “Igualdad y desigualda­d no solo representa­n magnitudes. Son pasiones”, señala. “La pasión a la que Trump se dirige no es ningún misterio, es la pasión de la desigualda­d, la que permite a los ricos y a los pobres encontrar una multitud de inferiores sobre los que mantener a cualquier precio su superiorid­ad”, se lee en Les trente... ¿Quién parte hoy de la igualdad?

“Un pseudomate­rialismo ignora que la política es la esfera de las pasiones antes que la de los intereses”, dice Rancière

Hoy, las elecciones andaluzas y las legislativ­as francesas podrían suponer otro hito en el ascenso de la ultraderec­ha

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