El Pais (1a Edicion) (ABC)

La hora de las víctimas de Queipo

Familiares de los miles de represalia­dos por el militar golpista coinciden en que su exhumación es un paso más en el camino de la justicia y la reparación El general ordenó apresar a mujeres de “rojos” para dar con sus maridos

- EVA SAIZ, Sevilla

Gonzalo Queipo de Llano no estaba destinado a dirigir la sublevació­n franquista de 1936 en Andalucía. Al teniente general, nacido en Tordesilla­s en 1875, se le situaba en Valladolid, pero el golpe estaba muy bien preparado en Sevilla por el comandante José Cuesta Monereo y el cerebro del alzamiento, el general Emilio Mola, que no se fiaba de Queipo, decidió enviarlo allí. “Que acabara en Sevilla es una casualidad. Cuesta Monereo lo organizó todo, pero no quería protagonis­mo y a Queipo sí le gustaba figurar”, explica el historiado­r Francisco Espinosa. Su forma brutal de ejercer la represión dejó 45.000 muertos y un rastro de terror, escarnio y dolor.

Dos días después de su exhumación nocturna esta semana en la basílica de La Macarena en aplicación de la Ley de Memoria Democrátic­a, que entró en vigor el 21 de octubre, cinco descendien­tes de civiles ejecutados por orden de Queipo de Llano se reúnen en ese mismo lugar para compartir con EL PAÍS cómo esa figura siniestra ha marcado a sus familias. Todos se alegran de que la lápida del general golpista ya no esté a los pies del altar mayor —donde fue enterrado en marzo de 1971 junto a su esposa, también exhumada en el templo sevillano—, pero su sensación es agridulce por el modo casi secreto en que se sacaron los restos. “A mí me pareció una puñalada más para las víctimas”, opina Lucía Sócam, cuya tía abuela, Granada Hidalgo Garzón, es una de las 17 rosas de Guillena, ejecutadas en noviembre de 1937.

Ángel Rodríguez, de 89 años, tenía dos cuando a finales de julio de 1936 los falangista­s apresaron a su padre, Eugenio. “Era un simple trabajador de la fábrica Pickman en La Cartuja, afiliado a la CNT”, explica. Su hermana de un año, su madre de 26 y él pasaban el verano en El Ronquillo, en la sierra sevillana, y esperaban su visita. “Nunca llegó”. Su madre lo buscó por todas las cárceles de Sevilla. No sabía que un barco atracado en el Guadalquiv­ir, el Cabo Carvoeiro, se había convertido en prisión para los cientos de presos que hizo Queipo después del golpe. Eugenio fue fusilado el 1 de agosto de 1936.

Hace unos años, gracias a su nieto Eugenio —que estudió Historia y se hizo arqueólogo en buena parte por lo ocurrido con el abuelo de su mismo nombre—, Ángel se enteró de que los restos de su padre yacen entre la maraña de cadáveres de la fosa de Pico Reja, en el cementerio de Sevilla, donde ya han sido exhumados más de un millar de represalia­dos. A diferencia de muchos de su generación, Ángel nunca ocultó a sus descendien­tes cómo sufrieron durante el franquismo. “Con 14 años el cura de El Ronquillo me denunció en el cuartel de la Guardia Civil por ‘pequeño comunista’. Nunca me he escondido”, cuenta.

La tragedia marcó también a Miguel Guerrero, que con 14 años tuvo que asumir el papel de cabeza de familia. Su progenitor, de quien lleva el nombre, fue uno de los integrante­s de la columna minera detenida en julio de 1936 cuando se dirigía de Huelva a Sevilla para defender la capital de los sublevados. Estuvo preso en el Cabo Carvoeiro y el 31 de agosto fue fusilado. “Yo nunca he conocido a mis abuelos. Esa es otra carga con la que vivimos muchos familiares”, explica Miguel. Su abuela, según le contó su padre, se convirtió en una “muerta en vida” y falleció con 55 años. Miguel también busca hoy a dos hermanos de su abuelo, desapareci­dos.

También fue fusilado Joaquín Farratell, abuelo de Lourdes Farratell. Era miembro del Partido Radical y fundador del periódico Canela en Rama. Su nieta explica que era un hombre “muy crítico con la Iglesia y con el poder”. En casa no se hablaba de lo sucedido por miedo, pero ella, con la ayuda de historiado­res, pudo saber que lo mataron en San Juan de Aznalfarac­he. Cree que sus restos fueron a parar a Pico Reja.

Lucía sí pudo identifica­r a su tía abuela. En pueblos de la sierra de Sevilla y de Huelva, Queipo ordenó apresar a mujeres sindicadas, con maridos huidos o en el frente republican­o para que revelaran dónde estaban sus esposos.

Las 17 rosas de Guillena, de entre 24 y 70 años, fueron detenidas a finales de septiembre, y como era habitual, se las vejó rapándoles la cabeza y dándoles el paseíllo por el pueblo. Tras dos meses en el calabozo, las mataron en el cementerio de Gerena. Granada Hidalgo, la tía abuela de Lucía, era la mayor. “La prendieron solo porque sabía leer”, indica. En el pueblo no se habló del crimen hasta que el movimiento memorialis­ta empezó a buscar su fosa en 2010. Un día, un hombre mayor les dio una ubicación muy precisa: 73 años antes, se había ocultado entre las ramas de un olivo porque escuchó gritos de mujeres dentro de un camión. “Desde allí vio cómo las sacaban de una en una y jugaban a perseguirl­as. Las fueron cazando y matando de una en una para arrojarlas después en la fosa”, relata Lucía.

Como la de Gerena, en Andalucía hay más fosas de mujeres. Varias se abrieron sobre la misma fecha, como la de Zufre, donde yacen 16 mujeres, que no se ha podido localizar. Igual que de las 15 rosas de la Puebla de Guzmán. “Hay testimonio­s que dicen que a algunas las violaron después de matarlas”, cuenta el exalcalde Antonio Guzmán, muy comprometi­do con la localizaci­ón de la fosa de las vecinas de su municipio. Que la captura de estas mujeres significad­as en sus pueblos se produjera casi en las mismas fechas muestra la planificac­ión de Queipo de Llano. Explica Lucía: “Se organizó para que sirviera como ejemplo del castigo que esperaba a quienes auxiliaban a huidos”.

Tras recuperar los cadáveres de las 17 rosas de Guillena, el movimiento memorialis­ta acudió en 2012 a los juzgados para pedir que estas mujeres, que aparecían legalmente como desapareci­das, constaran como asesinadas, porque a diferencia de los casos de Eugenio, Miguel o Joaquín, en el de las mujeres ejecutadas no existen partes de defunción. “Aportamos pruebas de antropólog­os forenses, de arqueólogo­s y un telegrama desde el cuartel de Queipo de Llano al de Franco en Burgos en el que se le informa de que ha asesinado a un grupo de hombres y a otro de mujeres entre Guillena y Gerena”. Desde entonces no han recibido respuesta a su petición. La creación de un fiscal de sala especializ­ado en Memoria es una esperanza para que se pueda regulariza­r la situación de las mujeres represalia­das.

Los civiles de La Desbandá no son los únicos que sufrieron la furia de Queipo. El 1 de abril de 1937, en represalia por un bombardeo republican­o sobre Córdoba, el militar ordenó atacar Jaén. “El bombardeo sobre Córdoba se produjo sobre las 12.30 de esa mañana; a las dos de la tarde mandó bombardear Jaén y la orden fue ejecutada tres horas y media después”, explica Juan Cuevas, archivero municipal y autor del libro El Bombardeo de Jaén de 1937. “No era un objetivo militar ni estratégic­o, como había sido el de Durango un par de días antes, que lo que pretendía era controlar el cinturón industrial de Bilbao”, añade Cuevas; “fue un mero acto de venganza”. Se lanzaron 75 bombas que mataron a 157 personas. El propio Queipo explicó su decisión en una de sus arengas

Las 17 ‘rosas’ de Guillena, de entre 24 y 70 años, fueron fusiladas en 1937

Un bombardeo indiscrimi­nado en Jaén mató a 157 personas

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/ PACO PUENTES Desde la izquierda, Lucía Sócam, Lourdes Farratell, Ángel Rodríguez, Eugenio Rodríguez y Miguel Guerrero, familiares de víctimas de Queipo de Llano, el viernes en la basílica de La Macarena en Sevilla.

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