El Pais (1a Edicion) (ABC)

Todas las almas de Javier Marías

El novelista, articulist­a y editor fallece en Madrid a los 70 años a consecuenc­ia de una afección pulmonar. En marzo de 2021 publicó su 16ª novela, ‘Tomás Nevinson’

- JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS, Madrid

El escritor Javier Marías, autor de novelas como Corazón tan blanco, Todas las almas, Tu rostro mañana o Tomás Nevinson, falleció ayer en Madrid a causa de una neumonía, según confirmaro­n fuentes de la familia. Tenía 70 años.

Madrileño del barrio de Chamberí, académico de la lengua y colaborado­r de EL PAÍS, Marías se estrenó como escritor en 1971, con 19 años. Debutó con Los dominios del lobo, una de sus pocas novelas redactadas “por las mañanas” —se considerab­a escritor “vespertino”— en el apartament­o parisiense de su tío, el cineasta Jesús Franco, para el que había traducido guiones sobre Drácula. El libro está dedicado a su maestro Juan Benet —que medió con la editorial Edhasa para que se publicara— y a su amigo Vicente Molina Foix, que le “regaló” el título.

Durante años simultaneó la escritura con la enseñanza en la Universida­d Complutens­e y con la traducción. En 1979 su versión de Tristram Shandy ,de Laurence Sterne, recibió el Premio Nacional. En 2012 volvió a obtener la misma distinción, esta vez en la modalidad de narrativa, por Los enamoramie­ntos, pero, tal y como había anunciado, lo rechazó. Esa decisión, que se limitaba a los honores otorgados por el Estado español, afectaba también al Premio Cervantes (que no llegó a obtener) pero no al Nobel (al que fue candidato). De hecho, contaba ya con algunos de los galardones más importante­s del panorama internacio­nal: desde el Rómulo Gallegos hasta el de Literatura Europea pasando por el Nelly Sachs.

Tras ganar el premio Herralde con El hombre sentimenta­l e inaugurar su “ciclo de Oxford” con Todas las almas, la obra de Javier Marías dio el salto al gran público con la aparición en 1992 de Corazón tan blanco, que se alzó con el Premio de la Crítica. En ese libro cristalizó una inconfundi­ble voz en primera persona que trata de sintetizar narración y reflexión en largas frases que —al servicio de una trama misteriosa o de un dilema moral— reproduce obsesivame­nte el recorrido sinuoso del pensamient­o. “Errar con brújula”, lo llamaba. Más tarde vendrían Mañana en la batalla piensa en mí y, cuando apenas se usaba en España la palabra autoficció­n, Negra espalda del tiempo, en la que da una nueva vuelta de tuerca a Todas las almas.

Entre 2002 y 2007 se embarcó en su obra magna: la monumental trilogía que, bajo el título de Tu rostro mañana, supuso

Renunció a los honores del Estado español, pero no al Nobel, al que optó

su acercamien­to a la Guerra Civil a partir de un episodio inspirado en la delación de la que fue víctima su padre, filósofo y discípulo de Ortega y Gasset. Encarcelad­o por republican­o, Julián Marías tuvo prohibido impartir clases en la universida­d franquista por negarse a firmar los principios del Movimiento. Eso le obligó a realizar viajes regulares a Estados Unidos para dar clases, por lo que Javier Marías pasó su primer año de vida en Massachuse­tts, cerca del Wellesley College, en el que su padre era profesor. Alojados en la casa del poeta Jorge Guillén, como vecino tenía a Vladímir Nabokov, cuyos poemas terminaría traduciend­o y al que retrató en el volumen Vidas escritas, mítica recopilaci­ón de los perfiles publicados en la revista Claves, fundada por su amigo Fernando Savater.

Cuando parecía que esa trilogía cerraba la obra del Marías maduro —que frisando los 50 seguía siendo “el joven Marías” (el senior era su padre)—, volvió a la ficción con un conjunto de títulos que se cuentan por éxitos: Los enamoramie­ntos, Así empieza lo malo, Berta Isla yla citada Tomás Nevinson . En el prólogo conmemorat­ivo del medio siglo de Los dominios del lobo —su primera novela si descontamo­s la adolescent­e y todavía inédita La víspera— el escritor recordaba que, a la recurrente pregunta de por qué escribía, solía responder medio en broma: “Para no padecer a un jefe ni tener que madrugar ni someterme a horarios fijos”. Al final, el oficio de escritor tampoco era, añadía, “manera de pasar la vida para un vago”: “A veces me llevo las manos a la cabeza, consciente como soy de que cada página ha sido elaborada y reelaborad­a pacienteme­nte, siempre sobre papel y siempre a máquina, con correccion­es a mano y vuelta a teclear”. Durante años, además, pensó que “no viviría demasiado, quién sabe por qué”. Lo que “desde luego” no imaginaba entonces, subrayaba, es que “aquel juego de casi infancia” le iba a llevar a “trabajar tanto”.

Su último libro, ¿Será buena persona el cocinero?, llegó a las librerías en febrero pasado. Se trata de una recopilaci­ón de las columnas que había publicado entre 2019 y 2021 en El País Semanal, donde llevaba casi dos décadas ocupando la última página. “Más de 900 domingos”, le gustaba recordar, entre puntilloso y resignado por “no haber convencido nunca a nadie de nada”. Durante años fue el último colaborado­r regular que enviaba a la redacción sus artículos por fax. Su única concesión tecnológic­a fue pasar a enviarlos por WhatsApp después de fotografia­r los folios que salían de una Olimpia Carrera Deluxe a la que, con ironía, vinculaba el destino de su obra: el día que fallara la máquina de escribir, lo dejaría.

Fue uno de los escritores españoles más internacio­nales de todos los tiempos. Sus libros se han publicado en 46 idiomas y en 59 países. Y han vendido más de ocho millones de ejemplares en todo el mundo. “Si me consideran, me alegro, lo agradezco, pero si no me consideran, no me importa”, declaró en mayo, en una de las últimas entrevista­s que concedió. “En mi caso todo lo que tenía que pasar, ya ha pasado en gran medida. No me puedo quejar, he tenido mucha suerte”. Era consciente de que sus libros están en la historia de la literatura y, a la vez, en miles de biblioteca­s y en el imaginario de infinidad de lectores. Pese a todo, decía no preocuparl­e el destino de sus novelas: “La posteridad es un concepto del pasado, valga la contradicc­ión aparente. Hoy en día no tiene el menor sentido. Todo se queda viejo a una velocidad excesiva. Cuántos autores, en cuanto mueren, pasan a un olvido inmediato”. Vista la conmoción que ha producido la noticia de su muerte, no es aventurado decir que no será su caso.

Gran aficionado al fútbol y al cine, fue un columnista polémico y un novelista respetado por sus pares y reverencia­do por los lectores. Le gustaba firmar en la Feria del Libro de Madrid. Resultaba, él mismo lo reconocía, mucho más áspero por escrito que en persona. De cerca era un ser educado y generoso. Una vez abiertas las puertas de su estudio, su atención no distinguía entre ilustres y meritorios, redactores, fotógrafos o becarios.

Sometido a una dolorosa operación de espalda poco antes de la pandemia, pasó sus últimos años recluido entre su casa de la plaza de la Villa de Madrid, atiborrada de libros, películas y soldaditos de plomo, y la de su esposa, Carme López Mercader, en Sant Cugat (Barcelona). Allí tenía como vecino al cervantist­a Francisco Rico, fumador empedernid­o como él, personaje “real” en algunos de sus relatos y encargado de responder al discurso con el que ingresó en la RAE en 2008. “Sobre la dificultad de contar”, se titulaba. La novela que tenía en mente no pasó de las primeras líneas. Al cansancio de haber escrito cuatro en la última década, se le sumó la afección pulmonar que lo llevó al coma y, finalmente, a la muerte. El día 20 habría cumplido los 71.

Compaginó durante años la escritura con la enseñanza y la traducción

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SAMUEL SÁNCHEZ Marías, en su casa de Madrid en 2016.

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