Añorando al Dr. Spock
El esfuerzo por hacer frente a nuestros grandes desafíos se ve lastrado siempre en nuestro país por las guerras sectarias, por priorizar el combate al adversario sobre la búsqueda de debates serenos. El último ejemplo lo tenemos en el caso Garzón, donde el machaque al ministro ha prevalecido sobre la discusión en torno a los temas que él suscitó. Dejando ahora de lado la inoportunidad de algunos aspectos de sus declaraciones, lo cierto es que la gran cuestión de fondo se nos está escabullendo detrás del ruido. Y no me refiero solo al necesario debate en torno a las macrogranjas del que este periódico ha dado cuenta extensamente.
El punto decisivo tiene que ver con cuál es la posición de las distintas fuerzas políticas sobre la necesaria transición verde y cuáles de ellas están dispuestas a hacerla suya y cómo. Entre las cosas que me gustaría saber, por ejemplo, está si la derecha tiene un plan al respecto o si va a ser liderado solo por la izquierda. Hasta ahora, lo está utilizando para atizar al Gobierno aprovechando los aspectos más impopulares, algo que va de suyo, porque dicha transición no se hará sin que haya sectores específicos que se vean directamente afectados. ¿Quién dijo que iba a ser fácil o sin sacrificios? Igual que no puede perderse peso sin dejar de comer o sin machacarse en el gimnasio, reorganizar todo el sistema productivo para ajustarlo a la sostenibilidad no llegará sin costes. Ignorarlo y aprovecharlo para sacar pequeños rendimientos políticos puntuales es un error. Primero, porque detrás está, vigilante, el Gran Hermano europeo; y, segundo, porque la sensibilidad hacia el medio ambiente va al alza, igual que un nuevo tipo de actitudes hacia el mundo animal. Tengo un amigo que ha dejado de comer pulpo después de ver ese extraordinario documental donde sale a la luz la naturaleza de esa especie (¡cave, Galicia!), y entre mis alumnos hay cada vez más vegetarianos. Esto no va solo de pijo-progres veganos que quieren imponernos su nueva ética naturalista. Creo que es un movimiento imparable. El problema al afrontar el debate es que en él nos movemos entre una aún extensa indiferencia y el sectarismo activista. Falta más discusión racional.
Jason Brennan (Contra la democracia, Deusto) presenta tres modelos de ciudadano: el hobbit, indiferente y poco motivado políticamente; el hooligan, “emocionalizado”,
incapaz para la argumentación aunque pueda estar muy informado, y el vulcaniano, racional, informado, argumentativo, libre de emociones. Este último término lo saca del personaje del Dr. Spock de la serie Star Trek, ese ser del planeta Vulcano de orejas puntiagudas, cuya característica fundamental era carecer de emociones. No hace falta decir que es el que más escasea. De hecho, Brennan afirma que “la democracia es el Gobierno de los hobbits y los hooligans”. Pero es el que en esta coyuntura más necesitamos. Aparte de los indiferentes, en nuestro tema abundan los hooligans partidistas o los fundamentalistas verdes: lo que se echa en falta es un frío acomodo racional de los fines de la sostenibilidad a medios viables y bajo una consideración de los intereses afectados; o sea, guía científica y su adecuada ponderación política. Y un amplio consenso de base transpartidista, al menos sobre los objetivos. Esto va a ser muy complicado, pero es ya ineludible. Estamos avisados.