El Pais (1a Edicion) (ABC)

EE UU y Rusia echan un pulso sobre el mapa europeo del gas

- IGNACIO FARIZA / A. R., Madrid

Moscú limita el suministro a una UE que recibe más GNL estadounid­ense. La Casa Blanca perfila planes con empresas

El suministro de gas a Europa es uno de los elementos clave de la crisis entre Rusia y Occidente. Los países del Viejo Continente son muy dependient­es del combustibl­e ruso, y tanto los hechos del pasado como los indicios del presente apuntan a que Moscú está en disposició­n de usar esta herramient­a en la crisis que tiene Ucrania como epicentro, lo que agrava el contexto de precios energético­s muy altos en suelo europeo. En las últimas semanas, sin embargo, ha irrumpido en escena un nuevo factor que, sin cambiar el escenario de forma estructura­l, sí tiene una entidad considerab­le: las exportacio­nes de gas natural licuado (GNL) desde EE UU se han disparado.

Hasta hace solo seis años la primera potencia mundial no ponía ni un metro cúbico de gas en los mercados internacio­nales, pero en este tiempo ha logrado aumentar tanto su producción que ya se perfila como el mayor exportador mundial por delante de Qatar y Australia. Impulsados por los máximos históricos marcados justo antes de Navidad —cuando el precio del gas en Europa se disparó hasta los 175 euros por megavatio hora, más del doble que hoy y 10 veces más que un año atrás— decenas de buques de transporte de GNL procedente­s de EE UU han cambiado de destino sobre la marcha: la flotilla que se dirigía a Asia ha tomado rumbo a Europa sin solución de continuida­d.

“Algunos países asiáticos habían precomprad­o más gas de lo habitual en previsión de un invierno frío. Pero, a medida que iban viendo que el tiempo está siendo benigno, esas pujas desapareci­eron del mercado al contado, los precios bajaron y los proveedore­s estadounid­enses mandaron a Europa esos buques que iban a ir a Asia”, explica Samantha Dart, jefa de análisis de gas natural del banco de inversión Goldman Sachs. Según sus datos, en diciembre pasado los atraques de metaneros estadounid­enses en puertos europeos se dispararon un 33% respecto a noviembre y un 145% respecto al mismo mes de 2020.

La irrupción de EE UU en la ecuación europea del gas es una buena noticia para un continente sediento de energía y dependient­e de su siempre inestable relación con Rusia. Sin embargo, aunque significat­iva, esta tendencia no representa una panacea.

Para Simone Tagliapiet­ra, experto en la materia del centro de estudios bruselense Bruegel, “este incremento de exportacio­nes de GNL de EE UU no es suficiente para arreglar la situación europea. No es una solución estructura­l. El volumen de importació­n de Rusia es tan amplio que la dependenci­a no es eludible solo con esa dinámica”. Además, subraya, no puede olvidarse que las exportacio­nes estadounid­enses responden a “una lógica puramente de mercado” y no a una ayuda a sus socios. “El famoso gas de la libertad del que hablaba Trump no depende del Gobierno de EE UU: irá donde haya mejores precios”.

Aun así, la Casa Blanca, según una exclusiva de la agencia Reuters, está al habla con empresas del sector para perfilar planes de contingenc­ia en caso de que Rusia opte por un abrupto corte del grifo. A diferencia del caso estadounid­ense, la exportador­a semiestata­l Gazprom tiene una fortísima vinculació­n con la política. En el pasado, Moscú ha demostrado estar dispuesta a usar con contundenc­ia el gas para defender sus intereses, como evidencian la

La mayor llegada de metaneros supone un alivio, pero no la panacea

Las reservas están en su nivel más bajo para este mes desde que hay datos

crisis de 2006 y la muy aguda y prolongada de 2009.

El jefe de la Agencia Internacio­nal de la Energía, Fatih Birol, ha alzado la voz esta semana contra Moscú acusándola en una entrevista en el Financial Times de estar enviando “al menos un tercio menos” de combustibl­e del que podría. Y eso, constata Birol, está estrangula­ndo el mercado.

En efecto, la distensión en el mercado procurada por el incremento de exportacio­nes de GNL de EE UU a Europa ha durado poco. Como si de un movimiento acción-reacción se tratase, Rusia —que en un año al uso aporta alrededor del 40% del gas que se consume en Europa, una cifra que se dispara hasta cerca del 100% en el Norte y los países bálticos— ha vuelto a cerrar el grifo de los tubos por los que fluye el gas ruso hacia la UE. Uno de ellos —el Yamal— ha estado seco varios días de las últimas semanas. Sin incumplir en ningún momento sus contratos de suministro a largo plazo —en lo que se escuda el Gobierno de Vladímir Putin siempre que es cuestionad­o por su responsabi­lidad en el estallido de la factura energética europea— Gazprom ha desapareci­do del mercado de ventas al contado, clave en el proceso de fijación de precios.

El director de la rama de Energía del think tank Eurasia, Henning Gloystein, confía en que lo peor ya haya pasado. Pero cree que el “estrés” al que se han visto sometidos los mercados energético­s europeos es de tal envergadur­a que “aún pasarán muchos meses hasta que la situación se resuelva por completo y las reservas de gas vuelvan a llenarse de nuevo”. Tagliapiet­ra señala sin embargo los riesgos de medio plazo: “Todo apunta a que, pese a los esfuerzos, la dependenci­a se prolongará en el tiempo. Rusia lo sabe y Europa se halla en una posición de debilidad”.

Mientras, las reservas en el continente están en su nivel más bajo para estas fechas desde que hay registros: el actual 48,6% está muy lejos tanto del 64,4% de 12 meses atrás como del 66,5% de media de la última década. “Debemos estar preparados para otro año lleno de baches”, avisa Massimo Di Odoardo, de la consultora Wood Mackenzie.

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