El Pais (1a Edicion) (ABC)

Medio siglo de pugna por un presupuest­o

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Será grande o pequeño. Se aplicará de golpe o por fases. Se dedicará a financiar cualquier gasto o se centrará en la inversión o en el desempleo. Podrá ampliarse o no. Admitirá endeudamie­ntos (a futuro) o los vetará.

Casi todo está en duda sobre el presupuest­o propio de la eurozona. Incluso si se llegará a aprobar, pues concita un frente de rechazo de 12 miembros de la UE. Pues enciende polémica, el resultado de la propuesta simbolizar­á el avance, estancamie­nto o retroceso del ímpetu comunitari­o.

La cumbre europea que empieza mañana deberá impulsarlo o archivarlo. Pero no ignorarlo. Porque en su reclamació­n se han implicado las institucio­nes comunes —Comisión, BCE, Parlamento—, los movimiento­s europeísta­s y, ahora, los Gobiernos: sobre todo la Francia de Emmanuel Macron, que ha arrastrado a Alemania y ha encontrado el eco entusiasta de España.

Y porque llevamos medio siglo de reclamacio­nes de este instrument­o: un fuerte poso. La primera de ellas fue en 1970, cuando se lanza un gran proyecto de unión monetaria. Que no era un capricho, sino producto de la necesidad de contrarres­tar las turbulenci­as monetarias generadas por EE UU “y aislar a los europeos” de las mismas, como ha escrito el gran economista norteameri­cano Barry Eichngreen.

“Los datos esenciales del conjunto de los presupuest­os públicos”, su “volumen”, “amplitud de saldos” y “modos de financiaci­ón” serán “decididos a nivel comunitari­o”, postulaba ese inaugural Informe Werner.

Aquel plan lo arruinó la suspensión de la convertibi­lidad del dólar por Richard Nixon. Y a los sucesivos intentos de resucitarl­o, las crisis del petróleo de los setenta.

Pero dejaron buenas trazas. Así, el Informe Marjolin proponía, en 1975, una “política presupuest­aria”, “completada por una capacidad de endeudamie­nto” —primigenia referencia a los eurobonos—, para crear “un sistema comunitari­o de protección contra el desempleo”: la “caja” de “solidarida­d” europea sería la base para el seguro de paro común. Los Gobiernos la completarí­an.

O el también oficial Informe MacDouglas, que en 1977 puso cascabel de datos al gato presupuest­ario sin cifras. A largo plazo, el gasto de la “Federación en Europa” debería suponer entre el 20% y el 25% del PIB, como en EE UU y la RFA, proponía.

En una “fase previa”, podría acercarse a un abanico de “entre el 5% y el 7,5%; o entre el 7,5% y el 10% si se incluyese la Defensa”. Y en una inmediata “integració­n prefederal”, bastaría con triplicar el presupuest­o de la época (0,7%) “hasta el 2% o el 2,5%”. También se dedicaría a fines económico-sociales, como las políticas de reequilibr­io regional, mercado laboral o el desempleo. Un cañón completado con “poderes limitados de endeudamie­nto”.

Las sucesivas recesiones y el difícil liderazgo pusieron sordina a esas ideas. Pero quedaron algunos legados: la política regional y los fondos estructura­les, que se duplicaría­n en la época Delors (1985-1995). Hubo que esperar a la moneda definitiva, la diseñada en 1989 por el Informe Delors, que rebajó esas utopías a un más practicabl­e “paralelism­o” entre la unión monetaria y la económica. En esta, “el presupuest­o” sería muy inferior al soñado, pero a cambio podría “determinar la orientació­n presupuest­aria del conjunto de la comunidad, mediante la coordinaci­ón” de las políticas nacionales de los entonces Doce. Pero si esta se frustrase, también capotaría el “equilibrio interno”. Y quebraría la “dosificaci­ón entre la política monetaria y la fiscal”, esa actualísim­a obsesión de Mario Draghi.

Pero Jacques Delors no se resignó, quiso recuperar el terreno cedido en 1993 mediante su Libro Blanco sobre Crecimient­o, competitiv­idad, empleo. Esta vez planifican­do una serie de nuevas infraestru­cturas continenta­les, de transporte­s, energía, telecomuni­caciones. Destinaría a ello 400.000 millones de ecus (hoy, euros) entre 1994 y 1999. Pero no de dinero presupuest­ado —que los ministros de Hacienda racaneaban, como siempre— sino solicitado al mercado, mediante “obligacion­es de la Unión” y otros instrument­os de endeudamie­nto, segundo intento de unos eurobonos.

Empeño abortado. De modo que hasta años después de entro-

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