En Europa, todos ganamos
ción de crisis bancarias. Esperamos que eso evite que las dificultades de los bancos repercutan en nuestras economías y nuestros contribuyentes. El MEE puede suministrar nuevas herramientas para afrontar las crisis de deuda soberana. Y también estaremos listos para debatir la idea de un seguro común de depósitos que prevenga los pánicos bancarios.
Podemos compartir cada vez más riesgos porque los hemos reducido en el sector bancario. Un informe de la Comisión Europea, el Mecanismo Único de Supervisión y la Junta Única de Resolución destaca que, en los últimos años, los bancos han aumentado mucho sus reservas de capital, mientras que han disminuido el apalancamiento y las reservas de préstamos morosos. Estos últi- mos se han reducido en un tercio desde el comienzo de la crisis, especialmente en los países con mayores coeficientes de préstamos no productivos. En el tercer trimestre del año pasado, el porcentaje medio de préstamos no productivos fue del 4,4% de los préstamos brutos totales, en la misma tendencia descendente de los trimestres anteriores, y los primeros indicadores muestran que la tendencia continúa.
El mes pasado, los ministros de Finanzas de la UE dieron otro gran paso con la aprobación de una posición común sobre el Paquete Bancario, que incluye una norma por la que se fija el volumen de capital subordinado que necesitan los bancos para absorber pérdidas antes de utilizar los fondos de resolución. Que nos centráramos en la unión bancaria y el MEE fue una buena estrategia. Nos permitió iniciar un proceso de reformas y generar confianza. Debemos mantener este rumbo y estar abiertos a entablar otros debates.
En estos seis meses como presidente del Eurogrupo, he aprendido que cada país, incluida España, tiene sus propias prioridades en este debate. Para algunos, lo fundamental es un instrumento fiscal o un presupuesto para la eurozona. Esta idea suele suscitar preocupaciones sobre el riesgo moral y las transferencias permanentes, que habría que resolver.
Las últimas propuestas de Alemania y Francia, así como de la Comisión, son aportaciones positivas y los demás países deben hacer las suyas. No podemos construir trincheras ni ser inflexibles. El éxito del euro depende de nuestra voluntad política, nuestra audacia y nuestro pragmatismo. Y no debemos olvidar los costes de no hacer nada. Si no logramos un euro más fuerte con el que puedan prosperar todos nuestros países, no será sostenible. Y eso nos afecta a todos.