La caída: Argentina y Javier Milei
Milei ganó en los municipios más pobres y en los más prósperos. Esto puede explicarse desde la desesperación de miles de argentinos que viven la tragedia de una crisis económica que los devora
EL PRÓXIMO 10 de diciembre, el libertario Javier Milei asumirá la Presidencia de Argentina. Ese mismo día se conmemorará el cuadragésimo aniversario de la restauración democrática, tras siete años de la más luctuosa dictadura militar que asoló a Argentina, y una previa de desencuentros, guerrilla subversiva y desnorte político.
Esa fecha encierra la simbología perfecta de una gesta épica para Argentina y todo el cono sur. En 1983, Raúl Alfonsín eligió el 10 de diciembre para asumir la Presidencia y hacer así coincidir la alternancia en el poder con la celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos.
El pasado domingo 19 de noviembre, resultó electo un nuevo presidente por una mayoría potente y una diferencia que, una vez más, ni las encuestadoras ni los politólogos pudieron prever. La fórmula Milei-Villarruel y su espacio político –autodenominado liberal libertario (La Libertad Avanza)– obtuvieron en el ballotage más del 55% de los votos contra poco más del 44% de la fórmula encabezada por Sergio Massa, de extracción peronista y actual ministro de Economía.
Comencemos con lo que hay para festejar, que, aunque por momentos escurridizo, es un gran logro en estos tiempos convulsos. El pueblo argentino eligió por las vías constitucionales a su décimo presidente desde el retorno a la democracia, y lo hizo de manera pacífica y transparente. Para un régimen presidencialista como el argentino, esta instancia es de innegable centralidad político-institucional. Concentrado en una sola persona, el poder ejecutivo tiene como aliados republicanos a órganos que disputan sus propias batallas internas: el poder legislativo y el poder judicial. La última reforma constitucional de 1994 dispuesta a limar el hiperpresidencialismo acortó el mandato presidencial a cuatro años y estableció el ballotage y la reelección consecutiva por un solo período.
Fin de fiesta. Las elecciones pasadas se realizaron coincidiendo con una grave situación económica, que destila datos alarmantes: uno de cada cuatro argentinos es pobre, los precios de los alimentos e insumos básicos escalan día a día, la inflación interanual es del 140% y el 60% de los menores de edad no accede a los bienes más elementales.
Con la economía en ruinas y una grieta ideológica que parece no tener fondo, Argentina se avecina por primera vez en su historia política a un presidente sin carrera política, que desprecia la política y que adjudica todos los males del país a la «casta política».
Hasta hace un par de años, Milei era un ignoto economista que desfilaba por programas de televisión despotricando contra el Estado y alardeando de ser el anarcocapitalista elegido por las «fuerzas del cielo» para conducir los destinos del país. Sí, todo un Mesías.
Basó su campaña en propuestas económicas radicales como la dolarización de la economía, la eliminación del Banco Central y la privatización de todo lo que esté a su alcance. Si esto es controvertido, sus declaraciones en temas sensibles activaron todas las alarmas. Dijo que el Papa era el representante del maligno en la Tierra, que debe ser legal la compra y venta de órganos y que, durante la dictadura militar, solo se cometieron «excesos». Despreció a las minorías, negó la crisis climática y calificó la justicia social como una «aberración». Recorrieron el mundo imágenes de Milei portando una motosierra para advertir de lo que haría con el Estado: cortarlo de cuajo, hacerlo desaparecer.
No obstante, entre el último debate presidencial y el día de su discurso tras la victoria, la figura del libertario Javier Milei se hizo más difusa.
Sus extremas posiciones comenzaron a licuarse. De manera esquiva y confusa, ha ido relativizando casi todas sus propuestas. A la perplejidad inicial se suma ahora una alta dosis de incertidumbre. ¿Quién es realmente Javier Milei? Sus alineamientos internacionales dicen mucho, pero nunca es suficiente. Admira a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, y toma distancia de presidentes de la región como Boric, Petro, Lula da Silva y López Obrador.
Debemos señalar dos elementos que sobresalen por su impacto ético y político. El primero es escalofriante: su compañera de candidatura, la abogada Victoria Villarruel, reivindica la acción de los genocidas durante la dictadura militar, menosprecia la lucha de los organismos de derechos humanos y propone convertir a la ESMA –máximo centro de torturas y detenciones clandestinas, hoy patrimonio de la humanidad– en un parque de entretenimiento. Sí, toda una negacionista.
El segundo elemento es, al menos, desconcertante: Javier Milei se convierte en el primer presidente en arrebatarle al peronismo su gran base electoral. En las elecciones internas generales de agosto pasado, fue el candidato individual más votado. Salvo Milei, todos los demás candidatos llevan un promedio de 30 años vida pública.
La provincia de Buenos Aires concentra más del 37% del padrón electoral. Y de un total de 24 distritos (23 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), cuatro de ellos aglutinan más del 60% del padrón. Por densidad de población e impacto electoral, la provincia de Buenos Aires fue considerada históricamente la madre de todas las batallas; hasta las elecciones pasadas. Milei ganó en los municipios más pobres del país, y también en los más prósperos, ganó entre los jóvenes y entre los hartos. Ganó en el norte pobre y en la pampa húmeda.
Esto puede explicarse desde la desesperación de miles de argentinos que viven en sus carnes y en sus hijos la tragedia de una crisis económica que los devora. Milei no es para ellos un salto al vacío: están en el vacío y hace rato. Pero aún hay algo más. Pasan los gobiernos, las décadas, los líderes de un lado y otro, y la maniquea tensión peronismo-antiperonismo sigue latente. Y también lo devora todo. El candidato oficialista Sergio Massa se presentó como el peronista que venía a saldar las deudas pendientes en una apelación a la unidad nacional. Le creyeron muchos, pero no los suficientes para gobernar.
Con un Congreso sin mayorías propias, Milei asumirá un país con problemas estructurales complejos, pero no inviable, como piensan (y propician) muchos. Su capacidad de tejer alianzas para conseguir las leyes que concreten su proyecto será clave para entender la Argentina de los próximos años. Claro que, en este escenario, debemos reparar en la primera alianza que selló Milei para sorpresa de pocos, pero de un modo tan precipitado que dejó sin margen de maniobra al arco político opositor. Con el resultado de la primera vuelta, la candidata Patricia Bullrich –alfil del ex presidente Macri– perdía la oportunidad de entrar al ballotage y disputar la Presidencia. Acto seguido, Macri y Bullrich hicieron oficial su apoyo a Javier Milei, y atrás quedaron las acusaciones cruzadas y el desprecio de Milei por la «casta política»; ahora la casta está dentro, no sabemos ya si para gusto o disgusto del ahora presidente electo.
MIENTRAS escribo estas líneas me llega la triste noticia de la muerte del filósofo argentino Ernesto Garzón Valdés. Durante los turbulentos años 70 se exilió en Alemania. Desde allí iluminó durante toda su extensa vida académica a varias generaciones de filósofos y juristas en todo el mundo. En una de sus obras más recordadas, Instituciones suicidas, Garzón Valdés señalaba que tanto la democracia como el mercado tienen una fuerte tendencia a la autodestrucción. Concebidos para defender la autonomía personal y la libertad, sin un corsé ético que los guíe y contenga, pueden convertirse, sin embargo, en el principal obstáculo para conseguirlo. Sus reflexiones cobran especial sentido en estos días.
Nos debemos una fuerte autocrítica y la obligación primaria recae en quienes son directos responsables del daño de las últimas décadas. Albert Camus siempre ayuda a pensar mejor. En la obra que da título a este artículo, uno de sus protagonistas sale al cruce, y advierte: «Cuando todos seamos culpables, tendremos democracia».
Es el primer presidente que ha logrado arrebatar al peronismo su gran base electoral
Ivana Piccardo
es doctora en Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdona (UNC), especialista en Argumentación Jurídica (Alicante, España) y profesora de Derecho Constitucional y Administrativo de la UNC
La victoria del autodenominado Partido por la Libertad (PVV) de
es muy mala noticia para la Unión Europea y particularmente pésima para los países del Sur,
Wilders Geert
porque, entre otras razones, aún tienen pendiente recibir el grueso de los fondos europeos Next Generation. Si el partido eurófobo logra formar gobierno y, aunque no impulse finalmente la salida de la UE de su país, su visión de los fondos complica el reparto futuro del dinero, porque el reglamento permite a un solo país ejercer el llamado «freno
de emergencia» y forzar a Bruselas a ser más exigente con las condiciones de desembolso.
El propio Wilders en persona ya defendió en 2012 la salida de Países Bajos de la UE al pedir España el rescate bancario. «Hoy España y Chipre piden dinero. Grecia, Portugal e Irlanda ya estaban en el grifo. El Europroyecto colapsa ¡Países Bajos debe salir rápidamente!», exclamó. Pero esa visión se ha recrudecido en los últimos años con
la aprobación en la UE en 2020 de los fondos Next Generation. Estos asignan más de 160.000 millones a España, pero sólo ha recibido hasta ahora 37.000 millones y sólo cobrará el resto por partes y tras cumplir requisitos que el PVV pide endurecer.
Tony Van Dijk,
portavoz económico del PVV, se ha mostrado contrario a este instrumento de solidaridad europea. En uno de los debates de 2020, cuando el Gobierno de ter