El Mundo Primera Edición

Yo me acuerdo, pero ¿hasta cuándo?

- DAVID JIMÉNEZ TORRES

EN Quebec, todas las matrículas llevan inscrita la misma frase: Je me souviens, yo me acuerdo. Se trata del lema oficial de la provincia y alude a la autopercep­ción de los quebequese­s como un pueblo conquistad­o, a la herida de aquella derrota que en 1759 dejó a la población francófona de Norteaméri­ca bajo dominio británico. Nuestro Juan Claudio de Ramón describió en su excelente

Canadiana (Debate) el efecto de aquellas matrículas que «recuerdan, recuerdan y nunca olvidan, atosigando al conductor con los mil ojos de la memoria». Y el caso ilustra bien las paradojas de la memoria colectiva: porque, evidenteme­nte, ningún conductor quebequés se acuerda de 1759. Se acuerda de lo que le han contado sobre 1759. Recuerda lo que le han dicho que debe recordar. Y es muy posible, de todas formas, que los propietari­os de esos coches tan memoriosos solo estén ocupados en recordar la lista de la compra. La frase de marras ni siquiera estuvo fijada en los vehículos hasta 1977, cuando el nacionalis­mo decidió desplazar el lema anterior –La belle province–.

La relación del sanchismo con la memoria colectiva es menos poética que la de los quebequese­s, pero también abunda en paradojas. No se trata solo de su intento de reescribir la historia de unos acontecimi­entos que todos recordamos, como la crisis financiera –y la responsabi­lidad del PSOE en su gestión, recortes incluidos– o el procés –que no concluyó a causa de los acuerdos entre PSOE y ERC, sino por la aplicación del 155 y el juicio en el

Tribunal Supremo–. Se trata también del esfuerzo por pagar todos los peajes de los socialista­s a sus socios –como la reforma del Código Penal al gusto de sediciosos y malversado­res– antes de Nochevieja, con la esperanza de que los ciudadanos los habrán olvidado cuando toque votar en las elecciones de mayo.

Es la paradoja de un Gobierno, en fin, que aprueba una Ley de Memoria Democrátic­a a la vez que fía su superviven­cia a la amnesia colectiva. Un Gobierno que espera que la conciencia de los españoles siga el camino inverso a las matrículas de Quebec: de proclamar airadament­e je me souviens de la malversati­on a confirmars­e como belle province del sanchismo. Y quizá no se equivoque. Solo espero que, de ser así, el olvido se extienda también sobre esa gigantesca humillació­n.

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