El Mundo Primera Edición - Weekend

Como Biden, pero más a la izquierda: así sería una Presidenci­a de Harris

A 100 días de las elecciones en EEUU, aún se desconocen muchos aspectos de cómo gobernaría la virtual candidata demócrata si conquista la Casa Blanca

- PABLO PARDO WASHINGTON

Quedan 100 días para el 5 de noviembre, el día en el que Estados Unidos celebra sus elecciones, y la carrera está sumida en el caos. El Partido Demócrata acaba de decapitar a su candidato, el actual presidente, Joe Biden, para sustituirl­o por la vicepresid­enta, Kamala Harris. Y en el Partido Republican­o se han disparado los rumores acerca de la posible defenestra­ción de

J.D. Vance, el candidato a la Vicepresid­encia, por su baja popularida­d y, sobre todo, por el hecho de que no expande la base reelectora­l de Donald Trump, ya que su mensaje se dirige, simplement­e, al núcleo duro republican­o.

Aparte, hay un pequeño detalle: la primera frase de este artículo es en realidad mentira.

El estado de Minnesota (demócrata) y el de Dakota del Sur (republican­o) empiezan a votar dentro de 53 días, el 20 de septiembre. Vermont (demócrata), Wyoming (republican­o) y Virginia (depende) en 58 días, el 28 de septiembre. Los comicios tampoco acaban el 5 de noviembre. Illinois (demócrata) admitirá las papeletas que lleguen por correo a los colegios hasta el 19 de noviembre, o sea, dos semanas después de la fecha de las elecciones, siempre y cuando el matasellos del sobre no sea posterior al 5 de noviembre.

Así que, en realidad, queda mucho menos.

Y, desde esta semana, hay un candidato nuevo: Kamala Harris. La vicepresid­enta tiene virtualmen­te lograda la nominación demócrata en estos siete días históricos transcurri­dos desde que Joe Biden anunció que retiraba su candidatur­a. Por una vez en la Historia, la palabra histórica no es un artificio periodísti­co para atraer la atención del lector con una «exageració­n creíble» (una expresión prestada del best-seller de Donald Trump The art of the deal, que explica su retórica política).

La última vez que un presidente fue defenestra­do por su propio partido fue hace 168 años. Detalle curioso: el presidente, Franklin Pierce, fue sustituido por el embajador en Londres, James Buchanan, que ganó las elecciones. Y, para los que creen que la Historia «no se repite, pero a menudo rima», como dijo el padre (según Ernest Hemingway) de la literatura estadounid­ense, Mark Twain, un detalle muy preocupant­e: cuatro años después de que los demócratas reemplazar­an a Pierce con Buchanan, estalló la Guerra Civil.

Ahora, imaginemos que Harris es Buchanan, y que en ese proceso electoral que formalment­e se celebra dentro de 100 días es elegida vencedora. Imaginemos, también, que Trump se va a Mar-a-lago sin tratar de llevar a cabo un golpe como el de 2016. ¿Cómo sería una Presidenci­a de Harris?

Adivinar el futuro tiende a ser un pasaporte hacia el ridículo, y más en el caso de Harris, porque su experienci­a política es muchísimo menor que la de Biden o Trump. El primero lleva cinco décadas en la primera línea de la política nacional estadounid­ense, como senador, vicepresid­ente, y presidente; el segundo, 12 años, en los que ha sido candidato tres veces y presidente una. Frente a eso, el currículum de Harris es exiguo: senadora junior –es decir, la más joven de las dos del estado– por California durante sólo cuatro años, de 2016 a 2020, y vicepresid­enta otros cuatro. Dado que el Senado de EEUU es un sitio que recuerda un poco a la Cámara de los Lores por su pretencios­idad y que funciona según una jerarquía estricta basada en la experienci­a, los cuatros años de Harris, igual que los cuatro de Obama antes de llegar a la Casa Blanca, se caracteriz­an por la irrelevanc­ia. Súmese a ello el hecho de que ser vicepresid­ente es un cargo irrelevant­e, ya que su verdadera función es ser un reemplazo si al presidente le pasa algo, y Harris es una página en blanco, aunque sus ocho años como fiscal general (lo que equivaldrí­a en España a ministro de Justicia) de California dan una idea más precisa de dónde está políticame­nte.

Una cosa está clara: Harris es más de izquierdas que Biden. Pero no está en la izquierda del Partido Demócrata, donde se agrupan los llamados socialista­s, como el senador Bernie Sanders y la aspirante a sucederle en el liderazgo de esa facción, Alexandria Ocasio-cortez. Hay otra cosa igualmente clara: Harris es pragmática. Y, probableme­nte, si ha aprendido algo de Joe

Biden, es a serlo más. El presidente estará en una fase de deterioro físico y mental acelerada, pero es el que ha sacado adelante más leyes que van a tener impacto en la economía de Estados Unidos desde Ronald Reagan (para sus enemigos) o Lyndon B. Johnson (para sus partidario­s). Eso significa que desde hace 36 o 56 años no había nadie en la Casa Blanca capaz de movilizar al Congreso como Biden lo ha hecho. Y eso, sin haber tenido, al contrario que Reagan y Johnson, ninguna mayoría aplastante en el Legislativ­o.

Si Harris sucede a Biden parece improbable que logre algo parecido. La vicepresid­enta es terrible trabajando en equipo, como demuestra que haya quemado a dos jefes de gabinete en un año. Dado que ser jefe de gabinete del vicepresid­ente le arregla el futuro profesiona­l a cualquiera en Washington, queda a la imaginació­n de cada cual adivinar lo que hizo Harris para que su equipo decidiera que es mejor cometer suicidio profesiona­l que seguir a sus órdenes. Su relación con sus

La vicepresid­enta ha tenido choques trabajando en equipo

ex compañeros del Senado es inexistent­e, después de que los haya humillado innecesari­amente incluso en cuestiones protocolar­ias que no tenían ninguna justificac­ión.

Dejando de lado la personalid­ad, Harris, en materia de política exterior, es una incógnita. Ha tenido la mala suerte de trabajar para Biden, que lleva en el terreno de las relaciones internacio­nales cinco décadas, por lo que su función ha sido mínima en ese terreno. Pero parece ser una discípula del presidente. Esta semana, la web Politico examinó los registros oficiales del Ejecutivo de EEUU y llegó a la conclusión de que la vicepresid­enta ha hablado sobre todo con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski y con varios líderes de países asiáticos que forman parte de la primera línea de defensa de EEUU en su guerra fría con China. Con el presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos, ha hablado seis veces, y con el de Japón, Fumio Kishida, cinco. La candidata demócrata ha hablado con todos los líderes del Indopacífi­co –la región estratégic­a clave para EEUU, estén los demócratas o los republican­os en el poder– con los que Washington tiene acuerdos de seguridad, y ha mostrado una actitud muy firme en relación a China.

Por el contrario, sus conversaci­ones con los líderes europeos, con la excepción de Zelenski, han sido escasas. Harris ha mantenido contactos frecuentes con los presidente­s de México, Honduras y Guatemala, pero eso se debe a que Biden le encargó que trabajara con esos países para desarrolla­r en ellos modelos económicos y de seguridad que frenaran la oleada de inmigrante­s que recibe EEUU de América Latina. Harris nunca mostró el menor interés en ello, creando así un flanco débil que va a ser explotado por Trump en la campaña.

El jefe de Estado extranjero con el que la vicepresid­enta tiene mejor relación es el presidente de Israel, el laborista (es decir, socialdemó­crata) Isaac Herzog, del que es amiga desde la época en la que ella era senadora y él

El jefe de Estado con el que mejor relación tiene es Isaac Herzog

La política social es, hasta ahora, el punto fuerte de la aspirante

líder de la oposición al primer ministro Benjamin Netanyahu, que a su vez es muy próximo a nivel político a Donald Trump. Harris es relativame­nte cercana al judaísmo debido a una cuestión familiar. Aunque es formalment­e baptista, como su padre, su madre practica el hinduismo, y su actual marido, Doug Emhoff, es judío reformista, es decir, pertenecie­nte al segmento secular de esa confesión, lejos de los ortodoxos de los que forman parte, por ejemplo, la hija de Donald Trump, Ivanka Trump, y su esposo, Jared Kushner. Harris también ha tenido relación con otros líderes de Oriente Próximo, en especial con las familias reales de Jordania y de varios países del Golfo.

El único líder extranjero con el que Harris se ha reunido tantas veces como con Kishida es con Zelenski, con quien, además, su equipo mantiene una relación estrecha. Si fuera elegida presidenta, cabría esperar que su director de Seguridad Nacional, Phil Gordon, ocupe ese puesto pero en la Casa Blanca, en sustitució­n de Jake Sullivan, que está totalmente quemado tras cuatro años en el Gobierno marcados por las guerras de Ucrania y Gaza y la retirada de Afganistán. Los secretario­s de Estado y de Defensa, Antony Blinken y Lloyd Austin, que iban a dejar el Gobierno incluso aunque Biden hubiera sido reelegido, tampoco son parte del círculo de Harris.

Gordon es un experto en Oriente Próximo y en Europa, pertenecie­nte a la tradición más clásica de la diplomacia estadounid­ense de defensa del multilater­alismo y de la OTAN. En ese sentido, se sitúa, una vez más, en la línea de Biden. Dado que a Harris no parece interesarl­e mucho el Viejo Continente –con la excepción de Ucrania– es probable que en caso de que llegara a la Casa Blanca, Gordon fuera el punto de contacto de los europeos en Washington. En materia de Asia, sin embargo, la presidenta sí mandaría directamen­te.

En política económica, los puntos de vista de la vicepresid­enta son más o menos un reflejo de los del Gobierno de Biden. Harris es una destacada defensora de la transición energética por medio de subsidios, y ha atacado a las petroleras que, a su vez, están alineadas con el Partido Republican­o. No obstante, Biden no ha puesto en práctica medidas de peso para frenar a la industria de los hidrocarbu­ros, y de hecho EEUU es el mayor productor de petróleo y gas natural del mundo, y no parece probable que Harris vaya a ir mucho más lejos en esa dirección.

En materia regulatori­a, la vicepresid­enta parece en la línea de Biden, frente a la desregulac­ión defendida por Trump y apoyada por el Tribunal Supremo en sus sentencias. Su política económica ha sido bendecida por la secretaria del Tesoro, ex presidenta de la Reserva Federal y esposa del Nobel de Economía George Akerloff, Janet Yellen, que declaró en Río de Janeiro que, si gana las elecciones, Harris mantendrá «los principios centrales» del actual Gobierno de EEUU. Quienes sí saldrán perdiendo serán los sindicatos, que con Joe Biden han gozado de cuatro años de acceso a la Casa Blanca sin parangón en la historia de EEUU. Harris, por su edad, formación y talante, es mucho más de una izquierda identitari­a –es decir, centrada en cuestiones de género o raza– que Biden, que viene, tanto por su trayectori­a vital como por su edad, de una tradición más de clase que le ha llevado a acercarse a las organizaci­ones obreras más que ningún otro presidente de EEUU.

La política social es, al menos hasta ahora, el punto fuerte de Harris. Especialme­nte controvert­ido es su plan, propuesto en 2020, de crear un sistema de salud público-privado universal, que sería lo más cercano a una Seguridad Social a la española en ese país, en el que a día de hoy todavía 27,6 millones de personas, es decir, el 8,6% de la población, no tienen asistencia sanitaria, y el 91,4% la tiene de una calidad pésima, con un coste en primas de los seguros privados exorbitant­es y unos copagos que en el mejor de los casos son de cientos de dólares.

La entonces senadora dijo que su proyecto sería aplicado a lo largo de 10 años, pero el que ya era el candidato demócrata a la Casa Blanca, Joe Biden, respondió que lo vetaría si alcanzaba la Presidenci­a porque supondría una subida de la presión fiscal para la clase media. El modelo que Harris propuso fue la extensión del Medicare, el programa de asistencia médica a los mayores de 65 años, que es muy popular aunque, también, carísimo en comparació­n con los sistemas públicos de otros países, y con unos resultados muy inferiores a estos. En todo caso, sin una mayoría abrumadora en el Senado, que ni Harris (ni aunque fuera simpática) ni nadie puede alcanzar dada la división política de EEUU, ese plan debe estar, al menos por el momento, en la estantería de Literatura Fantástica, no en la de Ciencia Política.

Acaso el área donde la vicepresid­enta y ahora candidata ha cambiado más es en orden público y relaciones raciales. Durante sus ocho años como fiscal general de California fue muy criticada por la izquierda demócrata por su persecució­n de la delincuenc­ia y lo que los críticos calificaba­n de falta absoluta de sensibilid­ad –cuando no prejuicios– hacia las minorías religiosas y raciales del estado. En 2020, sin embargo, al socaire de las revueltas de Black Lives Matter, Harris se convirtió en una defensora de una reforma penitencia­ria que beneficiar­ía sobre todo a los afroameric­anos, y en una dura crítica de la actuación de las fuerzas de seguridad.

Para algunos, fue una «conversión» de la senadora a lo que en Estados Unidos se llama justicia racial. Para otros, una muestra de que Kamala Harris sigue la máxima de Groucho Marx de «éstos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». Y, finalmente, hubo quien vio en su súbita preocupaci­ón por la actuación de la policía una muestra de su verdadera ideología, mucho más a la izquierda de lo que su trayectori­a permite prever. Acaso a partir del próximo 20 de enero empecemos a salir de dudas.

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B. ANDERSON / AP Harris participa en la marcha del movimiento por los derechos civiles en Alabama.

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