El Mundo Primera Edición - Weekend
El sueño cumplido de Celeste “Cenicienta”
El mismo periodista que acompañó a la joven cuando era niña, y a su familia, en la caravana de migrantes de 2018 ha querido viajar a EEUU para asistir a su licenciatura en Servicios Humanos en la Western Washington University. Y así poder contar en ‘Crónica’, en primera fila y emocionado, el final feliz del “cuento” que no suele terminar así. La hondureña Celeste Hernández vistió para la ceremonia un vestido de ‘Divina Cenicienta’
logro es un tributo a todos los que me ayudaron a llegar hasta aquí. Nunca olvidaré de dónde vengo ni a dónde quiero llegar», se lee en la banda con la bandera de Honduras que se ha colocado al cuello Celeste Hernández el día de su graduación en la Western Washington University, de Bellingham (EEUU). Un abarrotado polideportivo en el que ondean las banderas de EEUU y Canadá, a escasos kilómetros de Vancouver, acoge el acto de graduación de cientos de estudiantes, entre los que se encuentra Celeste, una migrante hondureña que se ha puesto para la ocasión un vestido de Divina Cenicienta valorado en 500 dólares. Como la protagonista del cuento de hadas escrito por Charles Perrault, Celeste ha cumplido su sueño de obtener la licenciatura en Servicios Humanos, seis años después de cruzar irregularmente la frontera. La joven de 22 años fue una de las 7.000 personas que en 2018 formó parte de la caravana migrante que partió de la ciudad hondureña de San Pedro Sula, con el objetivo de llegar a EEUU. Con tan sólo 17 años y acompañada de su madre, Rosa Pineda, y su hermano Isaac, de 12, caminó cada día decenas de kilómetros y durmió a la intemperie con tal de dejar atrás la violencia endémica y la mise«este ria que asolan el país que la vio nacer. Actualmente, duerme en un acomodado apartamento en la ciudad de Seattle, rodeado de árboles y a pocos kilómetros de las sedes mundiales de Microsoft y Boeing.
En su día, el entonces presidente estadounidense Donald Trump tachó de «terroristas» a los integrantes de la caravana. Celeste derrumbó este discurso xenófobo demostrando que llegó a EEUU para superarse y aportar al país. Para ello, además de estudiar, desde hace dos años se desempeña como trabajadora social en una escuela para niños con problemas psicológicos que provienen de familias desestructuradas. Su madre y su hermano han viajado en avión desde Minnesota para asistir con «orgullo» a la graduación universitaria de Celeste, quien recogió su título con una gran sonrisa por el triunfo conseguido tras años de esfuerzo y soledad alejada de su familia. Un día antes, su madre y su hermano, que hacía dos años que no se reencontraban con Celeste, celebraron este hito subiendo con Celeste al Space Needle, a 158 metros de altura, desde donde se divisan los rascacielos de esta opulenta y vanguardista ciudad al norte de EEUU.
PRIMER ENCUENTRO CON EL REPORTERO
A Celeste, Rosa e Isaac, procedentes de Santa Rosa de Copán (Honduras), los conocí en la ciudad mexicana de Puebla, a 129 kilómetros de Ciudad de México, cuando decidí acompañar a la caravana migrante en su camino hacia el sueño americano para conocer de primera mano las razones reales de esta migración masiva. Desde entonces, se convirtieron en mi familia hondureña, con la que compartí albergues, comidas y transporte hasta que cruzaron la frontera por un punto ciego en Tijuana el 13 de diciembre de 2018. Una patrulla fronteriza los trasladó a un centro de detención de San Diego donde permanecieron dos días bajo custodia. Celeste recuerda que «fue horrible. Para empezar, los oficiales son completamente rudos y nos trataron muy mal, puesto que había muchas personas en un cuarto muy pequeño y de comida daban burritos y un jugo». Reconoce que su paso por el centro de detención «fue la peor parte del viaje, porque tampoco había un baño privado, sino que estaba abierto, no había puerta ni nada y todo el mundo podía ver».
Tras ser liberados, se trasladaron a Willmar, una pequeña localidad de 20.000 habitantes situada en el estado de Minnesota,
a 4.639 kilómetros de su lugar de origen, puesto que ahí vivía Gaby, la hija mayor de Rosa, desde hace 11 años. Nada más llegar, vivieron en la casa de una amiga hondureña, donde no había espacio suficiente para todos ellos, por lo que la familia optó, desesperada, por solicitar ayuda al concejal del Ayuntamiento de Willmar Fernando Alvarado. Tras conocer su historia, este se puso en contacto con Jessica Rohloff, una mujer estadounidense que decidió acogerlos en su casa desde enero de 2019 y sufragar todos sus gastos en alimentación y ropa, así como asumir los costes sanitarios y educativos, convirtiéndose en un «ángel», según reconoce Rosa. Después de seis años de convivencia, Rohloff ya los considera su «familia» y asegura sentirse «responsable» de ellos. No obstante, aclara que no es rica, aunque sí tiene una «base estable» y una casa, lo que le per
económicamente a Rosa e Isaac. Mientras, durante los últimos años, Celeste vivió en casa de una amiga de Jessica en Seattle, trabajadora de Microsoft, quien a su vez se encargó de pagar los dos primeros años de una universidad comunitaria que es mucho más económica que el resto. Los dos últimos ejercicios estudió en la universidad pública Western Washington, gracias a becas del Gobierno que sufragaron los 60.000 dólares anuales que costaron sus clases.
«Antes de que vinieran a mi casa, yo trabajaba limpiando casas, pero tengo suficiente para compartir, aunque muchas veces no podemos pagar el doctor y entonces yo dejo de tomar muchas medicinas para sostener a esta familia», confiesa Rohloff, quien afirma que creció con «muy pocas oportunidades, pese a lo cual pude ir a la universidad porque tuve tres trabajos y apliqué a ayumiteasumirelcostedemantener das del Gobierno». Por este motivo, indica que quiso lo mismo para Celeste e Isaac, puesto que el día que ella se muera, prefiere «haber hecho algo que vale la pena».
GRADUADO CON HONORES EN LA HIGH SCHOOL
Por su parte, Isaac, que ya tiene 18 años, se acaba de graduar de Willmar High School con las notas más altas y, por tanto, ha sido invitado a formar parte de una sociedad «de honores» a la que solo pueden acceder unos pocos estudiantes con unas calificaciones excelentes. De momento, ya ha sido aceptado en dos universidades de EEUU, de las cuales él ha optado por estudiar en una de Nuevo México a partir del mes de agosto, tras ser beneficiado con una beca que le permitirá pagar parte de los 11.000 dólares anuales más otros 6.000 dólares para la comida y el dormitorio. Jessica ya se ha comprometido a abonar lo que no cubra la beca mientras el adolescente aún está pensando si estudia Odontología o Negocios, dado que su aspiración es ser «rico» para ayudar a personas como él que llegaron al país sin nada.
El próximo martes, tras seis años de convivencia, Rosa e Isaac se mudan a Los Ángeles, donde vive Gaby, la hija mayor, dado que cuando el joven comience
la universidad su madre no quiere quedarse sola en la granja de Minnesota donde vive actualmente con Jessica, a varios kilómetros del pueblo más cercano, New London. Es la única de la familia que no tiene permiso de trabajo, ni ha regularizado su situación migratoria en EEUU, cuyo trámite ha quedado en cierre administrativo temporalmente. Tampoco ha aprendido a hablar inglés, a diferencia de sus hijos que lo dominan perfectamente, lo que le ha aislado al no poder comunicarse ni siquiera con la mujer que la acoge en su casa. La mayor parte del tiempo se queda sola en la vivienda, acompañada de un gato, situación de soledad que se agrava aún más durante los seis meses de invierno, donde nieva copiosamente y las temperaturas son gélidas, llegándose a congelar los lagos. «Si quiero salir a pasear, no puedo porque el lugar donde vivo queda a media hora en coche y a pie no sé cuántas horas tardaría», asevera, al tiempo que lamenta que vive en una casa donde no hay vecinos y no puede relacionarse con nadie.
Por ello, su sueño, una vez que Celeste se ha graduado e Isaac va a comenzar la universidad, es regresar sola a Honduras, donde tiene pensado dedicarse a la venta ambulante de bisutería, tal como hacía antes de emigrar junto a sus hijos en busca de una vida mejor. Antes de tomar esa drástica decisión, tiene previsto buscar un empleo en Los Ángeles, donde vivirá a partir de ahora con su hija mayor y sus tres nietos con quienes espera comenzar una nueva vida en EEUU sin depender económicamente de Jessica.
Rosa recalca que decidió emigrar huyendo de la violencia por parte de su entonces pareja y en busca de un «mejor futuro» para sus hijos porque quería «sacarlos del peligro, dado que en Honduras hay mucha delincuencia en cada esquina». «Allí no hay nada», lamenta, al tiempo que destaca que, una vez en EEUU, tuvo la suerte de conocer a la «incomparable» Jessica, quien «es todo para mí. No hay palabras para describirla y todavía no me lo creo porque ella paga todo».
“VIVIR EN UN LIMBO”
Por su parte, Rohloff detalla que tanto Isaac como Celeste cuentan con un status especial de migrante juvenil, por lo que
pueden permanecer legalmente en EEUU, de modo que su siguiente paso será aplicar para la residencia y «tal vez en una década puedan obtener su ciudadanía». Por el contrario, explica que Rosa tiene pausado su caso de petición de asilo, por lo que no puede aplicar a la ciudadanía, mientras que corre el riesgo de que, si el Gobierno decide reabrirlo, podría ser deportada si se le deniega el asilo. Por tanto, remarca que es «como vivir en un limbo», por lo que «vamos a tener que ayudarla», dado que no puede trabajar de manera regular. Mientras, Rosa defiende su sacrificio para darles un futuro a sus hijos: «La única manera de que se cumpla el sueño americano es estudiando y, de lo contrario, vamos a continuar siendo esclavos modernos con trabajos pesados. Mi sueño es ver a mis hijos preparados y siendo profesionales con un trabajo digno y con éxito». Rosa asegura a pocos días de despedirse de Jessica que siente que está siendo «desagradecida» con ella, pero aclara que lo único que busca es trabajar en otro lugar para salir adelante por ella misma sin depender de nadie.
Jessica, por su parte, admite que sí los va a extrañar, pero considera «natural» que quieran irse y encontrar «su propia vida». No obstante, confía en que no es el fin de su relación, sino que espera volver a verlos y recuerda que su casa siempre estará abierta por si necesitan regresar.
Rosa, madre de Isaac y Celeste, decidió correr el riesgo de escapar de Honduras para alcanzar el “sueño americano”