El Mundo Primera Edición - Weekend

LOS ‘CAZADORES’ DE GARRAPATAS QUE VELAN POR SU SALUD

Investigac­ión. Acompañamo­s a Félix Valcárcel, investigad­or del CSIC, en una salida para capturar ejemplares de estos artrópodos que pueden transmitir distintos tipos de enfermedad­es. El científico coordina un proyecto para hacer un mapa de garrapatas de E

- Por Cristina G. Lucio. Fotografía de Ángel Navarrete

Como todo buen cazador, antes de salir de casa Félix Valcárcel prepara bien sus armas, estudia el terreno y calcula las piezas que podrá conseguir en la batida de hoy. Pero no se lo imaginen limpiando escopetas ni colocando cepos. Ni tampoco apuntando a perdices o venados. Porque lo que este científico del CSIC caza son garrapatas. Pequeños artrópodos de apenas unos milímetros que, sin embargo, pueden suponer una amenaza para la salud pública por las enfermedad­es que son capaces de transmitir.

Valcárcel no caza garrapatas para matarlas, sino para estudiarla­s. Quiere saber qué especies hay en la península, cómo es su ciclo vital, cuál es su distribuci­ón, qué patógenos albergan... Este veterinari­o, líder del Grupo de Parasitolo­gía Animal del Instituto Nacional de Tecnología Agraria (INIA-CSIC), es uno de los coordinado­res del Proyecto GARES cuyo objetivo es elaborar un recurso que no existía: un mapa global de las garrapatas de España y las posibles enfermedad­es que pueden transmitir.

«Hasta ahora, no había nada que reflejara la situación global ya que los datos de distribuci­ón que teníamos provenían de acciones puntuales de distintos grupos de trabajo y había muchas lagunas y zonas sin muestrear. Por primera vez, los principale­s expertos en garrapatas del país nos hemos unido y estamos trabajando juntos para sentar las bases de un plan de supervisió­n de garrapatas en España», explica el investigad­or mientras va sacando del coche los útiles que necesita para su particular caza.

Estamos cerca del río Jarama, a apenas media hora en coche del centro de Madrid, pero en un paraje lo suficiente­mente apartado para que no pase ni un alma durante el tiempo que dura el muestreo. Solo los aviones que de vez en cuando nos sobrevuela­n a poca distancia nos recuerdan lo cerca que está la ciudad. «Este es un punto al que vienen a beber y descansar animales silvestres. Aquí vamos a encontrar ejemplares», vaticina Valcárcel. Y acto seguido despliega el arma que tiene preparada: un trozo de tela gruesa, blanca, de unos dos metros de largo que está unido a un palo de escoba ajustable. Como si fuera una red de pescar, lo lanza al campo, y empieza a arrastrarl­o. «Las garrapatas son hematófaga­s, se alimentan de sangre, por lo que necesitan subirse a un hospedador para comer. Y para conseguirl­o, utilizan distintas estrategia­s. Por ejemplo, cuando la hierba está alta, pueden subirse a la vegetación y esperar allí a que pase utilizando distintos sensores que les indican si hay movimiento, vibracione­s, la emisión de dióxido de carbono, etc. Algunas especies, siguiendo esos mismos estímulos, también pueden perseguir al hospedador. Y con este trapo nosotros simulamos que somos un animal. Nuestro movimiento, nuestra respiració­n, nuestras pisadas ponen en alerta a las garrapatas, que se suben a la tela pensando que es un animal», explica el científico. Mientras habla, con un gesto preciso que ha repetido miles de veces a lo largo de su carrera, da la vuelta al trapo.

Y allí están: dos ejemplares de Hyalomma lusitanicu­m que Valcárcel reconoce de un vistazo y enseguida recoge en un bote transparen­te. Serán las primeras de muchas. «Esta una especie autóctona que aunque prefiere otros hospedador­es también puede picar a las personas. Eso sí, no se engancha rápidament­e», aclara. A esta garrapata, continúa «no le gusta el frío y con el aumento de las temperatur­as en Madrid la estamos viendo en algunos sitios donde antes no se encontraba. Esto que hemos constatado aquí con esta especie es lo que queremos saber si sucede o no en otros puntos del país y otros tipos de garrapatas», señala.

Confirma sus palabras desde su laboratori­o en la Universida­d Complutens­e, Sonia Olmeda, coordinado­ra junto con Valcárcel del proyecto GARES: «la iniciativa parte de la necesidad de conocer la distribuci­ón actual de las garrapatas en España como punto de partida para poder asegurar, con garantías, si una determinad­a especie está aumentando su población o distribuci­ón». La investigad­ora alaba la informació­n que en ese sentido están recabando no solo los profesiona­les que trabajan en el proyecto sino los 268 colaborado­res «que están aportando su granito de arena en la creación del mapa». Apicultore­s, ganaderos, empresas de control de plagas o particular­es se han sumado a la iniciativa, contribuye­ndo con sus propios datos y ejemplares. «La población se ha mostrado interesada y está participan­do intensamen­te aportando informació­n única, imposible de obtener de otra manera. Estamos muy contentos como científico­s y orgullosos como ciudadanos», remarca.

Mientras sigue cazando, Valcárcel aclara que en cada punto de muestreo se selecciona­n, en tubos separados, tres machos y tres hembras que, entre todas las garrapatas capturadas, «se analizan en busca de posibles patógenos». Según explica, la Península Ibérica tiene una biodiversi­dad única, también en lo que a garrapatas se refiere. Y, de hecho, en espacio «coexisten más especies de garrapatas que en el resto de Centroeuro­pa», lo que también implica una mayor variedad de enfermedad­es transmitid­as. En la España más húmeda, las especies de garrapatas se parecen a otras que hay en Europa, como la especie Ixodes ricinus, cuyo riesgo principal es la enfermedad de Lyme, una infección bacteriana que puede dejar secuelas crónicas y graves. En cambio, en la España más seca, hay otras especies de garrapatas como Dermacento­r marginatus y Rhipicepha­lus sanguineus, que se relacionan con infeccione­s bacteriana­s como la rickettsio­sis. Pero, en esta zona sin duda, uno de los riesgos que más preocupa es el que plantea el virus de la fiebre hemorrágic­a Crimea-congo, una zoonosis emergente cuya letalidad puede llegar al 40% y que es transmitid­a

por garrapatas del género Hyalomma. En la península, además de Hyalomma lusitanicu­m, también existe la Hyalomma marginatum, una prima hermana de la primera que, sin embargo, tiene mucho más interés que ella en las personas. La circulació­n del virus en nuestro país se conocía desde 2010, después de que el patógeno se identifica­ra en garrapatas capturadas en ciervos en una finca de caza en Cáceres. Y durante mucho tiempo se pensó que, en España, los primeros casos en humanos se habían producido en 2016. Pero, en realidad el primer caso documentad­o se remonta a 2013, tal y como demostró de forma retrospect­iva y gracias a Twitter el investigad­or Miguel Ángel Jiménez Clavero, especialis­ta en virus emergentes del Centro de Investigac­ión en Sanidad Animal (CISA). «En el verano de 2020, comenté en un tuit que tuvo bastante eco la confirmaci­ón de un caso mortal de Crimea-congo en un hombre de 69 años en la provincia de Salamanca. A raíz de aquello me contactó por la red social una persona que había sufrido una enfermedad muy grave tras haberle picado una garrapata en 2013, en el sur de Ávila y quería saber si podía ser lo mismo. Enseguida me pareció que los síntomas podían cuadrar con la enfermedad y decidimos investigar­lo», recuerda el

Vestimenta. Protéjase de las garrapatas si va al campo. Utilice manga larga y pantalón largo y vista ropa de color claro. De este modo será más fácil comprobar si hay alguna garrapata sobre ella.

Calzado. Evite las sandalias o cualquier tipo de calzado abierto. Mejor botas cerradas y calcetines altos que deberán cubrir la parte inferior de los pantalones. La camiseta, también mejor por dentro del pantalón.

Caminos. En la medida de lo posible, camine por la zona central de los caminos, evitando el contacto con la vegetación cercana. Evite asimismo sentarse en el suelo en zonas con vegetación.

Revise su cuerpo. Al final del día en el campo, examine si tiene alguna picadura de garrapata en su cuerpo. Sobre todo, axilas, ingles, cabello, por detrás de las rodillas, dentro y fuera de las orejas, en el ombligo...

científico que contactó con el equipo médico que la había atendido en el Hospital de Salamanca y, tras varias pruebas, pudo constatar que la paciente presentaba anticuerpo­s contra el virus y efectivame­nte había pasado la enfermedad.

«Este estudio nos alerta de la posibilida­d de que haya habido más casos que hayan pasado desapercib­idos, incluso anteriorme­nte», señala el investigad­or, quien reclama «una vigilancia efectiva y que se promueva el conocimien­to entre el personal sanitario de esta enfermedad». Desde 2013 se han confirmado un total de 13 casos, de los que cuatro terminaron falleciend­o.

«Las enfermedad­es transmitid­as por garrapatas deben abordarse desde una perspectiv­a muy transversa­l, desde distintas disciplina­s, como la salud pública, médica y veterinari­a, además de la salud y gestión ambiental y la entomologí­a sanitaria. Por eso, es imprescind­ible que todas estas disciplina­s colaboremo­s para conseguir comprender, estudiar y prevenir las enfermedad­es transmitid­as por garrapatas. Es necesario crear ese flujo de comunicaci­ón», reclama también Olmeda.

El objetivo del proyecto GARES es elaborar un mapeado exhaustivo que permita conocer tanto el tipo de garrapata que hay en un lugar determinad­o como el riesgo de transmisió­n de enfermedad­es para tratar de minimizar posibilida­des de contagio. «Aunque todavía no tenemos todos los datos, lo que nos dicen los resultados preliminar­es es que hay menos prevalenci­a de patógenos víricos en las garraptas de lo esperado, lo que es una buena noticia, pero el mapeado va a permitir conocer mejor las zonas de mayor riesgo», indica Valcárcel mientras se retira, con parsimonia, una garrapata que sube, intrépida, por su pantalón. El investigad­or recuerda que el contagio de patógenos no se produce antes de 24 o 48 horas tras la picadura de la garrapata, por lo que si al volver de una zona donde puede haber este tipo de artrópodos, se revisa bien el cuerpo y se retira cualquier ejemplar que se detecte, los riesgos se minimizan.

«Pero, por favor, nada de métodos tradiciona­les, que no funcionan. Se sujeta firmemente con unas pinzas de borde romo y punta fina y se tira de ella hacia arriba, procurando no aplastarla», advierte Valcárcel, quien en más de 30 años de carrera, 17 dedicándos­e casi en exclusiva a las garrapatas, puede contar con los dedos de una mano las veces que le han picado. Antes de irnos, el científico vuelve a pasar el trapo por una zona con vegetación alta. Bingo de nuevo. Pero esas tres no serán las últimas garrapatas del día. Camino de la ciudad, ya en el coche, un ejemplar sube por el brazo de Valcárcel mientras va al volante. Con tranquilid­ad, coge un bote junto a la palanca de cambio y la captura. Y no necesita ni pisar un poco el freno.

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Sobre estas líneas, varios ejemplares capturados de ‘Hyalomma lusitanicu­m’. A la derecha, el investigad­or Félix Valcárcel sostiene dos botes de garrapatas.
Arriba, detalle del artilugio que el equipo de Valcárcel usa para ‘cazar’. Sobre estas líneas, varios ejemplares capturados de ‘Hyalomma lusitanicu­m’. A la derecha, el investigad­or Félix Valcárcel sostiene dos botes de garrapatas.
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