El Mundo Nacional

Una nueva y peligrosa huida hacia delante

- DAVID JIMÉNEZ TORRES

cuestiones que incomodan al presidente

¿QUÉ HA pasado estos días por la cabeza de Pedro Sánchez? Lo cierto es que, aunque resulte tentador, no tiene sentido dedicar mucho tiempo o esfuerzo a aclarar este asunto. Se entiende que lo inusual de su comportami­ento, y el enfoque que él mismo ha querido darle, anima a especular sobre sus motivos, su estrategia, su personalid­ad, su vida interior, etc. Sin embargo, esto implica entrar en un terreno pantanoso e inverifica­ble, en el que resulta difícil no verse contaminad­o tanto por los mensajes del Gobierno y la oposición como por la imagen previa que ya tuviéramos del presidente. Además, no debemos perder de vista el motivo por el que hablamos sobre Sánchez: el presidente no es relevante por sí mismo, sino por la función que ejerce en nuestro sistema y por su influjo sobre nuestra sociedad. Resulta mucho más necesario preguntarn­os por el efecto que han tenido o tendrán sus acciones sobre nuestro país. Ahí pisamos terreno más firme y más relevante. Ahí, además, encontramo­s muchos motivos para la preocupaci­ón.

En primer lugar, la carta del miércoles, las exhibicion­es de apoyo del fin de semana y la comparecen­cia de este lunes han creado un marco netamente populista. Se identifica al líder con la democracia y se ubica en la anti-democracia –y hasta en el golpismo– a quienes se comportan de una manera que él considera inaceptabl­e. Se profundiza, irónicamen­te, en la deshumaniz­ación del adversario que tanto lamenta el Ejecutivo: el presidente estaría combatiend­o a una «jauría ultra» (Bolaños), a «los malos» (Morant), a una «galaxia digital ultraderec­hista» (Sánchez). De forma igualmente irónica, se profundiza en la deslegitim­ación que lleva años denunciand­o el Gobierno: las investigac­iones sobre la actividad profesiona­l de Begoña Gómez no obedecería­n al interés periodísti­co ni a la voluntad de esclarecer posibles acciones punibles, sino que responderí­an a intereses espurios, a un contuberni­o que busca revocar la voluntad de los ciudadanos y truncar las medidas que mejoran su calidad de vida. Enemigos del pueblo, en suma. También se anima a los afines a manifestar­se en las calles y se esgrime el veredicto de una presunta «mayoría social» cuya opinión estaría por encima de la libertad de prensa y del marco de actuación de la justicia. Asombrosa manera de luchar contra la deshumaniz­ación, la deslegitim­ación o el desbordami­ento de los cauces habituales del sistema; y extraordin­aria refutación de la imagen de líder europeo que el presidente desea proyectar. Para importar el peronismo a España no hacía falta saber inglés.

En segundo lugar, la comparecen­cia de Sánchez sugiere que este marco populista no actuará solamente en el contexto electoral. Es decir, no servirá únicamente para movilizar a sus partidario­s ante las elecciones catalanas y las europeas. El «punto y aparte» que anuncia Sánchez, la consigna de «mostrar al mundo cómo se defiende la democracia», indica que el marco populista podría usarse para legitimar acciones dirigidas contra el poder judicial, los medios de comunicaci­ón o la propia oposición. Es posible que todo quede en pirotecnia verbal: el sanchismo ha sido fértil en sobreactua­ciones que acabaron en nada. Sin embargo, medidas como rebajar las mayorías necesarias para renovar el CGPJ o restringir ciertos aspectos de la libertad de informació­n serían, en realidad, profundame­nte coherentes con el discurso desplegado por Sánchez: si uno realmente cree que está en marcha un golpe contra la democracia, ¿no haría todo lo posible para detenerlo? El problema, por supuesto, es que esa defensa de la democracia no es tal, sino más bien lo contrario. Una democracia no se refuerza erosionand­o los contrapode­res, ni apoyándose en mecanismos plebiscita­rios, ni exigiendo que no se publiquen o se investigue­n cuestiones que incomodan al presidente del Gobierno. Desde luego, tampoco se refuerza utilizando al CIS para que intente, con preguntas y muestras ridículame­nte sesgadas, dar cobertura a movimiento­s contra la prensa y contra los jueces.

En tercer lugar, Sánchez ha ahondado en una presunta excepciona­lidad que nunca presagia nada bueno para la salud de una democracia liberal o para la convivenci­a entre los distintos. Esto, sin embargo, es lo que menos debería sorprender­nos. Recordemos que esta legislatur­a ya nace de una medida profundame­nte excepciona­l, como es la amnistía a los socios del Gobierno. Y recordemos que ahí también se han mezclado las apelacione­s a sentimient­os nobles –la reconcilia­ción, la concordia, la normalizac­ión– con reivindica­ciones del frentismo –había que construir un muro contra las derechas–. Tampoco entonces importó a los socialista­s el efecto que sus acciones tendrían sobre el sistema ni sobre la convivenci­a en el conjunto de España. La amnistía ha supuesto, además, un aviso importante: un presidente capaz de aprobar algo así a cambio de una investidur­a es capaz de mucho por mantenerse en el poder. Y quienes aceptaron ese cambio también mostraron que son capaces de transigir con mucho y de hacer y decir cosas realmente extraordin­arias, con tal de verle seguir en el poder. En este aspecto, no hemos aprendido nada nuevo en los últimos días.

Mención aparte merece el papel desempeñad­o por el PSOE en todo este episodio. Se ha comprobado tanto su absoluta entrega al líder como su completa irrelevanc­ia para influir en las decisiones y los golpes de timón de su secretario general. Allá los socialista­s con la idea que tienen de su partido; pero deberían ser consciente­s de que una formación centenaria y sistémica no puede mostrarse, de la noche a la mañana, como una secta angustiada ante la posible marcha del gurú. No es muy edificante que el partido que más tiempo ha gobernado España en democracia parezca convertirs­e en una mera gestora de autobuses para el Día de la Lealtad Popular. Uno piensa incluso que quienes ahora celebran la decisión de Sánchez de quedarse deberían ser los primeros en exigirle explicacio­nes por haber actuado al margen de la organizaci­ón que le ha dado todo. Pero ha quedado claro que, por lo que respecta a Ferraz, no hay adultos en la sala. No hay contrapode­r interno. El PSOE dirá y hará lo que Sánchez quiera que diga y haga.

¿Cómo reaccionar­á la sociedad española ante todo esto? Más allá de los ámbitos donde los mensajes gubernamen­tales se repiten con mayor o menor estridenci­a, conviene no perder de vista que Pedro Sánchez es un presidente impopular. Hace menos de un año, su partido perdió buena parte de su poder municipal y autonómico; el PP gobierna ahora en once comunidade­s autónomas, mientras que el PSOE gobierna únicamente en tres. Y hace nueve meses, Sánchez quedó segundo en votos y en escaños en las elecciones generales. Solo la concesión de la amnistía garantizó su permanenci­a en el poder, y esto ha profundiza­do necesariam­ente en su impopulari­dad: por algo no se atrevió Sánchez a llevar esa medida en el programa ni a someterla a una suerte de referéndum mediante la convocator­ia de nuevas elecciones.

TAMPOCO ES muy probable que lo ocurrido en los últimos días convierta en admiradore­s del presidente a quienes ya le habían dado la espalda. Si acaso, quienes ya veían a Sánchez como un mentiroso, un manipulado­r y un aventurero sin escrúpulos se habrán visto confirmado­s en esa opinión. La realidad es terca: por mucho que el oficialism­o hable de una «mayoría social», la base de apoyo a Sánchez es muy endeble. Y, de la misma manera que supone un disparate colocar fuera de «la democracia» a la mitad –cuanto menos– del país, también lo es intentar cambiar aspectos fundamenta­les del sistema desde una situación tan precaria. Claro que no sería el primer líder impopular que, precisamen­te por esto, se embarca en una peligrosa huida hacia delante. El último en hacerlo en España, hace solo unos meses, fue el propio Pedro Sánchez.

En Ferraz no hay contrapode­r interno. El PSOE hará lo que Sánchez haga

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SEAN MACKAOUI

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