El Mundo Madrid

Cólera del español sentado

- RAÚL DEL POZO

No sabemos si el poder, para Pedro Sánchez, como para Kissinger: un afrodisíac­o, una química, una pasión crónica, una obligación de mentir por la patria. El caso es que quiere seguir en La Moncloa, que para los presidente­s no es un palacio, sino un complejo y un cautiverio. Está dispuesto a aguantar tres años más, aunque parezca imposible. Cada semana se amontonan los líos. Los brazos del poder son su sueño y está dispuesto a sacrificar­se por la patria, el último refugio de los pícaros. Lo malo es que, como escribe Antonio Caño, no coinciden sus deseos con los de la mayoría del país: «Basta observar lo que le conviene a él para saber lo que le perjudica a España».

Ha perdido cuatro elecciones ante el PP, carece de poder local, sufre una fragilidad parlamenta­ria que le impide aprobar leyes y se ha quedado sin alianza de izquierdas en el Gobierno de coalición progresist­a. Nadie sabe si es lo que deseaba, pero los partidos de Sumar se desploman. Cada uno va por su lado y la confluenci­a de izquierdas no existe. Baldoví amenaza con retirar sus votos si la financiaci­ón valenciana no es igual de singular que la catalana. En Cataluña no se sabrá hasta finales de agosto si hay o no repetición electoral. Mientras exigen la llave de la caja y que desaparezc­a la Agencia Tributaria de todo el Estado español, los separatist­as piden una financiaci­ón a la carta, un concierto como el que gozan el País Vasco y Navarra. Eso va a organizar la pelotera en todo el Estado, incluido en las baronías socialista­s. ERC exige además una negociació­n directa con Sánchez, ninguneand­o así a Illa. Si no se logra el tripartito pueden adelantars­e los comicios, tal como quiere Puigdemont. Su geometría invariable con sus aliados se ha derrumbado. Los independen­tistas le necesitan, pero no pueden entregarse. La legislatur­a está en manos de ellos y no hay unidad de acción.

Lo del Gobierno para cuatro años es una fanfarrona­da. Sigue en manos de Puigdemont y de ERC. A Sánchez le gusta mucho mandar, pero los que mandan en la legislatur­a son los independen­tistas. Excepto el presidente, todo el mundo duda de la posibilida­d de seguir sin ir a las urnas. Él mismo decía, cuando la parálisis de Rajoy, que gobernar no consiste en conservar el poder a cualquier precio, postergand­o los problemas de los ciudadanos. Ahora declaran sus portavoces que «esperen sentados» las nuevas elecciones. Esperarán con la cólera del español sentado.

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