La huella indeleble de Podemos
DESDE hace un par de semanas, un amigo me viene dando puntual cuenta de la guerra civil digital, absolutamente cruenta, que se ha desencadenado a la izquierda de la izquierda como consecuencia de un posible reencuentro entre Sumar y Podemos. Es extraño que la prensa no haya contado casi nada del asunto. A los diez años de su presentación en sociedad, el movimiento impulsado por Iglesias y otros dirigentes educados en las mejores universidades, es una PYME en la que camaradas y familiares que no han podido colocarse en la función pública luchan por seguir teniendo un salario decente. Nada que reprochar: uno entiende que, como en la película, «son solo negocios, nada personal».
Pese a la destrucción electoral, pocos pueden discutir la huella que Podemos sigue dejando en la política española. Su principal aportación, por supuesto, ha sido prender la llama de la polarización en un país que necesita poco para encenderse. Después, otros han cogido la antorcha thymótica, creando bancos emocionales que los nuevos financieros del odio aspiran a gestionar con éxito. Su contraparte en la derecha no ha hecho más que crecer hasta convertirse en una secta cuya razón de ser es la ética y la estética de la conspiración. La antaño izquierda centrada, con Sánchez a la cabeza, ha comprado todos sus lugares comunes, atacando la separación de poderes (lawfare) y entregándose a un proyecto plurinacional cuyo objetivo final es liquidar la Constitución.
Pero este preámbulo emocional no es nada si lo comparamos con el éxito de Podemos a la hora de fijar su revolución moral en la economía y la sociedad. La semana pasada habrán estado a palos en el WhatsApp y en X, pero en el Congreso han ganado todas las partidas importantes: Belarra ha permitido a Díaz salvar su decreto laboral una vez satisfechas sus exigencias y ha impuesto al PSOE la ruptura del equilibrio por sexos en la Ley de Paridad. La nave va y los vestigios morados y a menudo iliberales van fijándose sin solución de continuidad en el ordenamiento jurídico, demostrando la capacidad de la escuela creada por Iglesias para incidir en el momento populista que ella misma ha creado. Porque, al fin y al cabo, gris es la teoría y verde el árbol dorado de las normas (Goethe me perdone).