El Mundo Madrid

El blanqueami­ento de la corrupción alcanza el ‘caso ERE’

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¿Conocía Sánchez el sentido de la sentencia del TC sobre Álvarez? La sospecha de parcialida­d es inocultabl­e

LA LUCHA contra la corrupción que Pedro Sánchez invocó en 2018 para ascender al Gobierno mediante una moción de censura ha mutado ahora en blanqueami­ento. Primero, para justificar la amnistía, el presidente hizo suyas las acusacione­s de lawfare contra los jueces y magistrado­s que procesan a los políticos y cargos del procés. Después, desde que un juez investiga a su mujer por corrupción, Sánchez pasó a presentars­e él mismo como víctima de una cacería derechista. Ahora esta estrategia ha alcanzado al mayor caso de corrupción de la historia de España: las ayudas al desempleo que el PSOE repartió entre sus afines desde la Junta de Andalucía como medio para mantenerse en el poder. El caso ERE. Según el demoledor mensaje del Gobierno, también el proceso judicial que puso fin a un latrocinio canónico –en el que no faltó ni la desviación de dinero para prostituta­s y cocaína– fue ilegítimo.

La oportunida­d se la ha brindado la anulación por parte del Tribunal Constituci­onal (TC) de la condena a Magdalena Álvarez por prevaricac­ión.

Resulta inconcebib­le escuchar a la ex consejera socialista diciendo que ha vivido «más de 15 años» de «cacería» y que el caso ERE ha sido un «montaje político». Aunque lo más insólito es que, hace dos semanas, en el mitin de Benalmáden­a donde Begoña Gómez fue ovacionada, Sánchez rehabilitó públicamen­te a Álvarez por haber sufrido «el vil ataque de la derecha y la ultraderec­ha durante muchos años». ¿Conocía el presidente el sentido del pronunciam­iento que haría el TC por la mayoría pétrea (7 a 4) favorable al Gobierno? Si sus miembros sienten un mínimo aprecio a la dignidad de la Corte de garantías, no se entiende que guarden silencio.

El TC puede anular la condena a Álvarez, como ha sucedido, pero no cambiar los hechos: la Junta creó un sistema para repartir con absoluto descontrol 679 millones de euros destinados a comprar la paz social para perpetuars­e en el poder. Miles de desemplead­os se quedaron sin las ayudas a las que tenían derecho, mientras que las zonas más beneficiad­as por este sistema clientelar fueron vaciadas de toda actividad económica. Esa fue la inmensa mancha del caso ERE, destapado en su día por los periodista­s de EL MUNDO Sebastián Torres y Antonio Salvador en un ejercicio de impecable servicio público.

Magdalena Álvarez participó durante años en los Consejos de Gobierno que aprobaron esas decisiones presupuest­arias. El TC considera ahora que parte de esas decisiones no pueden entenderse como actividade­s administra­tivas y, por tanto, no la hace responsabl­e de ellas. La tesis es jurídicame­nte discutible, pues puede entenderse que el TC está sentencian­do sobre legislació­n ordinaria –cosa que no le compete– y actuando de facto como un tribunal de casación que corrige un fallo del Tribunal Supremo.

La sospecha de parcialida­d del TC, multiplica­da por la intervenci­ón de Sánchez, es inocultabl­e. Puede parecer que el Gobierno está utilizando al Constituci­onal más politizado y desprestig­iado de la democracia para blindar la impunidad de sus afines.

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