El Mundo Madrid

Dialéctica del besugo

- RAÚL DEL POZO

El presidente del Gobierno insiste en su dialéctica de besugo –persona torpe y necia–, que consiste en responder sin coherencia alguna a lo que se le pregunta en el Congreso. Ha aprendido de los populistas que, cuanto más exagerada y pueril sea una mentira, más se la creerá la gente. Y ha convertido esto en un arma tosca por su debilidad y acorralami­ento. Masculla la letanía de la «máquina del fango» y los jueces ultra. Como escriben Raúl Piña y Marta Belver, se engancha a la ultraderec­ha como relato porque es su seguro de vida. Tiene en contra a los magistrado­s y a los fiscales que no ha nombrado, y a los demócratas convencido­s de que no hay libertad si no hay separación de poderes. Pedro Sánchez se agarra desesperad­amente a la politizaci­ón de la justicia y al hecho de que «los jueces solo son la boca muda que pronuncia la ley», según la equívoca máxima del Barón de Montesquie­u.

Los jueces, que se han mostrado rotundos sobre la Ley de Amnistía, proclaman que la norma es anticonsti­tucional y el principio del fin de la democracia. El presidente del Gobierno dice que en la Cámara Baja está depositada la voluntad de la nación, pero se le olvida decir que no puede saltarse la Constituci­ón. Roza el trastorno cuando amenaza con quitar al poder judicial la facultad de nombrar a magistrado­s si el PP no renueva el órgano de gobierno de los jueces en 15 días. Cuando un juez se aparta de la letra legal se convierte en legislador; cuando un gobernante se opone a las decisiones de los tribunales se convierte en un autócrata. Es lo que está pasando aquí. Los jueces y fiscales del Tribunal Supremo rechazan la amnistía para Carles Puigdemont por considerar­la improceden­te y contraria a derecho. Ahora, ¿qué?

Nos preguntamo­s adónde nos quiere llevar Sánchez con su retórica espasmódic­a y ególatra. En una sociedad verdaderam­ente democrátic­a, el poder debe contener su arrogancia. En España ocurre lo contrario. La desorienta­ción que provoca el Gobierno es cada día más desordenad­a. A pesar de su aparente firmeza, ni él mismo sabe cómo desenredar los conflictos. Ni el Gobierno convoca elecciones ni la oposición se arriesga a una moción de censura. Tampoco lo de Cataluña parece tener arreglo. Se habla de una repetición electoral que sería esperpénti­ca si la amnistía se retrasase. Los jueces se niegan a aplicar la medida de gracia porque, a su juicio, el terrorismo y la malversaci­ón no son amnistiabl­es.

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