El Mundo Madrid

MORANTE, UNA PENUMBRA ÍNTIMA

El maestro de La Puebla viene de su abril más triste y arranca este viernes el primer paseíllo de un San Isidro que también cierra en Beneficenc­ia

- Por Antonio Lucas. Fotografía de José Aymá

Parece un mal momento para escribir de toros, por eso no puede ser más oportuno hacerlo. En España armamos batallas culturales como nadie. Y lo que menos importa de la lucha es la cultura. Cuando intento explicarme la afición propia a la tauromaqui­a encuentro tantos puntos ciegos que prefiero pensar en algunos momentos formidable­s dispensado­s por el toreo de Morante de la Puebla. No sé si soy aficionado a los toros o a algunas tardes de toros, a ciertos toreros y a un puñado de instantes. Exactament­e los que acumula Morante. Lejos de sus extravíos ideológico­s me interesa el arte que despliega. Y aquí es cuando se lía. Porque lo que destila Morante de la Puebla es un arte tremendo. Un claroscuro compatible con lo sublime que aloja el toreo auténtico. Y aquí se lía un poco más al escoger de todo el repertorio un adjetivo tan eminente: sublime.

Claro que me incomoda la violencia. Claro que el toro es un animal de los más bellos. Claro que el toreo es una expresión difícil de articular lógicament­e. Pero claro que existe una emoción extraída de la belleza impronunci­able y Morante es quien mejor la cifra, y la invoca, y la contagia cuando salen las cosas en el orden que necesita. Vendrán a decirnos que el toreo es una charcuterí­a. Y que apela a instintos fuera de sitio. Y que es rancio, anacrónico. Pero sucede a veces (sin confundir sadismo con belleza) que cuando todo parece ya en derribo irrumpe alguien, Morante de la Puebla, y conjuga el misterio con el rito, la vida con la muerte. Y da cuerda al fulgor y a lo improbable. A veces, incluso, a lo imposible.

Tengo por costumbre esquivar la discusión por este afán mío que me pone en duda tantas veces. No sé defender algo en lo que creo tan a solas. Amigos y amigas me acompañan. De izquierdas y de derechas. Todo es así ahora. Gente serena. Sentata. Indiferent­e al ruido interesado en el que han incrustado algo tan vibrante como una tarde de toros. A mí me alivian las dudas algunos naturales, una verónica excelsa, dos o tres quites perfectos, el paseíllo solemne, el rumor de lo por venir, el silencio sobrecogid­o. Los días en que Morante de la Puebla resignific­a el toreo. En él nunca se sabe lo que sucede. En estos años últimos encarna sobre todo ese prodigio: lo inesperado. Porque el toreo es arte o no es nada. Y cuando es nada sólo es simulacro.

De tanto como la putrefacci­ón de la política española da de sí, la batalla de los toros es un asunto sacado de quicio. Habrá un momento en que no existan, pero será por implosión, por cuenta propia. Ni decretos. Ni leyes. Hay a quienes les interesa lanzar este espectácul­o principal de la cultura española–tan bárbara a veces– en brazos del adversario, como si fuera de unos o de otros. Habrá que huir también de esa tangana. Siento un rechazo irremediab­le por el submundo que esconde el taurinismo. Y aún así, algunos toreros honestos permiten por unos minutos crear un mundo a medida con mirada nueva. Siento un desánimo absoluto cuando algunos tronados sacan a paseo en redes sociales la cabellera de un torero muerto. Por eso prefiero vivir mi afición a mi manera. Sin molestarme en hallar defensas. Sin la obligación o la impertinen­cia de convencer.

En Morante de la Puebla está lo que aprecio. Me gustan los toreros con lado oscuro. Los que cargan una penumbra íntima que cuando asoma sobrecoge. Los inexplicab­les. Los que intentan escapar de lo previsto, de lo apremiante. Así vivo yo esto, de frente sólo a lo que importa.

Morante es un claroscuro compatible con lo sublime que aloja el toreo auténtico

Amigos y amigas me acompañan. De izquierdas y derechas. Gente serena

 ?? ?? Morante de la Puebla entra en la plaza de toros de Las Ventas por el patio de caballos camino del portón de cuadrillas para hacer el paseíllo.
Morante de la Puebla entra en la plaza de toros de Las Ventas por el patio de caballos camino del portón de cuadrillas para hacer el paseíllo.

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