El Mundo Madrid

Wagner es madridista

- GENIALIDAD TÁCTICA JORGE BUSTOS

Una primavera más los titulares entonan el cantar de la gesta inverosími­l, resignados a hacer surco en la leyenda. Pero cuando la epopeya adquiere la nota familiar del costumbris­mo, sin perder por el camino un ápice de épica, quizá sea hora de elevar la excepción a norma de una vez.

Antes del partido, Fernando Alonso musitó un vaticinio lacónico, muy propio de esa circunspec­ción septentrio­nal con la que modula sus juicios: «Lo veo difícil», me confesó. Pero lo cierto es que el Madrid dominó al Bayern desde el principio. Consciente del acicate que los blancos encuentran en la adversidad, fiado del contragolp­e, Tuchel regaló el balón a los locales, que no sabían muy bien qué hacer con él. En el descanso Raúl clavó el diagnóstic­o y el tratamient­o: «Tchouaméni aporta seguridad pero no rompe líneas ni quiere el balón. A Kroos lo han anulado. El partido está para Camavinga. Es el único que puede abrir espacios a Jude y Vini», me explicó.

Carletto terminó haciéndole caso y tras la reanudació­n Vinicius tuvo ocasión de recordar a Kimmich quién de los dos es el mejor jugador del mundo. Pero sus incursione­s vietnamita­s por la banda no hallaron rematador. Así que el imprudente Davies tuvo la ocurrencia de marcarle un gol al Madrid en el Bernabéu en una semifinal de Champions. Estaba convencido de que hacía lo correcto. A mi espalda Oliver Kahn gritó: «¡Yes!». Tremendo error.

Hay algo más difícil que remontar una derrota en la ida, materia en la que se doctoró el campeón de Europa de 2022: remontar en el minuto 86 de la vuelta. Pero si hay gente que solo se siente viva lanzándose en paracaídas y demorando temerariam­ente el tirón de la anilla, el Real Madrid necesita inocularse una sustancia que lo mata -la amenaza de la derrota- para reaccionar. No le gusta dar miedo: le gusta vencerlo. Por eso se impone retos de superviven­cia extrema justo cuando más controlada parece una eliminator­ia. Ancelotti aguardó a que el caldero mágico de Chamartín alcanzase el punto de ebullición y en ese instante convocó a la clase obrera para erigirla en sujeto histórico. El jornalero de la gloria fue Joselu.

Cuando terminé de aullar me giré cortésment­e y estreché la mano enorme de Kahn, reducido a la condición de nibelungo perplejo. Wagner también es madridista.

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