DE LA CUP A ORRIOLS: LOS POLVOS Y LOS LODOS DEL FRACASO DEL ‘PROCÉS’
La CUP, ahora nostálgica y «encerrada en sí misma», aceleró la deriva de 2017. Y de la frustración independentista bebe su némesis, Aliança Catalana, que complica cualquier suma tras el domingo
Siguen sin contestar, y me pregunto con cuántas llamadas se puede sustanciar una denuncia por acoso. Debo a estar dos tonos de que llegue la policía. ¿No están los responsables de prensa para atender a la prensa? Supongo que también para esquivarla. El equipo de prensa de los Rolling Stones no puede ser tan esquivo como el equipo de prensa de la CUP. Tengo dos teléfonos a los que he llamado muchas veces. Demasiadas. Cada uno me ofreció un momento de esperanza: N. me escribió «luego te llamo» y no llamó. J. me escribió «luego te llamo» y no llamó. Silencio administrativo. Ghosting. La CUP no quiere hablar. Quiero creer que cuando esté en Barcelona será todo más fácil. Desde el tren busco la dirección de su sede y confirmo que no hay anticapitalismo capaz de escapar del panóptico de Google: Carrer de Casp 180. Me sorprende que la Seu de la CUP tiene más de cien reseñas. Por un momento me entristezco pensando que comparto planeta con personas que puntúan y reseñan la sede de un partido político como si fuera una hamburguesería. No tardo en cambiar de opinión: no sólo celebro compartir planeta con personas que reseñan sedes de partidos como si fueran hamburgueserías sino que me despiertan un genuino interés.
La sede barcelonesa de la CUP tiene una puntuación de 4/5, que no está nada mal. Tiene mejor nota que la sede del PP (3.5/5), pero peor que la del PSC (4.5/5). Debe ser uno de los pocos contextos en que los anticapitalistas están en el centro. En materia de reseñas, la CUP –con 110– supera de largo a PP y PSC. Hay un poco de todo: unas dicen «penya guapa», otras «arriba España». Observo que la mayoría de las reseñas son de hace cinco, seis o siete años. No se puede hacer sociología oteando reseñas de Google, pero el dato, aunque sea irrelevante, es curioso. Y coincide una intuición: la CUP tuvo sus días de euforia, pero esos días quedaron atrás hace cinco, seis o siete años. No es fácil determinar qué fue de la CUP, aunque sabemos que sin la CUP nada hubiera sido como fue.
LA PAPELERA DEL ‘PROCÉS’
En julio 2011 (sí, un año después la sentencia del Estatut, que supuestamente marcó el principio del fin) Artur Mas logró aprobar los presupuestos gracias a la abstención del PP. Tras las elecciones de 2012, Artur Más fue investido presidente gracias al voto favorable de ERC. Los tres diputados de la CUP votaron en contra. El adelanto electoral ya era una tradición catalana bien arraigada: en 2015 volvieron las urnas. Las elecciones se celebraron el 27 de septiembre, lo que permitió que el chupinazo de campaña coincidiera con el 11 de septiembre. Artur Mas definió las elecciones como «la consulta definitiva». El único punto del programa era la independencia. CiU y ERC concurrieron juntos bajo las siglas de Junts pel Sí, con el lema «El vot de la teva vida» («El voto de tu vida»). La coalición obtuvo 62 escaños, quedando a cuatro de la mayoría absoluta. Los históricos diez escaños logrados por la CUP resultaban imprescindibles para convertir el Parlamento en la sala de máquinas del procés. ¿Pero cómo iba a hacer la CUP presidente a un tipo como Artur Mas, encarnación del austericidio? La asamblea nacional extraordinaria de la CUP se reunió para resolver su posición sobre la investidura de Artur Mas, y hubo empate: 1.515 militantes votaron a favor de la investidura, 1.515 votaron en contra. Finalmente, la CUP forzó a Junts a elegir otro candidato. Artur Mas dio un paso al lado y cedió el testigo al alcalde de Girona y presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), Carles Puigdemont. Ya saben lo que vino después.
Han pasado años y la CUP está desdibujada. Laure Vega le dijo a este diario que las elecciones del domingo encontraban a la CUP en pleno proceso de refundación. ¿Qué es lo que se está refundando y por qué hay necesidad de hacerlo? Me gustaría poder preguntárselo. Sin la ayuda de N. y J., responsables de prensa, las probabilidades de contacto directo se constriñen. A través de una amiga del entorno intento hablar con Laure Vega y ella me remite, de nuevo, a los teléfonos de N. y J. Vía muerta. Salgo a dar un paseo, abro Google Maps.
Camino por la calle Casp y cuando me veo frente a la sede de la CUP decido pasar de largo. Hay movimiento, pero prefiero buscar en otra parte. Mi amiga me ha sugerido acercarme a un bar en el barrio de Gracia. Allí, dice, puedo encontrar alguna inspiración. Cuando llego está vacío, lo que me permite deleitarme en la decoración: una estelada con la hoz y el martillo en el centro, una foto de Salvador Puig Antich, una urna del referéndum del 1-0… Estaba, sin duda, en el lugar adecuado. Me siento en una mesa al fondo dispuesto a probar suerte. Me pongo los cascos y marco el número de un exdirigente de la CUP. Los ex suelen ser menos celosos de la intimidad de la organización.
EL DÍA DESPUÉS
Cuando consigo hablar con Quim Arrufat lo primero que le pregunto es por qué es tan complicado hablar con alguien de la CUP. «Están muy encerrados en sí mismos, eso es parte del problema». Arrufat, diputado autonómico entre 2012 y 2015 y antes concejal en la localidad de Villanueva y Geltrú, abandonó la CUP en 2019. Ahora observa la formación con cierta melancolía, como quien desde la orilla observa un barco que navega sin rumbo. En las CUP, me asegura, hay muy buena gente, buena actitud y buena predisposición, «pero no hay nada escrito. No existe una base teórica». La CUP no tuvo una asamblea fundacional. No existe un proyecto político claro. Es una iniciativa atomizada por naturaleza, compuesta por pequeños grupos renuentes a la verticalidad, las jerarquías y los liderazgos unipersonales. Tampoco hay debates, ni asambleas funcionales, ni un criterio sobre el municipalismo que supuestamente define al partido. No se convoca una asamblea general, sino pequeños debates en pueblos de comarca. La CUP, insiste Arrufat, tiene personas impresionantes: «Gente culta, con alto nivel de estudios y vocación de activismo solidario», pero nadie quiere asumir la responsabilidad. Cuando le pregunto si cree que la CUP estaría dispuesta a investir de nuevo a Carles Puigdemont como presidente responde que el ideal de
la CUP es no ser instrumental.
Arrufat reivindica que fue la CUP quien envió a Artur Mas «a la papelera de la historia», pero reconoce que no se recuperaron de lo que vino después. En las elecciones de 2017, convocadas por el Gobierno central tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la CUP perdió seis escaños. ¿Qué ocurrió? Toda la energía se volcó en el procés, pero al final «nosotros no teníamos presos políticos», dice Arrufat. El voto independentista en aquellas elecciones fue un voto de solidaridad con los presos. La CUP carecía de ese capital simbólico y quedó desplazada del relato. Asimismo, dice Arrufat, en esa época penetran en la CUP unos protocolos estrictos que se emplean para la persecución personal. Considera que la escalada moralizante dañó su discurso. Dejaron de hablar el lenguaje de la gente para pontificar desde atalayas morales. La CUP no sabe dónde está, ni lo que quiere ser. No tiene referentes, aunque Arrufat habla del Partido Comunista Griego: un partido que se conforma con tener seis diputados a los que se les deje trabajar.
LAS ILUSIONES
En Cataluña usted puede votar socialdemocracia no independentista (PSC), socialdemocracia independentista (ERC), derecha no independentista (PP), derecha independentista (Junts), extrema izquierda no independentista (Comuns), extrema izquierda independentista (CUP), extrema derecha no independentista (Vox) y extrema derecha independentista (Aliança Catalana). La política catalana es un juego de espejos. Pero esta simetría ideológica está lejos de suponer una simetría emocional. El pie cambiado de la CUP ante estas elecciones contrasta con el momento de euforia de Aliança Catalana, un partido para el que los comicios autonómicos llegan en el momento preciso. Todavía dura la euforia de una pequeña pero estruendosa victoria: el partido de extrema derecha independentista liderado por Sílvia Orriols ganó las elecciones en el municipio de Ripoll, hoy convertido en simbólica catapulta electoral de la plataforma. Me interesa la fricción entre dos proyectos independentistas –y sin embargo antagónicos– como la CUP y Aliança Catalana. Trato de hablar con los ediles que tiene la CUP en Ripoll, Daniel Vilaseca y Marian Medel, pero ninguno accede. Anna Flores, militante de Aliança Catalana y Regidora de Bienestar Social y Familia y Salud del Ayuntamiento de Ripoll, sí me atiende. Conduzco hasta Ripoll.
He tardado en llegar más de lo esperado. Son las doce del mediodía y el pueblo está tranquilo. Me sorprenden algunos grafitis: «Put (sic) España», «Muerta (sic) a la policía», y otros desmanes ortográficos. Leo muchos mensajes reivindicativos en tinta negra que alguien se ha encargado de tachar en rojo: «La lluita continua», tachado. En otros tiempos, habría atribuido el mensaje a la izquierda, pero la derecha, especialmente en Ripoll, también está en pie de guerra. ¿Qué luchas son las de Aliança Catalana? ¿La lucha por la independencia? ¿La lucha contra la inmigración? «Ambas», me asegura Anna Flores. Cuando le pregunto qué les distingue de Junts responde con contundencia: «Ellos son unos cobardes, declararon una independencia que duró ocho segundos. Nosotros lo haremos en serio». ¿Están dispuestos a prestar sus votos para la investidura de Puigdemont? «Sí, pero no gratis». La inmigración es un punto clave. Remarca que habla de la inmigración ilegal, pero poco después la crítica se extiende a la inmigración que «no se integra». Es un problema para la seguridad y el tejido cultural de Cataluña. Su discurso no sorprende, resuena con distintas variantes en todos los rincones de Europa. Es el discurso del miedo. Miedo a que la cultura propia se disuelva en la ajena. Se ofende cuando le pregunto si se identifican con Vox, pero añade que los de Santiago Abascal e Ignacio Garriga les han copiado el discurso. Ante la posibilidad de un Parlament bloqueado, ¿es posible que Aliança Catalana y la CUP voten juntos para investir a Puigdemont? «Es imposible», asegura Anna Flores. «Las CUP son el motivo por el que tenemos que ir a todos los actos escoltados por los Mossos». La CUP también lo niega. Si todos dicen la verdad, sería la primera vez que en Cataluña los partidos independentistas logran aparcar sus semejanzas para no sumar después del domingo.
«Es imposible», dicen en AC sobre una suma que incluya a la CUP
Los antisistema sufrieron tras 2017 porque «no tenían presos políticos»