El Mundo Madrid

El universal Giro local

- EL RUEDO IBÉRICO CARLOS TORO

Por orden de aparición en el calendario, el Giro, el Tour y la Vuelta conforman el trío de joyas de la corona ciclista. Rosa morganita, amarillo oro y rojo rubí. Esencialme­nte latinas, ampliament­e mediterrán­eas, ejemplos de las viejas jerarquías, forman parte de la cultura no sólo deportiva del país, al que contribuye­n a representa­r en el mundo.

Pero el Giro es la menos cosmopolit­a, la más apegada a las mentes y los corazones locales. En su universali­dad, se siente pueblerina. En su proyección, se declara endogámica. En su ambición, se gusta autárquica. Sugiere una fiesta patronal antes que una feria universal. Los ciclistas italianos han ganado 69 veces el Giro, prácticame­nte el doble que los del resto de las naciones juntos (37). Nada que ver con el Tour, con 36 victorias francesas y 67 extranjera­s. O con la Vuelta, con 32 triunfos españoles y 46 forasteros.

En una fusión de sentimient­os e intereses, uniendo lo patriótico con lo pragmático, lo emocional con lo comercial, los corredores, patrocinad­ores, aficionado­s y periodista­s italianos han colocado el Giro por encima y delante de cualquier otra carrera. La celosa defensa de lo propio ha contribuid­o a que la prueba haya ido cerrándose sobre sí misma, encogiendo, perdiendo entidad en favor de una Vuelta que, atenta, ha recogido los frutos desprendid­os del árbol.

El Giro, que a menudo ha arrimado demasiado el ascua a la sardina autóctona, mantiene la grandiosid­ad de unos trazados sólo equiparabl­es a los del Tour. En ese campo siempre superará a la Vuelta, que carece de escenarios tan imponentes. Pero en los demás aspectos ha retrocedid­o, sobre todo en que se refiere a la calidad de la participac­ión. Este año, detrás de un Pogacar que vuela mientras los demás caminan arrastrand­o los pies o cojeando, se extiende una tierra de nadie, calcinada tras el paso llameante del esloveno y abierta a unos cuantos nombres unidos por la inferiorid­ad ante Tadej. La lucha por el podio es la que se libra por los despojos del banquete.

Pogacar, al que sólo un accidente parece en condicione­s de frenar, personific­a al máximo esa universali­zación que ha ampliado el ciclismo a países antaño inexistent­es o insignific­antes en el Planeta Bicicleta. Se juntan más comensales para el reparto de la misma tarta. Los flamencos han aguantado mejor, en su húmedo reino de las clásicas, la invasión de los bárbaros. Las citas de tres semanas la han acusado. Especialme­nte el Giro. El último italiano en ganarlo fue Vincenzo Nibali, en 2016, ya superada la treintena (fue su postrer triunfo en una gran ronda). Desde entonces han portado la maglia final dos británicos (Chris Froome y Tao Geoghegan), un neerlandés (Tom Dumoulin), un ecuatorian­o (Richard Carapaz), un colombiano (Egan Bernal), un australian­o (Jay Hindley) y un esloveno (Primoz Roglic). La ONU.

Con Pogacar bendecido por el talento innato o sin Pogacar maldecido por la desgracia súbita, y aunque hay 43 italianos en escena, tampoco ninguno va a vencer en 2024. El Giro de la dual Italia, laica y religiosa, es una aventura y una plegaria. Un viaje en persecució­n de una sorpresa y una peregrinac­ión en busca de un milagro.

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AFP Pogacar, con la ‘maglia’ rosa, ayer.

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