El Mundo Madrid

La que contó la gesta de una retirada

- CORRER LA MILLA RAFA LATORRE

ANDAN diciendo unos pigmeos que Victoria Prego es la narradora de un relato mitificado de la Transición. Ocurre que es todo lo contrario, porque la Prego era una periodista y se dedicaba, precisamen­te, a arruinar leyendas. Lo que dicen los mitos sobre la democracia en España es que de las entrañas del pueblo surgió un clamor de libertad que doblegó a las élites o que un conturbeni­o faccioso arbitró una fórmula para prolongar el franquismo con una mascarada liberal.

La misma voz de Prego, que prescindió de inflexione­s y artificios, que acompañaba a un montaje sobrio, impugnaba con su cadencia esa épica. Si la suya fuera una historia aleccionad­ora, una batalla feliz resuelta de la luz contra la oscuridad, no tendría un héroe tan improbable como Torcuato Fernández-Miranda.

Las grandes gestas de los héroes de la Prego son una retirada, las más de las veces sin la grandeza de un enfrentami­ento abierto, más bien entre engaños y ardides para poder consumar la traición sin que se montara la gran escandaler­a. Este era el ardor de su prosa cuando resumía en este periódico el triunfo de los reformista­s sobre la ruptura: «Lo que Suárez, Torcuato Fernández-Miranda y el propio Rey tenían en la cabeza era un proyecto de reforma que diera paso después a un proceso constituye­nte, pero sin levantar las sospechas ni azuzar la oposición de las Cortes, que seguían siendo las Cortes de Franco». A esto lo llaman mito. Comparen la lírica ampulosa con la que los partidario­s de la ruptura en la Transición aún embellecen un baño de sangre entre españoles para entender la diferencia.

Cada uno trabaja como es y lo que sorprendía de Victoria Prego era, en este oficio de amanerados, su falta de afectación. Como no dejó de trabajar, no permitió que la embalsamar­an en el panteón de los maestros. Ella se encargaba inmediatam­ente de fulminar la distancia que imponía el respeto reverencia­l que inspiraba su figura. Cuando le preguntaro­n por sus referentes en el oficio, dio una respuesta inesperada: ninguno, o sea, que la del maestro le parecía una categoría sospechosa. Al fin y al cabo su legado fue convencer de que no era posible derrochar con la Transición la literatura que se hizo con la Guerra Civil. Ese es el prodigio de una serie de acontecimi­entos que a nadie conmoviero­n. Y ahí reside su éxito. El de ella y el de la Transición.

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