PATIO GLOBAL MIGUEL LAMPERTI
QUIÉN. El veterano jugador argentino perdió en los cuartos de final del Premium Padel de Bruselas el pasado viernes tras tener
dos puntos de partido contra la pareja favorita y número 1 del planeta QUÉ. Su estilo irreverente e impredecible y un carisma
único dentro y fuera de la pista lo convirtieron en el favorito del público toda la semana. Sus virtudes, en el ocaso de su carrera, ayudan a entender también el espíritu de un país cohibido res, el corazón de las gradas perteneció toda la semana al veterano Miguel Lamperti, una leyenda de 45 años, un showman con carisma desbordante dentro y fuera de la pista. Las tribunas se vinieron abajo con gritos de Miguel, Miguel (leído migu-el) el jueves con una victoria épica en octavos y echaron fuego el viernes, cuando el argentino y su compañero Belluati estuvieron a punto de tumbar a los mejores del planeta. Nadie daba un duro por ellos, pero fue una batalla para la historia con hasta dos puntos de partido para las viejas glorias, que rozaron el milagro en su penúltimo baile.
Lamperti explica bien la pasión desapasionada de los belgas por este deporte, pero también por la vida. Ellos, como el pegador de Bahía Blanca, están de vuelta de todo. Cuando tú vas, ellos vuelven de allí. Él simboliza el pádel antiguo, el de ayer frente al de los chavales de 1,90 que la sacan desde el fondo sin pestañear. Y por ello fue fácil identificarse con esa carga loca de caballería contra tanques. No había forma de ganar, era imposible no intentarlo.
Lamperti es el clásico héroe nacional belga, irreverente en un país ordenado y predecible dentro del caos. Que grita despertando un país cohibido y contagia fe. Que busca la complicidad de quienes se mueren de ganas de bailar en las fiestas, pero no se atreven a dar el primer paso. Lamperti tiene todo lo que necesitan y envidian y añoran: ilusión, descaro, el desprecio absoluto por el peligro que te lleva a intentar golpes entre las piernas cuando los manuales te recomiendan, te exigen, prudencia. Es alguien que salió sudado, destrozado, llorando roto en el banquillo, embarrado como las leyendas de las clásicas flamencas. Alguien que juega sin pensar en qué tiene delante, que reclama su turno como si fuera potencia mundial olvidando su tamaño. Que nunca tuvo opción, que nunca dejó de creer. Que rema y rema, pero para morir casi siempre en la orilla. Un belga no es un ganador, un valiente, un héroe, sino alguien al que en la guerra reconoces en un submarino porque es el único que aparece con un paracaídas. Como Lamperti cualquier viernes.