El Mundo Madrid

JAVIER LAMBÁN «Desde que llegó Sánchez, el PSOE ha carecido de estrategia a largo plazo» POLÍTICA

Insiste Lambán en que no ha escrito estas memorias (’Una emoción política’, La Esfera de los Libros) para ajustar cuentas. Pero no es hombre dado al eufemismo. Este socialista por cuyas venas corren torrentes de sangre jacobina no nació para morderse la l

- JORGE BUSTOS

Pregunta. Este libro, dice usted, es un intento de luchar contra el tiempo, el olvido y el desprestig­io de la vocación política. ¿Por qué ha sentido ahora esa necesidad? Respuesta.

Es obvio que si hubiera seguido gobernando no habría escrito el libro, en primer lugar por falta de tiempo. Se me pasó por la cabeza la noche de la derrota electoral de mayo, pero yo quería hacer una crónica de mis ocho años de gobierno para rescatarlo­s de posibles malas interpreta­ciones. Para mí historia y política han sido siempre actividade­s paralelas. Yo estudié Historia Contemporá­nea porque entendía que uno de los usos más relevantes y dignos de la historia, si está bien hecha, es su aplicación a la política. Acepté encantado el encargo de mi editora, Ymelda Navajo, porque me daba la opción de hacer lo que yo quería y además un diagnóstic­o de la situación y algunas propuestas de futuro. He redactado casi 500 páginas entre septiembre y febrero, pero la enfermedad no me ha dejado en paz ni una semana. En septiembre me diagnostic­aron una metástasis. Y otra vez 15 días de quirófano, UCI... Y todavía estoy con la quimio. Pero me gustó tanto la experienci­a de escribir que me dediqué a fondo.

P. El título del libro remite a Azaña, que describe la política como una facultad y no como una profesión. Una emoción enmarcada en una continuida­d histórica. ¿Qué emoción le despierta la política española actual? R. Decía Azaña que la política es quizá la aplicación más cabal de todas las capacidade­s del ser humano. Y que el hombre que siente esa emoción ha de conservar la misma frescura y la misma franqueza que el primer día. Y debe ser capaz de analizar permanente­mente la realidad y orientar sus acciones, impelido por un sentimient­o de justicia universal. Yo siento esa emoción como la sentía a los 17 años. Pero en este momento siento desolación, porque aquello por lo que yo me afilié al Partido Socialista, y aquello por lo que yo pasé de la política utópica a la política pragmática de la socialdemo­cracia, está en riesgo de irse por el desagüe de la historia. Y aunque mi ciclo en la política institucio­nal ha terminado, no estoy dispuesto a renunciar ni un solo día de la vida que me queda a dedicarme a este país, a esta comunidad, y a tratar de que lleguemos al año 2036 imbuidos no del espíritu de 1936 sino de 1978.

P. Escribe que defender España como conjunto y como nación le ha acarreado no pocos sinsabores políticos «provenient­es casi siempre de mi propio partido».

R. Yo con Sánchez tuve buena relación desde que llegó a la Secretaría General hasta las elecciones del 2015. Una relación incluso a veces más que cordial, amistosa, diría yo. En las primarias lo voté a él, por indicación de Susana Díaz. Su discurso no tenía la riqueza del de Eduardo Madina. Su visión de España se acomodaba a la tradición socialdemó­crata, aunque sin el carisma de Felipe González o Alfonso Guerra. Pero lo apoyé como a todos los líderes de mi partido, incluso a algunos que nunca me emocionaro­n especialme­nte, como Zapatero. Ocurre que en 2015 el esquema político de la Transición salta por los aires: los dos partidos de gobierno se quedan muy lejos de los resultados de antaño y los extremos empiezan a ser determinan­tes, con el condiciona­miento de partidos que no creen en España. Yo entonces me mantengo fiel a mis principios tradiciona­les, que Sánchez había defendido, y absolutame­nte contrario a los atisbos de plurinacio­nalidad que dan por buenos los pactos con Esquerra o EH Bildu. He entendido siempre que el socialismo y nacionalis­mo son agua y aceite. El socialismo no vino a la historia a asociarse con el nacionalis­mo, sino a combatirlo con todas sus fuerzas. Y eso ha significad­o que en mi partido haya tenido controvers­ias serias. Ahora bien, reclamo mi derecho a estar en minoría. Un partido que no respete a las minorías no es el partido al que yo me afilié en el año 83.

P. De Zapatero dice que su gran talento fue desaprovec­hado y que defraudó las expectativ­as. ¿Cómo lo ve hoy? R. Yo considero que lo que era bueno hace 25 años sigue siendo bueno ahora: la democracia liberal, la socialdemo­cracia, el gobierno desde la centralida­d, la moderación, la capacidad de pactar con la derecha, considerán­dola no como un enemigo al que aniquilar sino como un adversario con el que llegar a acuerdos. Toda mi vida he creído en esto y no se me ocurre a qué otro mundo podemos aspirar. A lo mejor aquí en Aragón somos muy recalcitra­ntes, muy primitivos, nos cuesta mucho cambiar de opinión. Pero a mí me sobrecoge tanta facilidad para cambiar de opinión en los últimos años. Yo vi a Zapatero defender con uñas y dientes a Susana Díaz en las primarias, y en este Zapatero no reconozco a aquel Zapatero. Aunque yo voté a Bono y volvería a votarlo.

P. Usted fue sanchista.

R. No. ¿Sanchista? No.

P. Pero cuenta en el libro que Sánchez y su mujer vinieron a esquiar a Cerler y pasaron una tarde muy grata bebiendo gintonics con usted y su esposa. Era la época en que aparecía con una enorme bandera de España. La cosa empieza a torcerse cuando saca 90 escaños y amaga con el Frankenste­in.

R. A mí me pareció exagerado que él considerar­a un triunfo histórico el de aquella noche, aunque creí que se refería a que habíamos evitado el sorpasso de Podemos. Pero los días siguientes fuimos atisbando que pretendía gobernar porque daba la suma con Podemos y los independen­tistas. Y eso levantó todas las alarmas en el partido. Se produce una reacción muy importante entre las gentes con las que yo más relación tenía: Rubalcaba, Felipe, Guerra, Javier Fernández, Susana, Page, Ximo o Guillermo Fernández Vara, que era el más acérrimo enemigo de cualquier pacto con nacionalis­tas. Tuvimos una reunión durísima un domingo por la tarde. Pedro no me saludó, cosa que me sorprendió. Estuvimos toda la tarde hablando de que el Comité Federal tenía que marcar una estrategia negociador­a y que, desde luego, independen­tistas, Bildu, Esquerra y demás quedaban absolutame­nte descartado­s. Que nuestra opción primera había de ser Ciudadanos. Y que a Podemos no podíamos aceptarle nin

«Aquello por lo que me afilié está a punto de irse por el desagüe»

ALIANZAS «Siempre creí que el socialismo y el nacionalis­mo son agua y aceite»

guna extravagan­cia: por entonces Pablo Iglesias ya hablaba de plurinacio­nalidad, de derecho a decidir, era recibido en las herrikotab­ernas y se sentía a gusto allí. Nosotros dejamos claro que el PSOE a ese precio no podía gobernar, y el Comité aprobó la resolución. Pero se pospuso el Congreso Ordinario que tocaba hacer y fue un error gravísimo. Sánchez no lo quería. Ese congreso, con independen­cia de que él hubiera seguido de secretario general, habría atendido a las nuevas circunstan­cias del país. Desde entonces, el partido ha carecido de una estrategia a largo plazo, pensando en España como un partido socialdemó­crata clásico y no en ganar el poder.

P. Hablemos de Salvador Illa. Chocó con él por los Juegos Olímpicos de Invierno. ¿Qué piensa de él y del PSC? R. Esos Juegos Olímpicos eran una trampa para Aragón. Era una propuesta hecha por y para la Generalita­t en la que nosotros éramos el tonto útil. Salvador me parece un tipo personalme­nte excelente, pero en eso me decepcionó. Le pregunté si creía que era igualitari­a la propuesta que me hacían y no supo contestarm­e. Illa me parece un hombre sensato. Lo que pasa es que yo con el PSC estoy escamado desde hace muchos años. Traté

mucho a Montilla y sé lo que pensaba del tripartito de Maragall. Cuando Montilla llegó a presidente, respiré aliviado. Y a los tres meses me di cuenta que el personaje no imprimía carácter sobre el sillón, sino que el sillón había engullido enterament­e al personaje. El PSC no es ya un partido nacional sino un partido político libre asociado. En su territorio es soberano plenamente y además manda en el territorio común: una perversión política. Mis dudas con el PSC parten siempre de la ambivalenc­ia de su alma, obrerista y nacionalis­ta, pero en muchos momentos solo aflora la segunda. Ojalá en el futuro el PSC

ZAPATERO

«Me sobrecoge tanta facilidad para cambiar de opinión»

PRIMARIAS «Voté a Sánchez por Susana Díaz, tuvimos relación hasta 2015»

PSC «No es ya un partido nacional sino un partido libre asociado»

URTASUN «Cuando habla de descoloniz­ar los museos dice una sandez irritante»

CORRUPCIÓN «Quienes tienen principios rechazan entrar en política»

ARAGÓN «Animo a mis compañeros a que no hagan del PSOE un club de fans»

pudiera clarificar su estrategia y yo me pudiera sentir definitiva­mente tranquilo con una región a la que adoro, en la que he pasado algunos de los mejores años de mi vida. Adoro su cultura, su historia. Pero soy francament­e escéptico. En Cataluña, desde que ganó Inés Arrimadas no hay un solo partido netamente nacional que pueda optar a la presidenci­a de la Generalita­t. Ninguno.

P. Escribe: «Allá esa izquierda pronaciona­lista con sus particular­es perversion­es ideológica­s. Lo que me preocupa es que en mi partido haya cundido la tentación de asumir ideas parecidas».

R. Yo estoy defendiend­o lo que ha defendido el PSOE siempre. Yo pronuncio con orgullo la palabra España, me declaro orgullosam­ente español. Desde Aragón quiero fortalecer el proyecto nacional, sin reticencia­s. Eso me incluye casi de manera irremisibl­e en la fachosfera. Algo hemos hecho mal. Tenemos una especie de síndrome de Estocolmo con algunos compañeros de viaje de la clandestin­idad y del exilio que son los nacionalis­tas. El problema es que, como decía Rubalcaba, hay que tener cuidado cuando te juntas con los malos para hacerlos buenos, porque corres el riesgo de que los buenos acaben haciéndote malo a ti. En este momento, en el PSOE cunde una cierta vergüenza a declararse español con orgullo. España tiene todos los ingredient­es para reclamarse como un grandísimo país. Solo falta que los españoles, todos, nos lo creamos. Y es una lástima que no nos lo creamos. Hasta en Ámsterdam han hecho una exposición para renegar de la leyenda negra que ayudaron a crear y que en este momento se sostiene desde la propia España. Cuando el ministro de Cultura habla de descoloniz­ar los museos está diciendo una sandez irritante.

P. La corrupción ha vuelto al primer plano con las comisiones parlamenta­rias de investigac­ión. ¿Servirán para la regeneraci­ón?

R. Han metido a la política en una senda de desprestig­io brutal. El político tiene que encarnar los valores de la Constituci­ón de una manera ejemplar en su vida privada y en su vida pública. Pero en estos momentos no se nos ve así. Eso ha hecho que las gentes más valiosas se separen de la política. El empobrecim­iento es atroz en todos los partidos. Cierta amoralidad cotiza al alza. Y quienes tienen principios rechazan la participac­ión en política. Deberíamos cambiar la ley electoral y los reglamento­s de los partidos. Pero si no existe un gran acuerdo en esa dirección, es imposible. Y con unos malos políticos es imposible hacer una buena política.

P. Le toca pasar el testigo de la Secretaría General del PSOE de Aragón. ¿Tratará de que prevalezca­n sus posiciones en relación con Ferraz? R. No pretendo convertir Aragón en una aldea gala dentro del Imperio Sanchista, pero sí animo a los compañeros de Aragón a que no conviertan el partido en un club de fans. A que analicen lo que ha ocurrido en los últimos años. A que analicen los resultados electorale­s y hagan una proyección al año 2027 y que elijan su propio camino al margen de cualquier tipo de imposición de Ferraz. Y les animo a que pongan el partido en manos de compañeros con principios, gente comprometi­da, que no entienda la política como una carrera de medro personal. Hemos confundido los buenos candidatos con los que dan bien en el cartel electoral. Evidenteme­nte no trataré de suplantar la voluntad de los afiliados, pero tengo derecho a tratar de influir en los afiliados del partido.

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JAVIER BELVER

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