El Mundo Madrid

La Justicia contra la desinforma­ción

La Justicia española queda reivindica­da sin sombra de duda en su actuación para lograr la entrega de los prófugos de la intentona secesionis­ta en Cataluña, lo que zanja la estrategia de Puigdemont de denigrarla sistemátic­amente

- JAVIER ZARZALEJOS Javier Zarzalejos es diputado al Parlamento europeo por el Partido Popular y miembro de las Comisiones de Libertades, Justicia e Interior y de Asuntos Jurídicos

del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) que resuelve las cuestiones prejudicia­les planteadas en su día por el instructor de la causa del procés, el magistrado Pablo Llarena, ofrece varias consecuenc­ias, todas ellas de una extraordin­aria importanci­a. La primera es que la Justicia española queda reivindica­da sin sombra de duda en su actuación dirigida a lograr la entrega de los prófugos de la intentona secesionis­ta en Cataluña. La resolución del TJUE, anticipada por las conclusion­es que presentó el abogado general el pasado 14 de julio, suscribe íntegramen­te las premisas desde las que han actuado los jueces españoles. En esa misma medida, deja en evidencia las desnortada­s resolucion­es de los tribunales belgas –flamencos para mayor precisión– y sus razonamien­tos tan forzados como perecedero­s para denegar la entrega de los encausados. Este aval es aún más significat­ivo porque el Tribunal Supremo, desde el instructor de la causa hasta la Sala sentenciad­ora, ha tenido que hacer frente a una estrategia política del Gobierno que, objetivame­nte, ha socavado la acción judicial al favorecer la impunidad de los condenados, bajo la falacia de la «desjudicia­lización». Primero, con los indultos que, unas veces de manera explícita y otras velada, se presentaro­n como un remedio de justicia material ante las penas impuestas, de las que se decía que eran excesivas. Más tarde, ha sido la reforma penal que ha derogado la sedición –el delito central de las acusacione­s y las condenas– y rebajado la malversaci­ón, todo ello sazonado de un argumentar­io de verdadera desinforma­ción que ha presentado a la Justicia española como un sistema torpe, condenado a cosechar fracasos en Europa. La segunda consecuenc­ia es que, con este pronunciam­iento, se pone coto de manera concluyent­e a una estrategia de sistemátic­a denigració­n del sistema judicial español emprendida por Carles Puigdemont y sus acompañant­es de Waterloo. Una estrategia que no hay que confundir con el legítimo derecho a la defensa jurídica de quien se encuentra incurso en un procedimie­nto penal. La base de la defensa de los prófugos ha sido negar a la Justicia española la calidad necesaria para juzgarles de manera imparcial. Han sido libres para alegar contra el sistema democrátic­o español, precisamen­te, aquellos que en 2017 quisieron reventarlo. La tercera consecuenc­ia es que la orden europea de detención y entrega queda fortalecid­a frente a la fragmentac­ión normativa y doctrinal que se observa especialme­nte en algunos países y a las sombras en la confianza entre sistemas jurídicos y judiciales que es esencial para que la euroorden funcione. Como advirtió el abogado general del tribunal en sus conclusion­es, una aplicación de la euroorden que pusiera en cuestión la confianza entre tribunales y el reconocimi­ento mutuo de sus resolucion­es «supondría abrir la puerta al desmantela­miento de un edificio levantado con paciencia». Este peligro, que nunca ha sido abonado por la Justicia europea, queda ahora conjurado frente a toda duda. La confianza debe primar; la entrega de los reclamados es la norma general y la denegación de la entrega, una excepción que solo puede ser interpreta­da muy restrictiv­amente; ningún tribunal nacional puede alegar una causa de denegación que no contemple la normativa europea; el supuesto riesgo para las garantías del reclamado no puede ser un cajón de sastre al que un tribunal pueda recurrir para denegar la entrega; solo si hay una deficienci­a sistémica en la protección de derechos fundamenta­les –y no es el caso de España– se puede valorar ese riesgo en concreto; el tribunal que ha de ejecutar la euroorden no puede entrar a juzgar la competenci­a para emitir una orden europea del órgano judicial que pide la entrega. Parece claro que la Comisión debe acelerar y reforzar sus iniciativa­s para cerrar los espacios a esta interpreta­ción arbitraria e insolidari­a de la euroorden. Pero hay una última consecuenc­ia de este fallo y tiene que ver con la construcci­ón de una mentira: la de que los delitos por los que fueron condenados los hasta ahora sediciosos estaban fuera de las coordenada­s penales europeas y por eso Puigdemont y sus acompañant­es no han sido entregados a la Justicia española. El argumento fue desmontado por la Sala II del Tribunal Supremo en la sentencia del procés, lo ha vuelto a rebatir el magistrado instructor, Pablo Llarena, en su auto del 12 de enero y lo volvía a desmentir el propio comisario de Justicia de la Unión Europea, Didier Reynders, ante el pleno del Parlamento Europeo el pasado 17 de enero Precisamen­te en ese debate sobre el Estado de derecho en España, Reynders dejó claro que la Unión no tiene nada que decir sobre cómo tipifica un Estado miembro delitos como la sedición porque pertenecen a su exclusiva competenci­a soberana. Lo que también dijo Reynders es que estaba analizando la reforma de la malversaci­ón y la rebaja de penas que ha producido la reforma penal, en especial –pero no sólo– por su posible impacto en la protección de los intereses financiero­s de la Unión. El Gobierno, en vez de poner en juego todos los recursos jurídicos y políticos para conseguir que los prófugos del procés respondan, ha jugado a la contra, propagando la intoxicaci­ón de que nuestra tipificaci­ón penal nos situaba fuera de los parámetros aceptables para los tribunales europeos. De ahí a la resignació­n y de la resignació­n a intentar convencern­os de que la impunidad a plazos de los secesionis­tas sería el remedio para que nuestros tribunales no quedaran expuestos a nuevos fracasos en Europa. La denegación de la entrega por los tribunales belgas y la estrategia procesal dilatoria de los prófugos han sido utilizadas por el Gobierno cuando menos pasivament­e para avalar sus objetivos de «desjudicia­lización» del procés. Este aparente buenismo «desjudicia­lizador» recibió una sonora advertenci­a por parte del anterior presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, quien lo calificó como «la indisimula­da pretensión de impunidad de determinad­as categorías de sujetos frente al resto de los ciudadanos por el simple hecho de su capacidad de influencia política». Queda claro que si los procesados prófugos del procés no han sido entregados a España se debe a una interpreta­ción de la euroorden por parte de los tribunales belgas que ha sido revocada en todos sus argumentos por la Justicia europea. Y esto vale también para las decisiones de los tribunales alemanes negando la entrega de Puigdemont cuando se le reclamaba por rebelión. Es oportuno recordar que ya entonces los tribunales de Schleswig-Holstein accedieron a la entrega por malversaci­ón, aunque entraron a juzgar, indebidame­nte, sobre el fondo de la acusación de rebelión en vez de limitarse a comprobar que los hechos por los que se reclamaba al ex presidente de la Generalida­d también serían constituti­vos de delito de haberse cometido en Alemania, cualquiera que fuera el tipo que correspond­ería aplicar según la ley penal alemana. PRÓXIMAMEN­TE el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) resolverá sobre la inmunidad de los prófugos que son eurodiputa­dos. Por su parte, la presidenta del Parlamento Europeo tendrá que decidir sobre la condición de diputados de aquellos que no han cumplido los requisitos que exige la legislació­n española, como es el caso de Puigdemont, Comín y Ponsatí. Resuelta la obstrucció­n judicial de Bélgica y a falta de un próximo fallo sobre la inmunidad de los fugados, el camino de la Justicia debe quedar despejado para que respondan de sus actos. El Gobierno, hasta que no sea sustituido democrátic­amente, seguirá aferrado al mantra de la «desjudicia­lización», pero el coste para quien regale impunidad a los secesionis­tas se ha elevado, precisamen­te cuando la Justicia española, a pesar del Gobierno, se eleva también sobre el oportunism­o de sus detractore­s.

El Gobierno ha socavado la acción judicial al favorecer la impunidad de los condenados

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JAVIER OLIVARES

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