El triunfo del perdedor
Empieza uno a escribir bajo el impacto de los aplausos enfervorizados de la peña sanchista al héroe derrotado. En un momento en el que se imponía un silencio funeral para que el presidente formulara un epitafio como el de Don Mendo (Fuera ocioso/ ved cómo muere un león/ cansado de hacer el oso) lo reciben con una ovación de un minuto y aplaudiendo como locos, y locas, claro. Había que ver a María Jesús Montero, que amenazaba con reventarse las palmas
de las manos. El discurso duró media hora y lo interrumpieron con aplausos 15 veces. Él mintió como suele, con prodigalidad y con la misma frecuencia con que lo aplaudían: una vez en cada frase, cada punto, cada coma. No digo en cada punto y coma porque ni él, ni sus oyentes, conocen semejante cosa.
Tras el descalabro que los partidos del Gobierno sufrieron el domingo, hubo quien pronosticó que no se repetiría aquella imagen de sus ministros haciendo pasillo y aplaudiendo en julio de 2020, después del acuerdo de los fondos europeos. Se equivocó. Hubo más entusiasmo, más aplausos y una devoción al líder que estaba entre el difunto Fidel Castro y Kim Jong Un.
El sanchismo, solo o en compañía de otros, ha perdido seis comunidades autónomas y, justicia poética, Melilla, así como Valencia, Sevilla, Palma, Castellón, Valladolid u Burgos, entre otras. Bueno, pues si así le
celebran las derrotas, imagínense lo que habría sido el festejo si llega a ganar el 28-M.
El PNV que ha expresado una amarga decepción con el trato que ha dispensado Sánchez al partido-guía de los vascos. La metáfora del kleenex formulada por Andoni Ortúzar, aunque debería pensar que sería aún peor la metáfora del támpax, no ha tenido el menor empacho en establecer alianza con los socialistas vascos para pisarle la alcaldía de Vitoria, quizá la de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa a EH Bildu, asunto en el que el PNV ha venido a corroborar la infalibilidad del principio de que empezar a poner pista de aterrizaje a esa peña equivale a poner pista de despegue a los nacionalistas incruentos. Es por la gobernabilidad, ya se sabe. Vociferan sobre Vox, pero a la hora de la verdad a quien tratan de conjurar es a Bildu, que es quien les sopla la nuca.
Mientras, los socialistas Antiguo Régimen mostraban una discreta disconformidad con la estrategia pactista de Sánchez y Alfonso Guerra, que no se reunió con ellos, firmó en The Objective un artículo lleno de pesadumbre: «El día en que Pedro Sánchez se unió en un abrazo con Pablo Iglesias Turrión se firmaba el acta de defunción política de miles de responsables políticos socialistas. (...) Tal vez hay llegado el momento de que los socialistas se interroguen [¿nos interroguemos?] sobre si no será el problema el candidato». Se equivoca. Deberían preguntarse si a estas alturas el problema no será el partido. Por eso me parece que llega tarde la petición de los ex altos cargos del PSOE, por muchos de los cuales siento aprecio, que piden a Sánchez un giro hacia la centralidad. ¿Qué parte del no no habrán entendido? Las alarmas debieron sonar hace mucho. Ahora solo caben el silencio y la refundación.