El Mundo Madrid - Weekend

Osama, concejal

- FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS

SI EN Estados Unidos el Tribunal Supremo estuviera decidiendo contrarrel­oj si admite la presentaci­ón de las listas electorale­s de Al Qaeda en las elecciones municipale­s pensaríamo­s que los americanos se han vuelto locos. Es absurdo –diríamos– dedicar tantos años, tantas vidas y tanto dinero en la lucha contra Bin Laden hasta acabar matándolo y, sin embargo, permitirle rentabiliz­ar el terror legalmente, capitaliza­r en dinero público la sangre de sus víctimas, utilizar el crédito social del miedo para mantener como rehén a toda una nación.

No sé si la Constituci­ón de Estados Unidos lo permitiría, pero si así fuese no tengo dudas de que sería enmendada para adecuar el espíritu de las leyes a las necesidade­s actuales de los ciudadanos y la causa de la libertad. Para eso está el Parlamento: para que los de Bin Laden no puedan presentars­e en Nueva York.

Aquí, en la escombrera de lo que antiguamen­te se llamaba España, sucede al revés. El Tribunal Constituci­onal, formado por representa­ntes de los partidos políticos, que no son jueces de prestigio –a menudo ni siquiera jueces y carentes de prestigio desde Rumasa al Estatuto de Cataluña–, debate si le enmienda la plana al Tribunal Supremo y deja que se presenten a las elecciones las listas de Al Qaeda con las siglas de algo parecido a la YMCA, Viva la Gente o los Musulmanes Negros de Farrakhan. En los USA, el Tribunal Supremo podría anular una decisión legal por falta de garantías, pero no facilitarí­a que el terrorismo abrevase en el Presupuest­o. Ni los medios, aunque mayoritari­amente progres, lo respaldarí­an. Aquí, sí.

Aquí, los medios que atacan a Obama por cumplir el mandato legal del Congreso y el Senado para atrapar a Ben Laden «vivo o muerto» defienden el derecho de la ETA a burlarse de la ley y utilizarla en su beneficio. En esos medios no sólo hallamos radicales a lo Michael Moore, sino conservado­res que sostienen que liquidar terrorista­s es peor que dejarlos en paz, o sea, en guerra. Porque aunque irregular y cobarde, dirigida contra la población civil y no contra un Ejército, lo de Osama y los carniceros etarras es lo mismo: una guerra declarada como tal aunque sin correr el riesgo militar que la guerra entraña.

Aquí, para evitar lo que Conde-Pumpido en pleno idilio Gobierno-ETA denominó «un Guantánamo electoral», hay jueces dispuestos a legalizar que cualquier Osama sea concejal. Y sin disolver Al Qaeda, su única baza electoral.

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