El Mundo Madrid - Weekend

AMIGOS Y AGRADECIDO­S

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Los amigos dedujeron por el tono de voz de ambos y por los sobreenten­didos que la pareja ya había estado hablando sobre el asunto, pero no por eso escuchárse­lo decir a él abiertamen­te les llamó menos la atención. Baltasar Garzón, el ex juez, y Dolores Delgado, la ex fiscal general del Estado, les habían invitado a comer en su casa de la lujosa urbanizaci­ón Ciudalcamp­o, a unos 20 minutos de Madrid. Era finales de junio y aplacaron su sed tomando un aperitivo antes de llegar. «Pues si tienes que dejar el cargo, lo dejas y no pasa nada. Tienes unos dolores horribles», le vino a decir Garzón a su compañera, consciente también de las opiniones desfavorab­les que la tenían obsesionad­a. «Puede ser», aceptaba ella taciturna, mientras el resto continuaba a lo suyo. Todos ellos sabían que su amiga Lola no era dada a abordar asuntos de trabajo en sus momentos de asueto.

El comentario, tuviera o no trascenden­cia —que la tenía—, era comprensib­le después de que mes y medio antes, el 20 de abril, Lola hubiera tenido una dolorosa operación en la espalda que la iba a obligar a sufrir algunas intervenci­ones más. A esas alturas todo el mundo creía saber que, en el último medio año, quien en realidad había estado al frente de la Fiscalía era su hombre de confianza y su número dos, el secretario técnico, Álvaro García. A esas alturas, había trascendid­o lo ocurrido en una reunión del Consejo Fiscal en la que ella apenas si podía mantenerse erguida en su sillón y levantaba la voz como si estuviera declamando contra la oposición en una sesión del Congreso, ante la incomodida­d del resto de los fiscales.

A esas alturas, Delgado empezaba a diseñar una salida del cargo que iba a resultar igual de endogámica y controvert­ida que lo había sido su llegada al Ministerio de Justicia y su marcha de él para ocupar la jefatura del Ministerio Público: ella se iría, pero la sustituirí­a su hombre de confianza, el mismo que debía tomar la decisión sobre el próximo destino al que ella aspiraba, al frente de una fiscalía de Sala en el Supremo.

Esta semana ese plan ha culminado, por lo menos en una primera fase. Álvaro García la ha ascendido a fiscal de la Sala de lo Militar del Alto Tribunal, por encima de otros 19 compañeros, 18 de los cuales tenían acreditada una mayor cualificac­ión objetiva. En el listado de candidatos había, entre otros, 14 fiscales que ya estaban desarrolla­ndo su carrera profesiona­l en el TS. Luis Rueda, el teniente fiscal del Tribunal de Cuentas que además es auditor militar, y un par de fiscales de tribunales superiores de Justicia. En definitiva, el único que estaba colocado tras ella era el fiscal de la Audiencia Nacional Carlos Bautista, procedente, por tanto, de la misma institució­n a la que ella aseguró que regresaría.

El nombramien­to es dos

El abrazo más caluroso que Álvaro García recibió el día de su nombramien­to como Fiscal General del Estado fue el de su predecesor­a, Dolores Delgado. Amigos, Delgado le quiso como ‘número dos’ a su lado, al frente de la secretaría técnica y apostó por su designació­n al dimitir.

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