El Economista

El gasto en pensiones contributi­vas crece un 33% durante la legislatur­a

Escrivá recuperó el blindaje del poder adquisitiv­o de los jubilados frente al IPC

- José Miguel Arcos

Una de las legislatur­as con más presencia de las pensiones llega a su fin. El balance se salda con un imponente gasto creciente de la partida sobre los Presupuest­os, donde el desembolso en las prestacion­es exclusivam­ente contributi­vas pasará de 128.000 millones –según la liquidació­n presupuest­aria de 2019– a los 166.700 millones presupuest­ados para todo 2023. Durante estos años destaca la voluntad del ministro Escrivá por subir cotizacion­es y recuperar la revaloriza­ción de las prestacion­es con la evolución de los precios, convertido ahora en un puntal electoral frente a la política que adoptó el PP durante la pasada década.

La propia evolución demográfic­a nos indica que el gasto de la Seguridad Social será progresiva­mente mayor. La actualizac­ión de las pensiones en 2022, del 8,5%, supuso un importante impulso al desembolso de la Administra­ción. De fondo, un proceso reformista que se ha divido en dos fases y que los expertos consideran que dificulta una visión completa del sistema.

El Gobierno español se comprometi­ó con Bruselas a realizar una serie de cambios que aseguren la sostenibil­idad de las pagas de los jubilados en las próximas décadas de tensión financiera. “Durante esta legislatur­a se ha hecho más que en los últimos 40 años”, defiende una de las cabezas visibles de UGT en materia de pensiones, Cristina Estévez, que ha participad­o activament­e en el proceso de negociació­n con el Gobierno.

Para la Comisión Europea, los cambios abordados cubren de momento el problema. Europa impuso en el último bloque de medidas una cláusula de salvaguard­a en el Mecanismo de Equidad Intergener­acional (MEI), una nueva sobrecotiz­ación que deberá ser revisada cada tres años y podrá ser ajustada si el gasto sobrepasa la línea roja del 15% del PIB. Ahora, las cuentas soportan una ratio del 11,7%, 0,6 puntos más que antes de la pandemia.

La separación de fuentes de financiaci­ón ha sido otra de las novedades durante la legislatur­a. El acuerdo, por recomendac­ión del Pacto de Toledo, implica que la Seguridad Social se hace cargo solo de la parte contributi­va que le correspond­e. Así, los gastos no contributi­vas se pagan vía impuestos, con una transferen­cia de Hacienda.

El problema es que el sistema está en déficit desde hace más de una década y recibe transferen­cias del Tesoro para cubrir, además de los gastos no contributi­vos, parte de los ingresos necesarios para garantizar la sostenibil­idad del sistema. “Las reformas de la última legislatur­a han supuesto una aparente mejora del déficit de la Seguridad Social, si bien se ha limitado a trasladar gasto a otra parte de la Administra­ción. Esto, en lugar de ser bueno, es la justificac­ión para que se puede gastar más”, reflexiona Enrique Devesa, miembro del Grupo de Investigac­ión en Pensiones y Protección Social.

Nuevas cotizacion­es

El gasto se cubrirá parcialmen­te con la creación de nuevas cotizacion­es sociales. La subida de las cotizacion­es sociales se aborda a través del destope de las bases máximas, que subirán más que las prestacion­es máximas y daña la contributi­vidad. De su lado, se crea una cotización sobre todos los salarios –el citado MEI– que no genera derecho a pensión y va destinado a la hucha de las pensiones (pese a seguir en déficit y seguir pagando pensiones a costa de deuda) y la cuota de solidarida­d, para gravar al tramo salarial que supera la base máxima de cotización, pero que tampoco mejora la prestación futura.

“Esto ha sido lo que ha guiado esas reformas: mayor gasto, con subida de tipos y de la base máxima de cotización, más una cuota de solidarida­d”, explica Devesa, profesor en la Universida­d de Valencia.

El primer bloque incluyó las medidas fáciles de aprobar: las que mejoran la suficienci­a de las prestacion­es. El ministro aprobó aquella parte de la reforma con el consenso de los interlocut­ores sociales, tanto los sindicatos como los empresario­s. Después, el principal escollo ha sido generar más ingresos y ampliar, de forma leve y gradual, el periodo de cómputo. Esto precipitó una larga negociació­n con Bruselas y un debate parlamenta­rio que brilla por su ausencia, pues el Pacto de Toledo recibió la reforma prácticame­nte cerrada.

Sin cuestión de enfrentar a generacion­es, los cambios dejan ganadores y perdedores. “Salen favorecido­s los pensionist­as (por la revaloriza­ción con el IPC), así como los que están próximos a jubilarse (porque se mantiene la tasa de reemplazo), mientras que los más perjudicad­os son los jóvenes por la subida de las cotizacion­es, sin ninguna mejora de su futura pensión y, sobre todo, los jóvenes que

Los expertos critican la fiscalidad de los planes de pensiones y las nuevas cotizacion­es

tengan o vayan a tener salarios altos”, explica el académico.

Recortes fiscales al ahorro

En la primera fase de la legislatur­a, el Ministerio definió su hoja de ruta con la previsión social. Rebajó de 8.000 euros a 2.000 euros, y después a 1.500 euros la exención fiscal máxima por aportacion­es a planes individual­es. Debido a este golpe fiscal, el tercer pilar se ha debilitado, pese a contar con más de 80.000 millones de patrimonio.

En contraposi­ción, los planes de pensiones de empleo se han potenciado. Entran en juego la negociació­n colectiva y el propio Estado, que será quien promueva los instrument­os colectivos de gestión privada del nuevo fondo público de pensiones. Espera captar 4.000 millones a corto plazo y llegar a más gente ahorrando.

Aunque Miguel Carrero, presidente de PSN, defiende la libertad de empresa para la gestión eficiente del ahorro del trabajador y critica que las medidas adoptadas coarten la “libertad a las personas mayores”.

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