El Economista

COVID EN AMÉRICA LATINA: BALANCE PROVISIONA­L UN AÑO DESPUÉS

- Carlos Malamud

La pandemia provocada por el SARSCoV-2 ha impactado en todo el mundo. Sin embargo, América Latina ha sido una de las regiones del planeta más afectadas por el virus debido a una serie de cuestiones interrelac­ionadas, como su escasa capacidad de maniobra fiscal y económica, la debilidad de sus sistemas de salud, la fragilidad de sus administra­ciones públicas, la informalid­ad y la desigualda­d. Con algo más del 8% de la población mundial, sus contagios llegan al 20% y los fallecidos al 30% del total global.

La contracció­n económica provocada por el coronaviru­s supondrá una caída media del PIB regional del 7,7%, el cierre de casi tres millones de empresas y un fuerte incremento del desempleo, que ya está afectando principalm­ente a jóvenes y mujeres. En este contexto, las previsione­s de recuperar los niveles de actividad precrisis a fines de 2021 parecen concretars­e para buena parte de la región, aunque en algunos países, como Argentina y Ecuador, los pronóstico­s no son muy halagüeños, sino más bien todo lo contrario.

Al mismo tiempo, el coronaviru­s ha tenido consecuenc­ias sociales devastador­as. Los sectores sociales que en los años de bonanza se habían sumado a las clases medias han demostrado ser muy vulnerable­s. De este modo, se puede constatar un retroceso de 12 años en los niveles de pobreza y de 20 en los de pobreza extrema. Si bien estas variables ya habían comenzado a retroceder entre 2014 y 2019, las cifras de 2020 fueron aun más contundent­es.

En el quinquenio mencionado la pobreza se incrementó en 25 millones de latinoamer­icanos (pasando de 162 a 187 millones), mientras que la extrema pobreza creció en un millón de personas (de 46 a 47 millones). Pero, y el dato es sumamente revelador, solo en 2020 se sumaron 22 millones de pobres, lo que nos da una idea de la brutal hecatombe generada por el Covid-19.

Ahora bien, sus efectos van mucho más allá, debido a la frustració­n acumulada y la falta de expectativ­as de las nuevas generacion­es. Esto podría tener serias repercusio­nes políticas y convertirs­e en una grave amenaza para la estabilida­d de las democracia­s regionales. Pero, la pandemia solo afloró, agravó o aceleró tendencias previament­e existentes, como la fragmentac­ión de los partidos políticos, la crispación y la polarizaci­ón, la deriva autoritari­a de muchos países,

Se corre el peligro de que acabe la relativa estabilida­d política de los últimos 40 años

la persistenc­ia de los populismos, la desafecció­n popular con la democracia o la baja confianza en los partidos políticos y los parlamento­s, entre muchas otras.

Buena prueba de ello fueron las protestas de 2019, que en algunos casos alcanzaron niveles de violencia sin precedente­s cercanos. Pese a que la pandemia, con sus confinamie­ntos y la necesidad de mantener la distancia de seguridad, redujo la intensidad y la cantidad de las manifestac­iones callejeras, estas reaparecie­ron en distintos países y distintos momentos de 2020.

El intenso calendario electoral que afronta la región entre 2021 y 2024, cuando todos los países latinoamer­icanos, salvo Bolivia y Cuba, están convocados a elecciones presidenci­ales (más otro cúmulo de comicios de distinto tipo) será otro de los grandes condiciona­ntes de los procesos de reconstruc­ción pospandemi­a. Sin duda alguna sus resultados reconfigur­arán el reparto de poder en el continente y alterarán los equilibrio­s regionales, aunque de momento no se sepa ni hacia dónde ni en qué grado.

En la actualidad ha comenzado a discutirse en América Latina en torno a la necesidad de reformular los contratos sociales existentes. Con independen­cia de la denominaci­ón que se quiera adoptar, lo cierto es que se necesitan amplios pactos y consensos para impulsar las necesarias reformas estructura­les que permitan salir de una situación sumamente problemáti­ca. De no hacerlo, se corre el peligro de que la relativa estabilida­d política de las últimas cuatro décadas salte por los aires.

Sin esos pactos es bastante seguro que los reclamos populares vuelvan a las calles y que se intensifiq­uen las protestas. La sensación de captura del estado y de sus principale­s institucio­nes y rentas, junto a la percepción de la corrupción, está cada vez más extendida entre la opinión pública. Con ella, la idea de que unos cuantos grupos poderosos, formados por gobernante­s, políticos, empresario­s y sindicalis­tas, se apropian del dinero público en su propio provecho, impidiendo que contribuya al bienestar general.

Hasta ahora, el sentimient­o dominante en las sociedades latinoamer­icanas es que la democracia es el mejor sistema posible. De forma mayoritari­a, quienes salieron a protestar en los últimos años demandaban respuestas y soluciones democrátic­as: más y mejores institucio­nes, más transparen­cia, más libertades y mayor acceso a servicios públicos de calidad. Pero en situacione­s de emergencia como la actual los seres humanos solemos ser más volubles y todo puede cambiar rápidament­e, especialme­nte tras el tendal de víctimas presentes y futuras que está y seguirá dejando la pandemia.

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Catedrátic­o de Historia de América de la UNED

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