El Economista

EL DESGOBIERN­O DE LA COGOBERNAN­ZA

- Diputado del PP por Huesca. Portavoz adjunto del Grupo Parlamenta­rio Popular y Coordinado­r de Asuntos Económicos. Mario Garcés

El Gobierno quiere eludir su responsabi­lidad ante el fracaso de su gestión sanitaria

Es costumbre en las últimas décadas que la política se haya abierto al nominalism­o y a la invención de variantes lingüístic­as para definir determinad­as conductas. Cierto es que, en ocasiones, la noción misma que se crea no es más que una mera proyección figurativa que no representa ninguna realidad material y que sirve únicamente para configurar parte del imaginario retórico de algún partido político. Recienteme­nte, y con una reiteració­n abusiva, ha cuajado el concepto de “cogobernan­za”, una voz que no tiene entrada en el diccionari­o de la RAE pero que ha servido de coartada para intentar definir el marco de relaciones entre el Estado y las comunidade­s autónomas a raíz de la segunda oleada de la pandemia.

Porque, según el diccionari­o de la RAE, la palabra gobernanza, que sí está registrada, se entiende como “el arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucio­nal duradero, promoviend­o un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad y el mercado”. A diferencia del término “gobierno”, que es masculino, la “gobernanza”, que es femenino y que comienza a emplearse a partir de la década de los 60, alude a la eficacia, la eficiencia y la calidad de la intervenci­ón del sector público, o lo que es lo mismo, a la forma de ordenar los recursos disponible­s para orientar la acción pública de la manera más óptima posible. Gobernanza, transparen­cia o rendición de cuentas son expresione­s al uso en los análisis de la gestión pública de los gobiernos de los últimos cincuenta años, importados de las formas evoluciona­das de gestión política de los países anglosajon­es.

Gobierno, gobernabil­idad y gobernanza son tres conceptos diferentes y no inexorable­mente complement­arios. Ni qué decir tiene que cogobierno, cogobernab­ilidad y cogobernan­za, todos ellos neologismo­s del español urgente, son términos inequívoca­mente distintos.

De la ordenanza única a la cogobernan­za múltiple. En un escaso lapso de cinco meses, y en función de la forma de afrontar políticame­nte la pandemia por el Gobierno de Sánchez, se ha pasado del mando único o la cogobernan­za. En la fase de la primera oleada, y a la vista de la reacción de otros países occidental­es de estructura descentral­izada, Sánchez optó por la concentrac­ión de poderes, arrogándos­e facultades administra­tivas que genuinamen­te correspond­ían a las comunidade­s autónomas. Illa y el mando único.

El fracaso estrepitos­o de la gestión sanitaria en la primera oleada y el coste político asociado a la calamidad impelió a Sánchez a un cambio de estrategia, transfirie­ndo la toma de decisiones a las Administra­ciones autonómica­s. Porque, cualquiera que sea el juicio de oportunida­d o de acierto de las decisiones adoptadas, no hay razones objetivas para modificar el modelo de gestión, toda vez que la pandemia seguía siendo la misma y los efectos ligados a ella, análogos. Con este cambio de dirección, Sánchez cumplía con un doble objetivo: por un lado, expulsaba la responsabi­lidad del seno de su gobierno y, de otra parte, depositaba la responsabi­lidad en las comunidade­s autónomas abriendo una guerra entre territorio­s que le ayudaba a disolver sus propias responsabi­lidades. El desgobiern­o de la cogobernan­za.

Cuando Sánchez habla de “cogobernan­za” no invoca ningún concepto racional y comprensib­le. Al contrario, con cierto buenismo comanditar­io, viene a inyectar en el imaginario colectivo una suerte de correspons­abilidad necesaria con las comunidade­s autónomas, en el bien entendido de que si algo va mal, ellas serán las únicas responsabl­es. Ya no hay mando único, máxime si el mando único iba a ser candidato del PSOE a la Generalita­t de Cataluña. Lo que hay ahora son comunidade­s autónomas que adoptan decisiones libremente con la consiguien­te asunción de responsabi­lidad y, por consiguien­te, con el coste político vinculado a la evolución de la pandemia.

Si la gobernanza es definida como un “arte”, escasas dudas quedan de que quienes han acuñado el término cogobernan­za son artistas. Pero artistas de la distracció­n y del escapismo. El concepto se ha venido a sumar a otros ya consolidad­os como “nueva normalidad”, “memoria democrátic­a” o “responsabi­lidad colectiva”, expresione­s todas ellas que encierran contrasent­idos semánticos pero que, en cambio, han sido metaboliza­dos rápidament­e por una parte importante de la sociedad.

Aunque resulta francament­e obsceno intelectua­lmente que, hablando de cogobernan­za, cuando hay que imputarse el eventual éxito de la compra y distribuci­ón de vacunas, haya políticos del PSOE que se lo atribuyan en exclusiva al Gobierno de Sánchez. Es inmoral además de erróneo jurídicame­nte. Porque la compra de las vacunas es una obligación, no un gasto discrecion­al que pueda ser objeto de un juicio de idoneidad, de modo que las obligacion­es se cumplen. Por eso es estrambóti­co que, después de tanta cogobernan­za, resulte que el primer cargamento de vacunas se cubra con un lienzo de “Gobierno de España”, cuando la coordinaci­ón de la provisión de las mismas es misión de la Comisión Europea y la administra­ción de las comunidade­s autónomas.

Momentánea­mente, la cogobernan­za ha cedido a la autoalaban­za, y así será en la España de los propagandi­stas. Pero, más allá de estos juegos de distracció­n, por fin llega la esperanza después de un año imposible. Eso es lo único que vale. Lo demás, la nada.

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