EL DESGOBIERNO DE LA COGOBERNANZA
El Gobierno quiere eludir su responsabilidad ante el fracaso de su gestión sanitaria
Es costumbre en las últimas décadas que la política se haya abierto al nominalismo y a la invención de variantes lingüísticas para definir determinadas conductas. Cierto es que, en ocasiones, la noción misma que se crea no es más que una mera proyección figurativa que no representa ninguna realidad material y que sirve únicamente para configurar parte del imaginario retórico de algún partido político. Recientemente, y con una reiteración abusiva, ha cuajado el concepto de “cogobernanza”, una voz que no tiene entrada en el diccionario de la RAE pero que ha servido de coartada para intentar definir el marco de relaciones entre el Estado y las comunidades autónomas a raíz de la segunda oleada de la pandemia.
Porque, según el diccionario de la RAE, la palabra gobernanza, que sí está registrada, se entiende como “el arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad y el mercado”. A diferencia del término “gobierno”, que es masculino, la “gobernanza”, que es femenino y que comienza a emplearse a partir de la década de los 60, alude a la eficacia, la eficiencia y la calidad de la intervención del sector público, o lo que es lo mismo, a la forma de ordenar los recursos disponibles para orientar la acción pública de la manera más óptima posible. Gobernanza, transparencia o rendición de cuentas son expresiones al uso en los análisis de la gestión pública de los gobiernos de los últimos cincuenta años, importados de las formas evolucionadas de gestión política de los países anglosajones.
Gobierno, gobernabilidad y gobernanza son tres conceptos diferentes y no inexorablemente complementarios. Ni qué decir tiene que cogobierno, cogobernabilidad y cogobernanza, todos ellos neologismos del español urgente, son términos inequívocamente distintos.
De la ordenanza única a la cogobernanza múltiple. En un escaso lapso de cinco meses, y en función de la forma de afrontar políticamente la pandemia por el Gobierno de Sánchez, se ha pasado del mando único o la cogobernanza. En la fase de la primera oleada, y a la vista de la reacción de otros países occidentales de estructura descentralizada, Sánchez optó por la concentración de poderes, arrogándose facultades administrativas que genuinamente correspondían a las comunidades autónomas. Illa y el mando único.
El fracaso estrepitoso de la gestión sanitaria en la primera oleada y el coste político asociado a la calamidad impelió a Sánchez a un cambio de estrategia, transfiriendo la toma de decisiones a las Administraciones autonómicas. Porque, cualquiera que sea el juicio de oportunidad o de acierto de las decisiones adoptadas, no hay razones objetivas para modificar el modelo de gestión, toda vez que la pandemia seguía siendo la misma y los efectos ligados a ella, análogos. Con este cambio de dirección, Sánchez cumplía con un doble objetivo: por un lado, expulsaba la responsabilidad del seno de su gobierno y, de otra parte, depositaba la responsabilidad en las comunidades autónomas abriendo una guerra entre territorios que le ayudaba a disolver sus propias responsabilidades. El desgobierno de la cogobernanza.
Cuando Sánchez habla de “cogobernanza” no invoca ningún concepto racional y comprensible. Al contrario, con cierto buenismo comanditario, viene a inyectar en el imaginario colectivo una suerte de corresponsabilidad necesaria con las comunidades autónomas, en el bien entendido de que si algo va mal, ellas serán las únicas responsables. Ya no hay mando único, máxime si el mando único iba a ser candidato del PSOE a la Generalitat de Cataluña. Lo que hay ahora son comunidades autónomas que adoptan decisiones libremente con la consiguiente asunción de responsabilidad y, por consiguiente, con el coste político vinculado a la evolución de la pandemia.
Si la gobernanza es definida como un “arte”, escasas dudas quedan de que quienes han acuñado el término cogobernanza son artistas. Pero artistas de la distracción y del escapismo. El concepto se ha venido a sumar a otros ya consolidados como “nueva normalidad”, “memoria democrática” o “responsabilidad colectiva”, expresiones todas ellas que encierran contrasentidos semánticos pero que, en cambio, han sido metabolizados rápidamente por una parte importante de la sociedad.
Aunque resulta francamente obsceno intelectualmente que, hablando de cogobernanza, cuando hay que imputarse el eventual éxito de la compra y distribución de vacunas, haya políticos del PSOE que se lo atribuyan en exclusiva al Gobierno de Sánchez. Es inmoral además de erróneo jurídicamente. Porque la compra de las vacunas es una obligación, no un gasto discrecional que pueda ser objeto de un juicio de idoneidad, de modo que las obligaciones se cumplen. Por eso es estrambótico que, después de tanta cogobernanza, resulte que el primer cargamento de vacunas se cubra con un lienzo de “Gobierno de España”, cuando la coordinación de la provisión de las mismas es misión de la Comisión Europea y la administración de las comunidades autónomas.
Momentáneamente, la cogobernanza ha cedido a la autoalabanza, y así será en la España de los propagandistas. Pero, más allá de estos juegos de distracción, por fin llega la esperanza después de un año imposible. Eso es lo único que vale. Lo demás, la nada.