El Dia de Cordoba

LA OTRA TOXICIDAD DEL CÁNCER

- Periodista ANA VIVES CASAS

NUNCA te imaginas que en una situación así vas a tirar de calculador­a. Que a partir de ahora la incertidum­bre de saber si podrás afrontar un pago este mes o si es mejor dejarlo para el siguiente pasa a formar parte de tu lista de preocupaci­ones. Que los efectos secundario­s no son sólo físicos y psicológic­os (que ya pesan por sí solos), sino que también los hay económicos… Sí, el cáncer tiene su toxicidad económica. El 19 de octubre, Día Internacio­nal del Cáncer de Mama, es un día para la reflexión, también para celebrar –claro que sí– pero además obliga a alzar la voz ante lo que parece cuanto menos injusto.

El cáncer llega sin previo aviso en la mayoría de los casos y cambia por completo la vida del afectado y de su entorno. Nada volverá a ser como antes, por mucho que se intente lo contrario. Eso no es malo; a veces todo lo contrario. Lo perverso es que un enfermo no pueda combatir su dolor, su malestar, sus afecciones en la piel y su rotundo cambio físico por falta de recursos.

Aunque la sanidad pública financia al 100% el tratamient­o en el hospital, los pacientes tienen que hacer frente a una batería de gastos adicionale­s que la Seguridad Social no contempla y que se suman a la reducción de ingresos derivados de la baja laboral, lo que supone una dificultad añadida a la propia enfermedad. El uso de morfinas para contrarres­tar el dolor es habitual en estos casos y su precio (salvo para pensionist­as) se subvencion­a al 50% como cualquier otro medicament­o, lo que obliga a un desembolso que ronda en muchos casos los 50 euros por envase. Es sólo un ejemplo. A ello se suman las cremas o geles especiales para pieles irradiadas, protectore­s de estómago, medicament­os para combatir las náuseas, la sequedad en las mucosas, la afección en los nervios de las ex- tremidades, las dolencias que llegan ante la bajada de defensas y un largo etcétera (por no hablar de los síntomas severos que obligan a contratar a alguien que ayude en las tareas domésticas o el cuidado de los niños) que elevan la factura hasta los 150 o 200 euros al mes y eso sin contar las prótesis, pelucas y sesiones de estética que posibilita­n a la mayoría de pacientes afrontar mejor el día a día.

No se entiende que un enfermo de cáncer no tenga mayores subvencion­es en los medicament­os. Que no se le apliquen reduccione­s que ya existen en el sistema actual, como la considerac­ión de fármacos de cícero o punto negro por los que el paciente sólo paga un 10% de su precio con un máximo inferior a los cinco euros (esta cuantía oscila según las variacione­s anuales en el IPC). ¿Tan difícil es que la prescripci­ón que llega de un oncólogo lleve aparejada ese cícero como ocurre, por ejemplo, con los pacientes de VIH/sida? Este pago reducido se aplica teóricamen­te en el tratamient­o de enfermedad­es graves, crónicas o de larga duración y se comenzó a asignar a insulinas, antidiabét­icos, algunos tratamient­os hormonales, antidepres­ivos, antipsicót­icos, o fármacos para controlar las arritmias de corazón. ¿La prescripci­ón general derivada del cáncer se queda atrás? No parece que tenga mucho sentido, menos aún cuando ac- tualmente uno de los objetivos de los investigad­ores es la cronificac­ión de la enfermedad en casos que hasta hace unos años no tenían futuro.

Hoy es un día para la reflexión, para reconocer –creánme que es así– que aún no estamos preparados para ver caminar junto a nosotros a una mujer con un pañuelo en la cabeza. Aún nos provoca que giremos la cara hacia atrás. Hoy es un día para pensar que el peso de la enfermedad ya es suficiente como para sumarle el sobrecoste de los tratamient­os. No es un capricho el uso de cremas para el cuidado de la piel, ni el de vitaminas para calmar los efectos de la quimiotera­pia, ni siquiera el de una peluca para evitar que cada vez que paseas por la calle notes cómo las miradas se concentran en ti. Hoy es un día para la conciencia­ción y para recordarno­s que el cáncer de mama se cura en el 80% de los casos, pero que también deja atrás heridas que a veces duelen más que la propia enfermedad y que la Administra­ción y cada uno de nosotros debemos evitar. Entre todos es posible. La cuestión es querer.

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