El Confidencial

El irlandés errante

- Juan José Cercadillo

Me autopercib­o irlandés. En tiempo de identidade­s quiero sentirme más verde. Diríjanse a mí en gaélico, respeten mis diferencia­s. Mis ancestros ti‐ ran a morisco lo que evita el pelirrojo, mi piel puede que al‐ gún día fuera subsaharia­na, lo que imposibili­ta las pecas. Va‐ mos, que no es que mi cuerpo acompañe en absoluto. Aun así, por estas fechas me viene vena irlandesa y peregrino a diario a cualquier bar de made‐ ra para sentirme acogido. Me pongo un gorro de duende que simule una melena rojiza y destartala­da y con esa pinta, y otras más de cualquier cerve‐ za fría, paso mi propia semana del orgullo de creerme un hi‐ bernés, pues Irlanda era Hiber‐ nia en tiempos de San Patricio. Eso sí son embajadas que ha‐ cen de un país pequeño fran‐ quicias por todo el mundo. Un bar irlandés difunde espíritu y cultura mejor que los diplomá‐ ticos, agregados o institutos. Y en vez de costar, recaudan, y exportan cerveza negra y whis‐ key de las montañas. No hay ciudad donde no haya rinco‐ nes con luz de cueva, repletos, destartala­dos. Llenos de anun‐ cios de Guinness, su tesoro más preciado, las fotos des‐ perdigadas de ríos o de campi‐ ñas, las bufandas de algún club y una pizarra enorme don‐ de lees la programaci­ón de ca‐ si todos los deportes que ve‐ rás en estos días. Yo he visto casi de todo apoyado en esas barras. He visto por supuesto fútbol, y más rugby que otra cosa. Pero también me he tra‐ gado, al ritmo que trago mis pintas, tenis y futbol austra‐ liano -y gaélico algunos días-, he visto billar y dardos, he vis‐ to golf y hasta bolos y beisbol, deslocaliz­ando. He visto artes marciales mixtas y carreras de caballos, he visto curling en in‐ vierno, vóley playa en verano y pádel en entretiemp­o. Música en directo o de fondo, siempre más gente que aforo, cerveza en estado puro. Ni ta‐ pas, ni tristes panchitos, ni aceitunas ni patatas. Ahí le das al estofado, a la hambur‐ guesa pringosa y hasta al pas‐ tel de pescado. La globaliza‐ ción permite que te ofrezcan también nachos, pero pasare‐ mos por alto tamaño desmán geográfico, por respeto a su eficiencia en la lucha contra las resacas. Son bares de cual‐ quier hora y bares de cualquier día, para lo triste o lo alegre, el sitio que elegiría. Café para re‐ vivirte, sidra para celebrarte, cerveza para los partidos, whiskey para los alargues. Ho‐ menajean igual con sus nom‐ bres una pescadera enferma que un grandísimo premio Nó‐ bel. Dos de mis preferidos: Molly Malone y James Joyce.

¿Quién es San Patricio y por qué tiene un día?

ACyV Cada 17 de marzo se ce‐ lebra esta festividad típica‐ mente irlandesa en distintas partes del mundo. El color ver‐ de y el trébol son sus dos gran‐ des iconos. ¿Cuál es la razón? Antes que a la primavera se celebra a San Patricio, aquel converso tan afable que retor‐ nó a su patria y cristianiz­ó gran parte. No eran fáciles los Celtas que veían volar brujas, enanillos por el campo y águi‐ las de dos cabezas. Tampoco es que el Espíritu Santo no ten‐ ga explicació­n compleja, pero el ingenioso monje simplificó el asunto echando mano a la tierra. Cogió un trébol que, es‐ tadísticam­ente, suelen tener tres piezas y comparando ca‐ da hoja con cada representa‐ ción divina dio solución senci‐ lla a aquello de uno y a la vez trino, el gran misterio de la teo‐ logía, la cuadratura del círculo de explicar lo inexplicab­le. La suerte le fue esquiva y genero‐ sa al mismo tiempo, porque de dar sin querer con uno de cua‐ tro hojas aún estarían por Ir‐ landa dando vueltas al asunto. Yo sigo sin entenderlo, y sin encontrarm­e ninguno, ni trébol de cuatro hojas, ni Trini del to‐ do santa.

Es una pena que el cambio de nacionalid­ad sea más comple‐ jo que el cambio de sexo. Sin hormonas de por medio yo es‐ te Seis Naciones habría estado dispuesto. Ganaron los irlande‐ ses en alarde físico y técnico. Derrotaron a Inglaterra y derro‐ taron a sus miedos convirtién‐ dose en el mejor del mundo y en los que ahora dan miedo. Me hubiera ido al registro nada más acabar el tercer tiempo. Le hubiera plantado una M a la C de Cercadillo, McErcadill­o me quedo, hijo de Ercadillo, que es lo que significar­ía. Ma‐ to dos pájaros de un tiro, mi aspiración irlandesa en tiem‐ pos de San Patricio y reconoci‐ miento al padre en tiempos de San joseses, Jose el padre, Jo‐ se el hijo y Jose el espíritu san‐ to que aún conserva su nieto. Hay que hacerse de otros si‐ tios y hay que hacerse más de rugby. Las aficiones mezcla‐ das, los cánticos respetuoso­s y los himnos respetados. Paí‐ ses tan enfrentado­s, invadidos e invasores, conviven sin inci‐ dentes, cantan juntos en el campo, en las calles y en los bares. La propia selección ir‐ landesa, que suma a Irlanda del Norte solo en este deporte, canta dos himnos que, no ha‐ ce tanto, se cantaban desde trincheras. Uno es "la canción del soldado", el otro "Dios sal‐ ve a la reina", no hay mucho más que explicar. No hay insul‐ tos en el rugby, no hay proble‐ mas ni peleas. Van los niños tan felices, los mayores con sus Guinness pueden beber en la grada. Hay fuerza y agresivi‐ dad en el campo, pero nunca violencia y lo mismo pasa afuera. Nadie se dirige al árbi‐ tro salvo que seas el capitán, nadie finge, nadie se queja, na‐ die celebra de más. Por eso casi todos los años antes de la primavera, con el rugby por bandera, con la sed como mandato y San Patricio de ex‐ cusa, trato de hacerme pasar un rato por un irlandés errante, de errar no de andar mucho, que bares irlandeses tenemos por todas partes.

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