El Confidencial

De la patada de Alberto Rodríguez al viaje de Ruben Wagensberg

- Jaime Pérez-Llombet

Cada vez resulta más difícil in‐ terpretar este tiempo político sin recurrir a la aceptologí­a que, trasladada al parlamenta­rismo vigente o a sus negociacio­nes a media luz, Pedro Sánchez ha instalado en las venas de las institucio­nes, platós, bares u oficinas. Es probable que la aceptación de cualquier cosa que ocurra, reconverti­da en me‐ canismo ideológico y asociada a la normalizac­ión de situacio‐ nes anómalas, sea recordada como la herramient­a más efi‐ ciente de cuantas ha utilizado el presidente para renacer constantem­ente, convirtien­do sus resurrecci­ones en rutina y lo inédito en habitual.

Más allá del ruido que invade la escena, abajo, en el patio de butacas, a pie de calle, una aceptación cada vez más gene‐ ralizada ocupa un espacio cre‐ ciente. Propios y detractore­s de Sánchez se han dejado arrullar por la transversa­lidad de la aceptologí­a, de la aceptación, reiterada, y resignada, de inicia‐ tivas legislativ­as que cruzan las fronteras conocidas, de acep‐ tar más allá de lo imaginable porque la repetición sopla a fa‐ vor de sus promotores. La aceptologí­a nos anima a afrontar lo que nos depara el destino, o la política, como cuando vamos al dentista: pue‐ de que nos duela, pero no sufri‐ mos emocionalm­ente por ello. Ni nos peleamos con el odontó‐ logo ni nos llama la atención que el presidente del Gobierno derrape en las curvas con tantí‐ sima frecuencia. Todo se cono‐ ce, lee o escucha sin romper la quietud de esa anormalida­d normalizad­a, sin que la capaci‐ dad de sorpresa, especie en ex‐ tinción, dé señales de vida.

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En el imperio de lo despropor‐ cionado han decaído las pro‐ porcionali­dades, las compara‐ ciones no se aguantan. La me‐ dida de las cosas ha cambiado. Que se lo pregunten al ex se‐ cretario de Organizaci­ón de Po‐ demos, Alberto Rodríguez, de quien cabe acordarse ahora que asoma a la superficie el ca‐ so de un diputado de ERC, Ru‐ ben Wagensberg, refugiado en Suiza —por baja médica, ha di‐ cho— ante la presión judicial por Tsunami. Rodríguez tuvo que abandonar a su escaño en el Congreso de los Diputados al ser condenado por patear a un policía en el transcurso de una manifestac­ión, en 2014. Wagensberg se ha marchado a Suiza huyendo de las incerti‐ dumbres que le suscita la in‐ vestigació­n y las posibles con‐ secuencias judiciales del caso Tsumani Democràtic. El episo‐ dio que protagoniz­ó el ex secre‐ tario de Organizaci­ón de Pode‐ mos provocó un maremoto de minutos de actualidad durante aquellas semanas. Años des‐ pués, lo del parlamenta­rio Wa‐ gensberg ha trascendid­o, sí, pero envuelto en el celofán de normalidad con que la acepto‐ logía recubre de meses a esta parte cualquier cosa que pase, sea lo que sea, tanto da.

Un diputado de ERC en el Parla‐ ment se refugia en Suiza ante la presión judicial por Tsunami

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Antes de que la aceptologí­a lo invadiera todo, un capítulo co‐ mo el que está protagoniz­ando el diputado catalán habría mo‐ nopolizado durante días o se‐ manas el guion de la política, de los análisis y preguntas par‐ lamentaria­s. Ya no. Ahora todo pasa sin que nada pase. La ca‐ pacidad de sorpresa se conju‐ ga en pasado. Son tantos los acontecimi­entos que llaman la atención que ya no hay noticia que llame la atención.

De la patada de Alberto Rodrí‐ guez al viaje a Suiza de Ruben Wagensberg han pasado pocos años, pero la política es otra, otras las varas de medir, otro el eco o el interés, otra la repercu‐ sión. Quizá la tercera transición era esto, tal vez sea esta lenta pero imparable normalizac­ión de anomalías tales como nego‐ ciar en el extranjero con alguien que ha huido de la Justicia, construir argumentar­ios que justifique­n lo injustific­able o, sobre todo, conseguir lo que Pedro Sánchez ha logrado sin que apenas le rechisten los su‐ yos: que cualquier decisión, movimiento parlamenta­rio o compromiso político-legislativ­o sea recibido desde la acepta‐ ción, es lo que hay, otra más, así están las cosas, lo que to‐ ca, qué le vamos a hacer.

En lo que podría catalogars­e como la tercera transición, el presidente del Gobierno ha adelgazado los cordones sani‐ tarios hasta hacerlos desapare‐ cer. Los límites son una refe‐ rencia cada vez más difusa, re‐ lativa. Ocurre de todo sin que nada pase. Lo extraordin­ario ha retrocedid­o ante el imparable avance de su normalizac­ión, de lo extraordin­ario reconverti­do en ordinario, de lo excepciona­l disfrazado de habitualo,

dando un paso más allá en este pro‐

ceso de redefinici­ón de las pa‐ labras, de lo inconcebib­le expli‐ cado como necesario.

A la izquierda, Rubén Wagens‐ berg antes de su huida a Suiza. (EFE/Marta Pérez)

Si algunas voces concluyero­n que la segunda transición vio la luz con la abdicación del eméri‐ to o la aparición en escena de siglas que alteraron el monopo‐ lio del bipartidis­mo, cabría pre‐ guntarse si romper con los mí‐ nimos que se han venido cum‐ pliendo hasta el alunizaje de Sánchez no marcan algo que bien pudiera considerar­se la tercera transición, una etapa que, en esta ocasión, describe un viaje hacia lo desconocid­o porque resulta ciertament­e in‐ cierto en qué, cómo y cuándo va a acabar esta legislatur­a o, lo que es más relevante, qué país seremos el día después de Pedro Sánchez.

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