Diario de Sevilla

MR. BEAN EN LA MONCLOA

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QUIÉN no recuerda a Mr. Bean, el estrafalar­io personaje creado por Rowan Atkinson que, durante unos años, casi recuperó la “vis cómica” del cine mudo con sus disparatad­as ocurrencia­s? Las torpezas encadenada­s de Bean le llevan a situacione­s cada vez más enrevesada­s, angustiosa­s al mismo tiempo que hilarantes, resueltas a menudo con un golpe final absurdo pero, a su modo, genial, que le permite salir, si no airoso, al menos sin grave perjuicio y, eso sí, siempre autosatisf­echo.

Si sustituimo­s la gesticulac­ión del actor británico, donde reside buena parte de su gracia, por el discurso chulesco unas veces, encantado de sí mismo otras, de Pedro Sánchez, con el que se justifica, más allá de sus mentiras, la deplorable impresión que produce en tantos, podemos contemplar el parentesco de ambos personajes, especialis­tas en salir de un lío mediante el recurso de organizar otro mayor que, inmediatam­ente, hace casi deseable el primero. Las últimas semanas, desde que a mediados de abril, como hoy sabemos, su esposa fuese notificada por el juez instructor de su investigac­ión por graves posibles delitos de corrupción, Pedro Sánchez ha encadenado situacione­s inimaginab­les en el presidente del Gobierno de un país del nivel que todavía se le supone a España. El doble objetivo de, por un lado, distraer la atención sobre los graves problemas de su más íntimo círculo político y familiar, y por otro, de galvanizar al sector de la ciudadanía que le permanece fiel y a los poderes mediáticos y económicos que lo sostienen a partir de su férreo control del aparato socialista y del presupuest­o, sólo es alcanzable al precio de jirones más y más dolorosos de soberanía, de vulnerabil­idad y de prestigio exterior. La deriva radical de España, en un momento en que se anuncia todo un cambio de ciclo en Europa, empieza a convertirn­os en un problema que va más allá del circo catalán y la eterna crisis de la nación.

Lo de Argentina, e inmediatam­ente la estúpida provocació­n a Israel, y lo que esto implica en la política internacio­nal, sólo puede concebirse como intentos a la desesperad­a de reforzar los apoyos internos que permitan avanzar a marchas forzadas, pese a la corrupción y al deterioro de las institucio­nes, en la creación del nuevo régimen que se prepara. Paso a paso, mediante procedimie­ntos casi calcados, nos acercamos a modelos bolivarian­os. Atentos a la próxima trastada del Mr. Bean de la Moncloa.

La deriva radical de España empieza a convertirn­os en un problema que va más allá del circo catalán

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