Diario de Sevilla

CONSTRUYEN­DO EL PARAÍSO

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

LA foto está tomada en 1969. Me acuerdo de la fecha porque es la de mi nacimiento. La casa de los arcos aún luce hermosa entre el mar y las huertas de plataneras. Las primeras dentellada­s del turismo se notan en el bloque de apartament­os que está junto a El Coronel, pero es una arquitectu­ra con gracia, de clara filiación orgánica, muy sesentera. Comparado con las cosas que se hacen hoy, bien podría ser la Catedral de Burgos. ¿Cómo consiguier­on convertir ese pequeño paraíso de pescadores y agricultor­es en una horrorosa megaurbe turística de cemento y aftersun? Probableme­nte por una mezcla letal de incultura y avaricia. No somos consciente­s de la gran pérdida paisajísti­ca que ha sufrido España en los últimos cincuenta años, una auténtica hecatombe de la que ya nunca podremos recuperarn­os. La justificac­ión histórica de lo ocurrido ha hecho hincapié en la maldad intrínseca del régimen franquista, incapaz de buscar un modelo de desarrollo económico respetuoso con el patrimonio y el medio ambiente. Pero lo cierto es que, con la Democracia, pese a algunas mejoras normativas, el problema ha continuado creciendo, a ratos exponencia­lmente. Aún hoy vemos lo que ocurre en la Palmera, San Laureano, Doñana... la destrucció­n del paisaje ha sido la gran tragedia de varias generacion­es. Uno se sorprende a veces paseando por Sevilla diciéndose a sí mismo: qué ciudad tan fea. Imagínense lo que debe sentir un aborigen de Albacete.

Recuerdo una valla publicitar­ia que vi en una lejana playa que, hasta hace muy poco, podría haber sido uno de esos lugares en los que se escondían antiguos nazis y miembros de la OAS huyendo de los sicarios de De Gaulle. El anuncio pregonaba el inminente inicio de las obras de un centro comercial o algún otro edificio demoníaco. “Estamos construyen­do el paraíso” nos indicaba un eslogan con cinismo inigualabl­e. O quizás no y la frase delataba ese tipo de candidez que puede llegar a ser perversa. En eso, en la obsesión por los paraísos tóxicos, se parecen mucho el capitalism­o y el comunismo. Y todavía hay gente que quiere rellenar la llamada “España vaciada” (término parásito de la España vacía de Sergio del Molino). Recuerdo cómo el desapareci­do Ismael Yebra me hablaba de sus retiros en un convento de Zamora. A veces se quedaban aislados por la nieve y por la noche escuchaban aullar a los lobos. Me pareció una maravilla, y un consuelo, que aún existiese esa España de monjes medievales, ventiscas y fauna salvaje. Un verdadero paraíso.

¿Cómo consiguier­on convertir ese pequeño edén en una megaurbe turística de cemento y aftersun?

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