CONSTRUYENDO EL PARAÍSO
LA foto está tomada en 1969. Me acuerdo de la fecha porque es la de mi nacimiento. La casa de los arcos aún luce hermosa entre el mar y las huertas de plataneras. Las primeras dentelladas del turismo se notan en el bloque de apartamentos que está junto a El Coronel, pero es una arquitectura con gracia, de clara filiación orgánica, muy sesentera. Comparado con las cosas que se hacen hoy, bien podría ser la Catedral de Burgos. ¿Cómo consiguieron convertir ese pequeño paraíso de pescadores y agricultores en una horrorosa megaurbe turística de cemento y aftersun? Probablemente por una mezcla letal de incultura y avaricia. No somos conscientes de la gran pérdida paisajística que ha sufrido España en los últimos cincuenta años, una auténtica hecatombe de la que ya nunca podremos recuperarnos. La justificación histórica de lo ocurrido ha hecho hincapié en la maldad intrínseca del régimen franquista, incapaz de buscar un modelo de desarrollo económico respetuoso con el patrimonio y el medio ambiente. Pero lo cierto es que, con la Democracia, pese a algunas mejoras normativas, el problema ha continuado creciendo, a ratos exponencialmente. Aún hoy vemos lo que ocurre en la Palmera, San Laureano, Doñana... la destrucción del paisaje ha sido la gran tragedia de varias generaciones. Uno se sorprende a veces paseando por Sevilla diciéndose a sí mismo: qué ciudad tan fea. Imagínense lo que debe sentir un aborigen de Albacete.
Recuerdo una valla publicitaria que vi en una lejana playa que, hasta hace muy poco, podría haber sido uno de esos lugares en los que se escondían antiguos nazis y miembros de la OAS huyendo de los sicarios de De Gaulle. El anuncio pregonaba el inminente inicio de las obras de un centro comercial o algún otro edificio demoníaco. “Estamos construyendo el paraíso” nos indicaba un eslogan con cinismo inigualable. O quizás no y la frase delataba ese tipo de candidez que puede llegar a ser perversa. En eso, en la obsesión por los paraísos tóxicos, se parecen mucho el capitalismo y el comunismo. Y todavía hay gente que quiere rellenar la llamada “España vaciada” (término parásito de la España vacía de Sergio del Molino). Recuerdo cómo el desaparecido Ismael Yebra me hablaba de sus retiros en un convento de Zamora. A veces se quedaban aislados por la nieve y por la noche escuchaban aullar a los lobos. Me pareció una maravilla, y un consuelo, que aún existiese esa España de monjes medievales, ventiscas y fauna salvaje. Un verdadero paraíso.
¿Cómo consiguieron convertir ese pequeño edén en una megaurbe turística de cemento y aftersun?