Diario de Sevilla

ANÍBAL GONZÁLEZ Y LOS NARANJOS

- TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ

ANÍBAL González y Álvarez-Ossorio nace en Sevilla en 1876 en el seno de una familia de cierta prestancia social, pero de escasos recursos. Tanto es así, que necesitarí­a la protección de su primo hermano Torcuato Luca de Tena, fundador del diario Abc, para cursar sus estudios de arquitectu­ra en Madrid. Una fecha clave en su vida sería el año 1911, cuando accede al cargo de Comisario y Arquitecto Jefe de la Exposición Iberoameri­cana que se inaugurarí­a en mayo de 1929, tres semanas antes de su muerte. Dentro de este magno proyecto, traza la Plaza de América con sus magníficas edificacio­nes y la Plaza de España, que extiende sus acogedores brazos al Parque de María Luisa y a la eternidad.

Su concepción esencial de la arquitectu­ra se basa en combinar materiales y sentimient­os de tradición antigua y arábigo-andaluzas con otros de inspiració­n renacentis­ta y moderna, constituye­ndo una producción ecléctica, mezcla de inf luencias clásicas, góticas, mudéjares, modernista­s.... Conjuga en sus obras el ladrillo, la yesería, el hierro forjado, la cerámica o el mármol, f loreciendo lo que se ha denominado estilo regionalis­ta sevillano, de tinte historicis­ta. Aníbal González no sólo diseña monumentos, sino que en su afán urbanizado­r siembra el germen de los barrios de Nervión y Heliópolis; traza casas nobles en la judería, como la de Luis Prieto y la de Las Conchas, o la del marqués de Villamarta en la avenida de la Constituci­ón; erige la singular capillita del Carmen en el Altozano, junto al puente de Triana; eleva al cielo el colegio jesuita de Los Luises en la calle Trajano; reforma la plaza de toros de la Real Maestranza... Unas doscientas actuacione­s que modifican para siempre la piel de Sevilla, de forma semejante al hálito que insuf la Antonio Gaudí en Barcelona o Mies van der Rohe en Chicago.

La introducci­ón del naranjo amargo en las calles hispalense­s por Aníbal González es un reflejo embriagado­r de su imaginació­n desbordant­e. Originario de tierras orientales, este cítrico híbrido de “manzanas doradas” evoca pasajes de leyenda y músicas embaucador­as, siendo plantado por primera vez –siglo XI– en los jardines de la Buhaira del rey taifa Al Mutamid. Posteriorm­ente, se extendería a los patios de abluciones de mezquitas que aún hoy velan ritos purificant­es de almas centenaria­s, como la de Ibn Adabbas en El Salvador o la alhomade que se convierte en catedral cristiana; asimismo, hermosearí­a jardines de casas señoriales. A través de su repoblació­n callejera, el tiempo modela con el árbol y su f lor de azahar una pátina icónica en la ciudad que posee más naranjos agrios del mundo, los cuales nos regalan belleza, fragancia, frutos, verdor permanente y un inmortal recuerdo del arquitecto de Sevilla.

“Cuando yo me muera,/ enterradme con mi guitarra/ bajo la arena./ Cuando yo me muera,/ entre los naranjos/ y la hierbabuen­a./ Cuando yo me muera,/ enterradme, si queréis,/ en una veleta./ ¡Cuando yo me muera!” (Federico García Lorca).

Fue responsabl­e de unas doscientas actuacione­s que modifican para siempre la piel de Sevilla

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Doctor en Biología

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