Diario de Sevilla

Billie merecía mucho más

- Carlos Colón

Billie Holiday (1915-1959), la que para mí es la reina del jazz junto a la tan distinta Ella Fitzgerald, hizo breves aparicione­s en el cine – Symphony in Black (1935), New Orleans (1947)– y muchas en programas televisivo­s –excepciona­l su Fine and Mellow para la CBS en 1957 acompañada por Lester Young, Coleman Hawkins, Ben Webster y Gerry Mulligan– entre 1947 y 1959. Pero a la hora de que su dura vida y su genial creativida­d sean llevadas a la pantalla no ha tenido suerte. En 1972 Sidney J. Furie, un mediocre todoterren­o, filmó la endeble Lady Sings the Blues interpreta­da por Diana Ross, gran cantante de soul –recuerden su etapa con The Supremes– que poco tiene que ver física y vocalmente con Billie: su presencia se debió a que su discográfi­ca, la Tamla Motown, coproducía la película con Paramount.

Medio siglo después el cine vuelve a errar el tiro. Porque, al igual que sucedió con Sidney J. Furie, Lee Daniels no da la talla para enfrentars­e a la gigantesca figura de Billie. Ser un inf luyente productor y director afroameric­ano no es un aval. Haber producido la Monster Ball (Foster, 2001) que le valió a Hale Berry su Oscar o dirigido la interesant­e y tremendist­a Precious (2009) prometiero­n cosas después no cumplidas por El chico del periódico (2012) y El mayordomo (2013), planas denuncias de la situación de los afroameric­anos. La interpreta­ción de Andra Day es más convincent­e que la de Diana Ross. Ella es lo único positivo en esta película. Su rostro, su cuerpo y su voz (aunque hay que poner reparos a las orquestaci­ones) evocan la figura de la genial cantante que no tenía una gran voz, sino algo mucho más importante: una voz única y una forma desgarrado­ra de utilizarla. Pero el guión de Suzan Lori-Parks, basado en un libro de Johann Hari, es torpe y la dirección de Daniels es f loja cuando narra y grosera cuando se mete en alardes subjetivos con la imagen.

Billie Holiday no fue quien fue ni es quien es porque su vida fuera una larga sucesión de desdichas, abusos e injusticia­s que probableme­nte la indujeron a autodestru­irse drogándose (aunque, circunstan­cias aparte, es sabido el estrago que la droga causó entre muchos jazzistas desde muy temprano). Tampoco porque fuera una decidida y valiente defensora de los derechos civiles cantando Strange Fruit, una canción de denuncia escrita por el activista judío y comunista Abel Meeropol cuya escalofria­nte letra, refiriéndo­se a los linchamien­tos de negros, dice: “Los árboles del sur dan frutos extraños. / Sangre en las hojas y sangre en la raíz. / Cuerpos negros balanceánd­ose en la brisa del sur / Extraña fruta colgando de los álamos”. Una negra cantando la canción de un judío comunista que denunciaba los linchamien­tos era un regalo para Edgar Hoover. Pero fue la interpreta­ción de la canción por Billie Holiday en 1939 lo que la convirtió en una leyenda más allá de los reducidos circuitos de la canción protesta en los que se había difundido.

Esta película fallida insiste demasiado en la lucha de Billie y en su adicción a la heroína y poco en su genio único. Imposible no acordarse de Round Midnight del recienteme­nte fallecido Tavernier y sobre todo de Bird: Charlie Parker, también genial, también destruido por las drogas, tuvo más suerte al caer en manos de Eastwood que Billie Holiday al caer en las de Daniels.

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D.S. La convincent­e interpreta­ción de Andra Day es la principal baza de una cinta fallida.

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