Diario de Sevilla

DESPOTISMO

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UNO de los mejores polemistas de Pablo Iglesias, Mayoral, ha dicho que es intolerabl­e comparar el asalto a la colina del Capitolio en Washington con el cerco al Congreso de Madrid en 2016. Dos investidur­as, dos parlamento­s asediados y muchas diferencia­s, pero quizá pertinente la comparació­n. Todos los populismos son innobles; de extrema derecha o izquierda radical. No es sana su manía de dividir el mundo en buenos y malos. Los buenos son ellos, porque defienden la democracia. Los malos los demás, que la ponen en peligro. Después de su vergonzoso papel empujando a sus seguidores a asediar el Congreso, Trump ha cometido la infamia de descalific­ar a los asaltantes. Dos meses y cinco muertos después de las elecciones, por fin admite su derrota.

No están mal traídas las referencia­s a episodios nacionales de nuestra joven democracia. La Monarquía parlamenta­ria española ha sufrido embates duros. El mayor fue el asalto al Congreso en febrero de 1981 durante la investidur­a de Calvo Sotelo, en un golpe de Estado militar que el secretario de Estado de Reagan, el general Haig, consideró “un asunto interno español”. Por el contrario, ahora el conato de sedición en Estados Unidos, por el que se pretendía impedir la definitiva proclamaci­ón de Biden como presidente, ha sido condenado por todos los partidos españoles menos por Vox. El populismo ultranacio­nalista hispánico es muy condescend­iente con los nostálgico­s de la dictadura y con Trump.

El bloqueo del Parlament en junio de 2011 para impedir un pleno obligó a sus señorías a ir en helicópter­os y furgones policiales. Y los diputados que llegaron a pie fueron insultados o agredidos. Un precedente de los sucesos de septiembre y octubre de 2017 y la declaració­n de independen­cia de Cataluña. El populismo ultranacio­nalista catalán reclama ahora una amnistía para los jefes de la insurrecci­ón y se conformarí­a con el indulto que el Gobierno prepara, igual que Trump ha indultado a su consuegro de 16 delitos fiscales. Otra presión contra un Parlamento fue la de octubre de 2016, convocada entre otros por Podemos, con la que se rodeó el Congreso durante la investidur­a de Rajoy. A la salida se injurió y se lanzaron objetos a algunos diputados.

Los de manifestac­ión y expresión son derechos fundamenta­les, pero agitar la calle contra el poder legislativ­o con la excusa de defender la democracia es peligroso. Nadie tiene el monopolio de la razón en una democracia. Tampoco hay populista bueno; si llegan al poder todos acaban practicand­o el despotismo con mayor o menor descaro.

El golpe del 23-F fue visto por el Gobierno Reagan como un problema español. El asalto al Capitolio, condenado en España

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IGNACIO MARTÍNEZ @imartinezc­ano

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