La maldición gaditana
● Las faltas de iniciativa y de aliento de una provincia en caída libre desde la crisis naval de los 70 la dejan fuera ahora de las ayudas a la reindustrialización
NI una sola empresa gaditana, ni una sola, se acogerá este año a las ayudas del Programa de Apoyo a la Inversión Industrial (Reindus). Sí lo harán 171 sociedades de toda España para repartirse los 247 millones que ofrece el Gobierno para adquirir naves y maquinaria, modernizar las líneas de producción o bien para crear o trasladar establecimientos industriales. Tan sólo dos sociedades gaditanas lograron captar 1,1 millones, pero finalmente renunciaron. Y el Ministerio de Industria también rechazó la solicitud de otras ocho firmas. De esta suerte, Cádiz, que llegó a contar con partida propia de estas ayudas durante diez años, esta edición se quedará fuera por falta de iniciativas sólidas. Frente a la eficiencia del norte, siempre con gesto serio, Cádiz parece brillar por su despreocupación ante la vida.
Lo paradójico es que este programa se ideó para revitalizar las zonas más deprimidas. Y al contrario de otras provincias donde sobran propuestas sobre la base de una industria más o menos consolidada, al sur del sur la depresión es de tal magnitud a la hora de generar actividad económica, que en los últimos años apenas se adjudicaba el 20% del presupuesto fijado para Cádiz. Y para más inri, los proyectos agraciados fueron más noticia por culpa de la evaporación de los fondos por ensalmo, que por su empuje y fiabilidad. El último de ellos, pendiente de su reintegro, fue el que benefició a Torrot, en 2019, para su fallida fábrica gaditana de la que nunca más se supo.
Lo sucedido no es más que un nuevo síntoma de una provincia sin alma, con grandes municipios –hasta ocho superan los 50.000 habitantes– pero sin ningún órgano gestor que vertebre y afiance su innegable potencial. El Plan Reindus movilizará hasta 360 millones de euros en aquellas áreas más dinámicas donde la industria es un puntal y no un viejo recuerdo, como en Cádiz, aún lamiéndose sus heridas tras el fracaso de la reconversión industrial de los 70.
La crisis del sector naval fue sin duda la puntilla que dejó a la provincia sin pulso. A la Administración, que hasta entonces tiró del carro industrial, sólo se le ocurrió dar cobertura a los parados con las famosas paguitas, que se convirtieron en tabla de salvación de incontables familias resignadas a su suerte. Tampoco necesitaban mucho más. Tras el crack de 2008, en todo el país se concedieron 40.000 pensiones por invalidez y casi una de cada cuatro se otorgaron en Cádiz. La experiencia acumulada resultó más que un grado en una provincia que se inventó el Ingreso Mínimo Vital mucho antes de que se aprobara. Ante un panorama tan negro, la pregunta más frecuente, en los despechos de los graduados sociales, de quienes perdieron el sustento no fue otra durante décadas que: ¿y qué tengo que hacer para conseguir una paguita?
La Administración miraba hacia otro lado por miedo al estallido social, hasta que en 2018 se cortó el grifo. Pero para entonces, la provincia se acostumbró a sobrevivir antes que a pensar a lo grande. Quizá porque Cádiz goza de una gracia especial, una singular filosofía de vida para vivir de lujo con lo básico, como ha demostrado estos 40 años, pese a situarse a la cola de Europa en paro, renta por habitante, actividad económica y cualquier otro parámetro que sirva para medir, supuestamente, la calidad de vida. Donde nadie le gana es en el número de oficinas del SEPE: 36 en total. En este terreno nadie discute su liderazgo. Así que Cádiz, bañada por el Atlántico y el Mediterráneo, privilegiada por la naturaleza, con una localización geográfica envidiable, cuna de la libertad y de la independencia..., lo tiene todo y no tiene nada. Y no lo tiene por ese exceso de identidad local tan catetil de sus municipios, que lastra su presente por no saber competir desde la unidad.
El problema añadido es que ya no goza ni del liderazgo político de antaño: Chaves, Arenas, Pizarro, Sanz, Perales... No hay otra provincia andaluza que haya aportado más apellidos ilustres al frente del poder andaluz en democracia. Pero ni siquiera cuando Chaves presidía la Junta y Arenas le disputaba el sillón, ambos con sus más leales escuderos también nacidos en Cádiz, se pudo enderezar el rumbo. Y no aprovecharon el viento favorable porque Cádiz no sabía adónde ir, como tampoco lo sabe ahora. Le iba igual de bien antes, con sus pesos pesados al frente del Gobierno andaluz, que ahora, con la única presencia del vicepresidente Juan Marín, tratando de mantenerse a flote, y referentes como Teresa Rodríguez y Kichi, que son más conocidos por su eterna capacidad para predicar desde el anticapitalismo más radical, que por su eficacia probada atendiendo al principio de realidad de todos.
El problema de esta provincia es que carece de conciencia propia: ni el PP supo vislumbrar su futuro y tejer una estrategia conjunta cuando estuvo al frente de la Diputación y los grandes municipios, con Cádiz, Jerez y Algeciras, entre ellos, ni lo lograron los socialistas cuando gobernaron a sus anchas y tuvieron en la Junta y la Corporación provincial a un gobierno del mismo color. Y bien caro que lo han pagado los gaditanos, cada vez que los Presupuestos pasan de largo sobre proyectos tan de justicia como el corredor ferroviario Algeciras-Bobadilla o la ampliación del aeropuerto.
Los casos sangrantes son históricos: el pasado viernes, sin ir más lejos, el parlamentario socialista Manuel Jiménez Barrios exigía en Cádiz que se construya el hospital de referencia que el propio PSOE aparcó en su día por falta, dijo, de recursos. La Junta ya se ha comprometido a construir uno en Málaga y a recuperar el Hospital Militar de Sevilla. Y Jiménez Barrios asegura que el momento para Cádiz es ahora o nunca. Ya tenemos la enésima bronca y al final el hospital lo verán nuestros nietos, tal vez.
Con otras provincias no se discute porque sus gestores no admiten bromas con las cosas serias y todos sus municipios van a una. En cambio Cádiz, para lo único que ha quedado, tras perder para colmo todo su caudal político, es para que unos y otros se pasen la vida discutiendo sobre quién la dejó morir primero, sin nadie que la defienda, empezando por los gaditanos.
Cuanto más carisma tuvieron sus alcaldes, Teófila Martínez, Pepe Barroso, Patricio González, Antonio Moreno, Pedro Pacheco..., más de espaldas han vivido unos gaditanos con otros. En lugar de luchar por un proyecto común, todos barrieron para casa tratando de birlarle el plan al vecino o al menos torpedearlo, en el mejor de los casos. Y siendo tan difícil contentarlos a todos, visto que Cádiz se pierde sola, es hasta natural que los gobernantes andaluces apuesten por otras provincias a la hora del reparto presupuestario, mientras los jóvenes con más talento abandonan su provincia con el sueño de volver.
Un viejo chiste cuenta que el AVE llegará a Cádiz cuando pierda los frenos. Y tiene gracia porque la Alta Velocidad no logrará reducir los tiempos, mientras que el tren tenga que parar en cada ciudad de la Bahía por decreto, en lugar de elegir una sola parada, como por ejemplo en Tarragona, a mitad de camino entre la capital y Reus. Mientras que Cádiz no se ponga de acuerdo en lo esencial, mientras que carezca de peso político y siga teniendo menos fuerza que el caldo de un hospital en San Telmo, seguirá perdida en su laberinto por más que le caigan las ayudas del cielo, como ocurre con el Plan Reindus. Más que ayudas, lo que necesita Cádiz es creer en sí misma para romper con esa maldición que parece condenarla a la irrelevancia teniéndolo todo.
171 firmas se repartirán los 247 millones del Plan Reindus y ninguna de ellas es de Cádiz
Cádiz parece condenada a la irrelevancia por su falta de empuje y unidad pese a tenerlo casi todo