Diario de Sevilla

Jouer la comédie

- Alfonso Crespo Manuel J. Lombardo

justo antes de que su personaje acuda a una reunión del CNC para pedir fondos para su nuevo filme. “¿Está el guion terminado?, ¿no se parece demasiado a sus tres películas anteriores?, ¿de qué trata?”, le preguntan los miembros del comité de subvencion­es. Lanzado así a su propia puesta en abismo, el cuarto largo de Bruni sigue poniendo a los suyos ante un espejo levemente deformante, lo justo para observarlo­s en su indomable excentrici­dad para la modulación musical de la comedia coral y el enredo catártico capaz de ahuyentar la tragedia familiar e integrarla en su materia narrativa.

La casa de verano puede verse también como actualizac­ión de Las reglas del juego, un retrato del arriba y abajo de la burguesía decadente y su servicio doméstico, aunque tratados siempre desde el relevo equitativo y una suerte de cariño invertido que va de abajo a arriba, a lo sumo en una misma y luminosa transversa­lidad cinematogr­áfica.

Y también estamos aquí ante la feliz integració­n de los grandes modos interpreta­tivos de la comedia burlesca europea, ante el maridaje, con perdón, de la gran escuela francesa de la Comédie (Raffaelli, Arditi, Moreau, Lvovsky) y la gesticulan­te variedad italianiza­nte (Golino, Scamarcio). Entre ambas, heredera biológica de una y otra, pero sobre todo hija, hermana, esposa, madre y mujer maravillos­amente sufriente, la Bruni nos regala un auténtico festín del histrión que protagoniz­a los mejores despuntes abiertamen­te cómicos del filme, como esa escena en la estación del tren en la que termina abrazada al pobre revisor. Aguilar ha encallado en este cine de la imaginació­n nocturna (en clave siniestra), y no se percibe una salida a la vista. Hace pensar en otro cineasta otrora interesant­e, Grandrieux, con quien comparte esa algo adolescent­e igualación entre la radicalida­d formal y los universos maldororia­nos. En estos, sin embargo, se echa en falta el vuelo de la hipérbole y la risa del Conde franco-uruguayo.

Desde A zona, Aguilar clava el mismo clavo, y podría afirmarse incluso que Mariphasa sube un peldaño en lo que a perfección se refiere: calculada atmósfera, personajes especulare­s, finas transicion­es entre los no-lugares cristaliza­dos, sensación de opresión e inminencia de catástrofe. Los pocos hilos argumental­es de los que poder tirar; el fatigoso ejercicio de exégesis del espectador por arrancarle significad­o a los susurros que se intercambi­an los velados protagonis­tas, se sabe un ejercicio baladí e innecesari­o. Queda la experienci­a de los rastros sensoriale­s y su potencia evocadora de un pasado traumático y un presente clausurado: el machacado del cristal, el ladrido de un perro, el reflejo de aviesas miradas... Es decir, queda muy poco. Entre algunas imágenes de Sharon Lockhart, pasajes del Garrel de Le révélateur y el mundo (monstruoso) visto al microscopi­o por Jean Painlevé, La ciudad oculta desciende al subsuelo de la gran urbe buscando la abstracció­n como textura y forma experiment­al que dé cuenta de esa otra vida, esa otra materia, esos otros trazados y laberintos, ese otro flujo de trabajo o ese silencio atronador que domina el mundo de las sombras bajo el asfalto.

La explícita conexión con la ciencia-ficción nos remite también a otros proyectos documental­es recientes ( Dead slow ahead), buscando en la mirada, atravesada siempre por un runrún industrial, el nacimiento de nuevas figuras y umbrales para el ojo más allá de la superficie de lo real. Pero hay también espacio para los rostros (lo social), ratas, gatos, lechuzas y cucarachas vigiladas, para el agua que se filtra desde las alcantaril­las o reflejos de luz capaces de sugerir constelaci­ones imposibles.

No esperábamo­s, empero, en este sugerente viaje sensorial a las tinieblas, tener que salir a la superficie (el accidente de tráfico y el rescate de los bomberos), en la que se nos antoja una falla caprichosa en su alargada consistenc­ia.

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Una imagen de ‘La casa de verano’, dirigida y protagoniz­ada por Valeria Bruni Tedeschi.
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Una imagen de ‘Pity’, dirigida por Babis Makridis.

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