Diario de Sevilla

Los artistas del Pelícano desafían el rigor del verano

Los músicos y artesanos de ‘los corralones’ hacen frente a las altas temperatur­as veraniegas típicas del mes de julio con ganas y dedicación

- Nerea Núñez

Dentro del intrincado laberinto que suponen las calles de Sevilla, encontramo­s la Plaza del Pelícano, una explanada rodeada de edificios familiares que encierra un secreto en su número 4. Allí, varias personas con diversos quehaceres se reúnen en su cotidiano delirio artístico. Sujetos, todos ellos distintos entre sí, que encuentran en estos pequeños talleres un refugio donde dar rienda suelta a su imaginació­n e ingenio. Ejemplo de ello es Emi la Hezar, una mujer iraquí-japonesa que entiende el f lamenco como algo que “se vive, no se aprende”. Ella, que nació rodeada de una cultura que invita a la espiritual­idad, ve en esta manifestac­ión artística un ref lejo de lo cultivado en su infancia. Hace 10 años que comenzó esta aventura de la mano del bailaor Torombo, la persona que la ayudó a desarrolla­r el talento que poseía. Emi describe el f lamenco como el “primer instrument­o del corazón”. Así lo entiende y así lo expresa, alegando que este baile no es un simple alardeo de arte encima de un escenario, sino “la libertad de comunicars­e”. Tal es el

nivel de misticismo que ve en estos archiconoc­idos compases que, junto con su maestro Torombo, lleva a cabo varios trabajos sociales en centros educativos de los lugares conf lictivos de Sevilla, con el objetivo de ayudar a los menores a encontrar un punto de fuga de sus problemas y miedos. Esta mujer, que siente el compás como si de un himno nacional se tratara, acierta en señalarlo como un signo imprescind­ible de esta tierra, por ello realiza lo que ha denominado como Flamenco Experience, una especie de taller que desarrolla en inglés para aquellos extranjero­s que vienen a visitar la ciudad.

En el paseo por las calles de estos corrales y el olor a serrín es inconfundi­ble. Ensimismad­o en su tarea se encuentra Alejandro Sánchez, un tallista que lleva dedicado a ésta, su profesión, 25 años. Marca a rotulador sobre una considerab­le porción de madera lo que en unas horas podría convertirs­e en una bonita ornamenta para el altar de alguna

iglesia. Modesto en su actividad, nos reconduce a un taller vecino que él considera de gran relevancia y originalid­ad. Allí se encuentra un famoso dorador, Emilio López. Este sevillano trabaja rodeado de elaboradas figuras de arte sacro. Heredero de la profesión de su tío, profesor en los antiguos talleres de Las Salesianas, se dedica especialme­nte a la imaginería. Este escultor narra con entusiasmo cómo fueron sus comienzos haciendo “pequeñas figuritas” que, tras su paso por el taller

de Mariano Rojo y por la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, se van curtiendo en sus nuevas enseñanzas y destrezas. Con él trabaja Esperanza, una mujer que hace 20 años comenzó sus prácticas con Emilio tras formarse en la Escuela de Arte. Ella, concentrad­a en la elaboració­n de una nueva figura, se considera “discípula” del talentoso imaginero sevillano que, actualment­e, tiene pendiente la entrega de un retablo para Mairena del Alcor.

Desde la zona más sombreada del entramado de callejones se intuyen acordes y compases que rompen el silencio del juego de seguetas y formones. Allí, en un local con un número ilimitado de puertas, varios amantes de la música se encierran para encontrar una forma de recrearse. Al fondo a la derecha, el onubense José Antonio, un autodidact­a que, guitarra en mano, explica que su única ambición es superarse diariament­e. En la pared, un póster de Silvio, en la esquina interior una gran batería, y justo en la entrada, un pequeño teclado. Un solitario del pop-rock que se centra en el mundo de la música como su principal actividad lúdica y cuenta, como anécdota, que la única vez que participó en un grupo fue un desinteres­ado proyecto de baile. Con la anécdota aún rondando por el pasillo, se hace notar un fuerte y enérgico taconeo. Un trío de jóvenes ensayan una y otra vez en una de las primeras entradas. Iván, cantaor, Daniel, guitarra, y el jovencísim­o Juan Tomás, bailaor. Tres profesiona­les de sus pasiones que, de vez en cuando, unen sus talentos para crear una pieza flamenca digna de admiración. Con entrega y trabajo estos tres artistas buscan la perfección en su obra, y con el ritmo frenético de unas palmas que marcan el contratiem­po continúan con la actuación.

De nuevo el silencio de unos corralones que marcan la llegada del medio día en un caluroso julio sevillano. Las puertas de los talleres se cierran, y los artistas recogen su talento para volver a encontrar la inspiració­n que nutre su actividad diaria.

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REPORTAJE GRÁFICO: JOSÉ ANGEL GARCÍA
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Ivá, cantaor, Daniel, guitarrist­a, y Juan Tomás, bailaor. El artista José Antonio.
Alejandro Sánchez, tallista Ivá, cantaor, Daniel, guitarrist­a, y Juan Tomás, bailaor. El artista José Antonio.

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