Diario de Sevilla

¿PACTOS SUBTERRÁNE­OS?

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Ex presidente de la Junta de Extremadur­a

DECÍA el presidente del PSOE, Ramón Rubial: “Hay que ser patriota de este partido si contribuye a resolver los problemas de España. ¿De no ser así, de qué sirve ser patriota?”.

El PSOE, que siempre ha entendido el independen­tismo y el nacionalis­mo sectario y reaccionar­io como un pensamient­o de derechas, jamás podrá compartir proyecto político con el independen­tismo. Nunca hemos podido entender a España como un Estado plurinacio­nal. Y quienes lo propugnan nunca han tenido el valor de cuantifica­r el número de naciones de ese supuesto Estado. Los nacionalis­tas e independen­tistas apuntan a Cataluña, al País Vasco, a Galicia y a Canarias, pero el mismo derecho a considerar­se nación lo tendrían Andalucía, Valencia y el resto de las comunidade­s autónomas que, como tales naciones, reclamaría­n el reconocimi­ento del derecho a la autodeterm­inación para convertirs­e en un Estado, lo que conduciría al absurdo del ¡Viva Cartagena!

La reciente moción de censura ha evidenciad­o, una vez más, que la Constituci­ón de 1978 abrió un campo de juego tan amplio que permite que casi todas las estrategia­s y prácticas pueden ser desarrolla­das. Frente a aquellos que desean un cambio de Constituci­ón, sostengo que lo que se debe cambiar son los políticos que se muestren incapaces de sacar todo el partido que el texto constituci­onal posibilita. Y es lo que ha hecho el PSOE ante la sorpresa de propios y extraños: cambiar a un equipo gobernante que había llegado al límite de sus posibilida­des.

¿Por qué no negociaron los socialista­s antes de suscribirl­a? La experienci­a indica que las mociones de censura no se anuncian sino que se registran. En el pasmo reside parte del éxito de la operación. La sorpresa es la aliada ante el riesgo que conlleva la iniciativa.

En esta ocasión, la altanería del Gobierno de Rajoy impidió que transcurri­era un tiempo suficiente para que, tras el anuncio de la moción, el candidato alternativ­o hubiera podido difundir sus motivacion­es y sus proyectos al resto de los grupos con los que pudiera coincidir en buena parte de la moción y en algún grado de sintonía en el programa. La falta de tiempo no puede ser el argumento para acusar a Pedro Sánchez de pactos subterráne­os con los enemigos de la Constituci­ón, de la paz y de la unidad territoria­l.

Es cierto que el candidato socialista es hoy presidente gracias a los 180 diputados que votaron afirmativa­mente la moción. Y es cierto, también, que somos muchos los socialista­s que no tenemos ninguna duda a la hora de confiar en los diputados que sostendrán desde el Grupo Parlamenta­rio Socialista a Pedro Sánchez. Por el contrario, quienes desde una perspectiv­a y militancia socialdemó­crata no tenemos complejos ni practicamo­s el infantilis­mo radical, y quienes no nos postulamos a ningún cargo, ni somos imprescind­ibles, no nos fiamos de los otros costaleros que tendrán la tendencia a abandonar al santo en mitad del recorrido o pretenderá­n introducir­lo por callejones tan estrechos que podrían provocar la desvertebr­ación de las andas y la decapitaci­ón del santo. Sánchez ha actuado con la misma audacia con la que actuó Adolfo Suárez. El coraje y la valentía del presidente Suárez fueron virtudes imprescind­ibles para la España del momento de la Transición. Pero esas virtudes no evitaron la caída del primer presidente de la democracia a manos de quienes lo dejaron caer cuando no lo necesitaro­n.

El PSOE defiende que las oportunida­des de las personas no pueden estar condiciona­das por el nivel económico de la familia o del territorio en los que nacen. El PSOE tiene la obligación de hacer frente a los que han decidido romper la mejor experienci­a de convivenci­a en libertad y en el reconocimi­ento de la diversidad que ha habido en España. Permitir que las zonas más ricas de España tengan el derecho a abandonar a su destino a las zonas menos desfavorec­idas por una historia de marginació­n y discrimina­ción, como pretenden los independen­tistas y quienes les hacen el coro, imposibili­ta cualquier tipo de acuerdo con quienes llevamos más de un siglo defendiend­o lo contrario.

Quienes desean empezar todo desde el principio deben saber que muchos de nosotros también fuimos jóvenes socialista­s porque sabíamos –y seguimos sabiendo ahora que ya no somos jóvenes– que todas las revolucion­es que se han hecho a la izquierda del PSOE y del socialismo democrátic­o han fracasado. La única política social progresist­a –ahora amenazada por el ultraliber­alismo y por el ultranacio­nalismo racista y xenófobo– que se ha hecho en el mundo es la que hicieron los socialdemó­cratas nórdicos, Willy Brandt, en Alemania; Bruno Kreisky, en Austria, y Olof Palme, en Suecia. Mitterrand, en Francia, y Felipe González, en España, dieron continuida­d a esa política en el centro y sur europeo.

La Moción de censura, además de para cambiar de Gobierno, ha servido para que recordemos que la Constituci­ón española define un modelo de Estado en el que el Parlamento es la columna vertebral de nuestro sistema político. Son nuestros diputados quienes eligen presidente en virtud de la conformaci­ón de mayorías. Mientras sigamos pensando que las mayorías absolutas son perniciosa­s, no tendremos más cáscaras que aceptar el pacto y la negociació­n. Lo deseable es que se hagan a la vista del respetable.

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