Residencias
El virus covid-19 ha provocado efectos en la población en todos los órdenes, especialmente en la salud de los mayores confinados en costosas residencias privadas altamente rentables para inversores que cobran elevados precios a los internos y pagan salarios de miseria al personal que les atiende. Los internos, además de las enfermedades propias de su edad, la mayoría sufren la de la soledad. Se origina como consecuencia de la dinámica de la vida moderna que hace que los mayores no tengan acomodo en sus propios hogares por la pérdida de facultades y porque los hijos no pueden recibirlos en los suyos por las limitaciones de espacio de las viviendas modernas. Las circunstancias del progreso convierten a nuestros mayores en estorbo para los hijos y la solución han sido las residencias, que en realidad son asilos a los que se les ha dado un perfil más actual y sobre todo se han convertido en objetivo de inversores. Supone un gran avance social, pues se libera a los hijos de la carga de atenderlos; de esa manera se limitan a visitarlos periódicamente, pues son para mayores de altos ingresos, por tanto se financian su propia estancia y así no constituyen una carga. Pero sí motivo de tristeza para los propios residentes que deben vivir solos y, dependiendo de la salud, ser atendidos por personal profesional con gran dedicación por los huéspedes, pero sin el calor de sus familiares. Si a esa soledad se añade la circunstancia de la pandemia del covid-19, que ha impuesto largos periodos de confinamiento con alto riesgo de muerte, no es extraño que su salud se agrave a causa de la melancolía por no poder abrazar a sus hijos o nietos.