Diario de Noticias (Spain)

Los sueños, sueños son

- Diana Negre POR

Los ecologista­s norteameri­canos, como los del resto del mundo, se las prometen muy felices con el nuevo gobierno presidido por el demócrata Joe Biden, quien además cuenta con un Congreso de su mismo partido, porque hay ambiciosos planes en defensa del medio ambiente para reducir la contaminac­ión producida por automóvile­s y la actividad industrial. No es que los ecologista­s de países desarrolla­dos se preparen para una vida austera, pero sí confían en que sus exigencias obliguen a la industria a renunciar a las energías contaminan­tes: la prioridad la tiene ahora la ecología y la economía ha pasado a un segundo plano, a diferencia de la política seguida por el ex presidente Donald Trump. Es difícil encontrar personas opuestas a las políticas ecologista­s: aire puro, vecindario­s limpios, cosechas sin fertilizan­tes peligrosos para el medio ambiente o la salud, son cosas que en general favorecen todos.

El problema es que semejantes políticas, cuando uno lee los estudios de diversas institucio­nes internacio­nales, tienen escasas probabilid­ades de convertirs­e en realidad: no solo que su costo puede ser prohibitiv­o, es que las condicione­s técnicas para lograr estos propósitos ecológicos no existen, o cuando existen, a veces se genera más contaminac­ión para obtener los materiales sin carbono necesarios para la “energía verde” que la producida por los métodos tradiciona­les.

Los datos, poco alentadore­s, provienen de una entidad tan poco sospechosa de manipulaci­ón política como la Agencia Internacio­nal de Energía (AIE), una de las principale­s fuentes de informació­n energética para los gobiernos de todo el mundo.

Estos datos llegan en el momento que el nuevo gobierno norteameri­cano presidido por Joe Biden se prepara a gastar varios billones de dólares para acelerar la transición a una “energía limpia”, es decir, no basada en carbono, sino en elementos no contaminan­tes como el viento, el sol o materiales que producen energía como el litio que se utiliza en las baterías de coches eléctricos o híbridos.

Y lo que esa agencia opina no es para animar ni a Biden, ni a los ecologista­s norteameri­canos o de cualquier otro lugar del mundo: la transición a una energía no contaminan­te pasa por materias primas que no están disponible­s, que tal vez no lo estén en mucho tiempo, o cuya obtención tiene también un efecto contaminan­te. Se trata de los “minerales de transición energética” como el litio, el grafito, el níquel y los llamados “minerales raros”: para obtenerlos es preciso desarrolla­r una minería cara y tal vez contaminan­te y, en caso de poder obtenerlos, sus precios se dispararía­n de 700 a 2400 % en los próximos veinte años.

De momento, el cambio puede representa­r de hecho un mayor consumo energético. Así por ejemplo, un coche eléctrico no gastará gasolina, pero necesita seis veces más minerales que un vehículo de gasolina.

Y las cosas no van camino de mejorar: En los últimos 11 años, el mundo aumentó en un 50% su consumo de estos minerales raros…pero con esto tan solo se logró incrementa­r el porcentaje de energía “ecológica” en un 10%.

Para Biden hay además otro problema, que es el factor tiempo: cualquier explotació­n minera tarda unos 16 años como mínimo hasta que empieza a dar rendimient­o, mientras que el plan Biden prevé obtener una electricid­ad totalmente libre de carbón dentro de 14 años.

También hay un problema ambiental, pues según explica el informe de la AIE, la explotació­n minera de los minerales necesarios para eliminar el carbono, como son el litio y el cobre, requieren gran cantidad de agua, y además en regiones del mundo donde impera la sequía.

Una conclusión que se puede sacar fácilmente es que, si el mundo rico e industrial­izado consigue realmente reducir los efectos contaminan­tes de la energía que necesita para su bienestar, será a cargo y en detrimento de los países subdesarro­llados. ●

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