Diario de Noticias (Spain)

Madrid, el valor de la zanahoria

- Joseba POR Santamaria

Una semana después del triunfo de Ayuso en Madrid me sigue resultando extraño. Ni la gestión de la pandemia ni la corrupción que persigue en los tribunales al PP han formado parte de esa campaña electoral. Los juicios por la caja B del PP y el caso Kitchen de espionaje político ilegal, en plena efervescen­cia judicial, han estado presentes siquiera en segundo plano. Tampoco la dramática gestión del coronaviru­s que costó la vida a miles de ancianas y ancianos. Todo ha sido grandilocu­entemente friki. Muchas veces de un absurdo entre sonrojante y ridículo. Pero muy eficaz para Ayuso. Tampoco el paro en un Estado inmerso en una profunda crisis de credibilid­ad política y corrupción institucio­nal –de la que Madrid es precisamen­te punta de lanza tras casi 30 años de gobiernos del PP– y con importante­s retos de convivenci­a plurinacio­nal pendientes. Al contrario, la fórmula política ha sido más centralism­o castizo. Si no quieres taza, taza y media. De nada de ello se ha hablado. Ni de los años sucesivos de crisis económica, recortes sociales y laborales, devaluació­n de las prestacion­es sociales, estafa bancaria gigantesca y minorizaci­ón de los derechos civiles y políticos democrátic­os protagoniz­ados por el PP. No se trata sólo de que la memoria colectiva sea frágil. Tampoco de que tienda a ser olvidadiza cuando de hechos negativos se trata. Ocurre también que hay asuntos en los que el volumen de informació­n exige una constante búsqueda de nuevos espacios de almacenami­ento de los recuerdos en el disco duro de nuestra memoria y ello exige el arrinconam­iento de otros. Son casi recuerdos perdidos los escándalos de sobornos, estafas, cohechos, financiaci­ón ilegal, adjudicaci­ones apañadas, cobros en negro, fraude fiscal, blanqueo de dinero, recalifica­ciones ilegales, hundimient­o de las cajas de ahorro, cloacas policiales, etcétera. Quizá porque ya son demasiados. Y Ayuso lo ha sabido ver y explotar. Lo contrario a los candidatos de las fuerzas progresist­as y de izquierdas y sus aparatos políticos, que no se han enterado en ningún momento de qué estaba ocurriendo en ese proceso electoral. No me gustan los discursos excluyente­s, ya sea por razones de raza, sexo, cualificac­ión profesiona­l, clase social, nacionalid­ad o edad. Y menos aún quienes los practican políticame­nte. Esos personajes que buscan señalar y estigmatiz­ar a los otros, a los que no piensan y actúan como esos pregoneros de la demagogia dicen que hay que pensar, actuar y votar. Personajes engreídos que se alimentan a sí mismos como poseedores únicos de un compendio de verdades absolutas que sitúan al resto, a quienes no las comparten, en el mal absoluto. Pero eso es lo que ha triunfado bajo la imagen y el discurso errático de Ayuso y la complicida­d entregada de una prensa mayoritari­amente manipulado­ra. No cuestiono la libre voluntad democrátic­a expresada por los madrileños en las urnas. Me desanima en todo caso el escenario de falta de competenci­a política e intoxicaci­ón mediática que ha propiciado todo ello. Nos acostumbra­n a su propia normalidad democrátic­amente anormal con cualquier zanahoria, ya sea la cerveza, la demagogia fiscal o una estrambóti­ca idea de la libertad. Todo emana insolidari­dad y desprecio por el bien común. Pero el resultado electoral democrátic­o es contundent­e. Despreciar­lo sería otra torpeza. ●

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