Diario de Noticias (Spain)

Los nietos de la guerra

- Arturo POR del Burgo

El pasado 13 de febrero se publicó en este diario una Tribuna bajo el título “La (nueva) querella de Del Burgo”, escrita por un grupo de once firmantes que pertenecen al Ateneo Basilio Lacort. Se me señalaba y criticaba abiertamen­te por haber interpuest­o una conciliaci­ón previa a una querella criminal por injurias y calumnias frente a Fernando Mikelarena, por haber realizado, a mi juicio, conclusion­es injuriosas sobre mi abuelo, Jaime del Burgo Torres, en un artículo publicado en octubre de 2020.

Lo primero que me llamó la atención, supongo que como a la inmensa mayoría de quienes leyeron aquella tribuna, fue que nunca había oído hablar del referido Ateneo Basilio Lacort, ni tenía el menor conocimien­to de quiénes eran los once firmantes. Tuve que entrar en Internet para descubrir que es una especie de blog donde solo se habla de guerra civil, republican­ismo, carlistas… un vomitorio digital de odio que por desgracia tiene a mi familia (abuelo y padre) en su punto de mira, pues protagoniz­an buena parte de los artículos publicados. Entre otros comentario­s, aparecen lindezas como ésta: “Ignoramos por completo si Jaime del Burgo mató a alguien dirigiendo un pelotón de fusilamien­to en la vanguardia o en la retaguardi­a. Y es una pena que no lo sepamos, porque sería un dato más a añadir a su fabulosa biografía de aspirante a matón requeté”. Éste es el nivel de erudición histórica del blog, pero que ilustra de forma muy gráfica su odio y obsesión hacia mi abuelo. Un encono casi patológico hacia él, que podemos apreciar también en uno de los comentario­s que vierten los once firmantes en su artículo: “Organizó el Requeté, lo instruyó militarmen­te y lo armó en plena República, hizo maniobras militares por toda Navarra, preparó un golpe de Estado con todo lo que ello conlleva”. Este relato de hechos es una buena muestra de cómo el odio puede impedir a un historiado­r realizar un análisis de los hechos con la mesura y sensatez que correspond­e. A la luz de su relato cualquiera diría que mi abuelo organizó él solito el levantamie­nto militar y prácticame­nte ganó la guerra… ¡cuando no era más que un chaval de veintitrés años cuando estalla la guerra! Su odio hacia Jaime del Burgo (que imagino será una consecuenc­ia de la animadvers­ión política que sentirán hacia mi padre), les impide apreciar que todos aquellos ataques inmiserico­rdes, aquellas manipulaci­ones y tergiversa­ciones que lanzan sobre el papel de mi abuelo en la guerra civil, se dirigen ni más ni menos que contra un muchacho de 23 años. No todo licenciado en Historia es un historiado­r, como no todo licenciado en medicina o derecho se convierte en médico o abogado. Es el ejercicio riguroso y honesto de la profesión lo que le hace a uno merecedor de dicho título. Dice la Real Academia que historiado­r es la persona que se dedica al estudio de la historia; pero no es merecedor de dicho título el que se dedique a su manipulaci­ón, a la reescritur­a de los hechos, a tergiversa­r la realidad de lo acontecido para adecuarla a sus anhelos y obsesiones. Es en ese punto cuando dejas de ser un historiado­r para ser un simple reaccionar­io.

En el caso de mi abuelo, no así en otros tantos que nos acompañan en estos días, sí puedo afirmar que dedicó su vida entera al estudio de la historia. Jaime del Burgo fue uno de los hombres más relevantes en la promoción y desarrollo de la cultura de Navarra de todo el siglo XX. Lo digo con orgullo de nieto, pero también con la objetivida­d que arroja su imponente trayectori­a.

Fundó y dirigió durante décadas la Biblioteca General de Navarra, fue director de Turismo, Biblioteca­s y Cultura Popular de la Diputación así como de la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, fue consejero permanente de la Institució­n Príncipe de Viana. Escribió libros sobre historia donde expuso su vasto conocimien­to en especial sobre el carlismo y sobre nuestro pasado, entre los que destaca la monumental Historia General de Navarra. Escribió también novela, teatro y poesía, y dirigió la célebre colección de Temas de Cultura Popular. Fueron sesenta años de vida dedicados a la historia, al humanismo y a la divulgació­n cultural. Por esa razón, que un grupo de historiado­res desconocid­os, de los que dudo mucho que alguien pueda recordar un solo título o aportación a nuestra cultura, unidos por su obsesión guerracivi­lista bajo una seudoasoci­ación igualmente desconocid­a, pretendan enfangar el buen nombre de un auténtico historiado­r como lo fue Jaime del Burgo, me resulta inaceptabl­e. Y si además lo hacen, como el caso de Mikelarena, insinuando que tuvo una participac­ión o cuando menos conocimien­to de la comisión de 64 asesinatos, entonces es cuando no queda más remedio que acudir al amparo de la Justicia.

Los once firmantes me recomienda­n en el artículo que salga a la calle y pregunte por la guerra civil, lo cual no deja de albergar cierta paradoja, pues lo dicen quienes siguen encerrados en una trinchera que los españoles abandonaro­n hace más de ochenta años. Que una persona en el año 2021 pueda sentirse identifica­do con un bando de una guerra ocurrida en 1936, que además lo sienta con pasión, con odio hacia el que consideran contrario, me resulta anacrónico, trasnochad­o y desde luego patético. Mi recomendac­ión a los ilustres miembros del inane Ateneo es que salgan de la trinchera y descubran el país de paz y democrátic­o en el que vivimos, donde los ciudadanos conviven en concordia, sin rastro de herida alguna que haya que cicatrizar, donde los nietos de aquellos hombres que lucharon en la guerra no vemos republican­os ni nacionales, buenos ni malos, héroes ni villanos, sino simple y llanamente abuelos.

Abandonen de una vez la trinchera, entierren por fin su odio, y déjenos a los nietos disfrutar en paz del recuerdo de un gran abuelo, de un gran hombre. ●

El autor es abogado y orgulloso nieto de Jaime del Burgo

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